Diario de resistencia

Las páginas del libro De Aetatibus Mundi Imágenes, ilustradas por Francisco de Holanda, joya bibliográfica del Renacimiento portugués, deslumbran al director Joaquim Pinto en la Biblioteca Nacional española en los primeros compases de este diario filmado. El diario de una resistencia en tiempos tristes, de un pulso con la enfermedad y la muerte, pero, también, de los réditos sensoriales, afectivos e intelectuales de seguir viviendo -empeñándose en vivir, de alguna manera- cuando todo parece ponerse en contra. El libro renacentista contiene la historia del mundo en imágenes y, al contemplar a Pinto absorto ante sus páginas, el espectador cobra conciencia de la perpetua curiosidad del cineasta, de su nada debilitada capacidad de asombro y, al mismo tiempo, entiende que, en la belleza y la modernidad de las imágenes de Francisco de Holanda, el autor de E agora? Lembra-me encuentra la fuerza y la inspiración para levantar su propia obra monumental partiendo exclusivamente de su subjetividad y su intimidad.

El cineasta –y ex sonidista al servicio de autores tan relevantes como Raoul Ruiz, Manoel de Oliveira y Joao César Monteiro- se somete en nuestro país a una terapia experimental para su enfermedad –una Hepatitis C, en coexistencia con el sida, que ha derivado en cirrosis- y, en principio, ese es el pretexto narrativo de esta crónica de un año de fatigas, meditaciones y desplazamientos entre la península y las islas Azores –lugar de residencia de Pinto y su compañero y colaborador Nuno Leonel-, que alcanza cerca de las tres horas de metraje sin caer en redundancias, exhibicionismos, ni caprichos y que pasa con llamativa naturalidad de lo particular a lo universal. Orquestando imágenes y reflexiones con sabia precisión, Pinto se cuestiona sobre memoria y porvenir en pleno pulso entre cuerpo castigado y lucidez infatigable.

El desmantelamiento de la Sanidad pública española aparece como recurrente telón de fondo en esta película que, lejos de toda autocompasión, afirma una identidad en el presente interrogándose sobre el pasado. La relación con Nuno –el compañero que se va haciendo visible a medida que avanza la película, pese a su reserva inicial a ser filmado- funciona como centro de gravedad, como ancla en lo terrenal y lo afectivo de un relato que transita por balances de bajas, recuerdos profesionales, indagaciones filosóficas, inercias domésticas y conversaciones al filo del acantilado que separa a la tenacidad del abandono. Lúcida es la escueta manera en que Pinto discute los legados de Darwin, Marx y Freud. Doloroso el momento en que una de las amistades del cineasta, también en el mismo proceso terapéutico experimental, se pregunta si tiene sentido castigar hasta tal punto el cuerpo para robarle un escaso porcentaje de tiempo a la muerte. Delicadísimo el momento de intimidad sexual entre Pinto y Nuno que captura la cámara sin que la menor sospecha de morbo o impudicia atraviese la cabeza del espectador.

Un autorretrato sin un ápice de narcisismo, una crónica del afecto y, sobre todo, una película sobresaliente, el trabajo que permitió entender a sus seguidores los motivos de los diez años de inactividad como director de esta figura clave del cine portugués a la que el festival Márgenes dedicó, en su última edición, una retrospectiva. La llegada de esta película fundamental a las salas españolas supone la consecuente tarjeta de presentación de una nueva distribuidora creada, precisamente, por ese certamen.