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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La fría elegancia de la modernidad

Joselito Adame paseó la primera oreja de una feria que comenzó con un tremendo aguacero y terminó con algunos destellos de sol

Antonio Lorca
El matador mexicano Joselito Adame durante la lidia de su segundo toro.
El matador mexicano Joselito Adame durante la lidia de su segundo toro. Raúl Caro (Efe) (EFE)

Joselito Adame paseó la primera oreja de una feria que comenzó con un tremendo aguacero desde las tres de la tarde y terminó con algunos destellos de sol y un frío invernal. Y el trofeo también fue fresquito, de esos que reciben en la vuelta al ruedo palmas sin entusiasmo porque la faena en cuestión no pasó del “biennnn…” al ole entusiasmado. Y no es que la culpa fuera del torero mexicano, que está muy versado y ejecuta el toreo con empaque y aroma, sino porque lo que tenía delante era un torete nobilísimo, el cuarto de la tarde, de esos que te provocan más afecto personal que admiración por su casta y bravura.

Muñoz / Adame, Oliva, Fernández

Toros de Cayetano Muñoz, discretos de presencia, blandos, mansos y descastados; noble el cuarto y con movilidad el quinto.
Joselito Adame: estocada y tres descabellos (silencio); estocada y un descabello (oreja).
Oliva Soto: tres pinchazos y estocada baja (silencio); pinchazo, media, cuatro descabellos y el toro se echa (silencio)
Esaú Fernández: bajonazo (palmas); media (silencio).
Plaza de la Maestranza. 15 de abril. Primera corrida de feria. Menos de media entrada. Se guardó un minuto de silencio en memoria del fallecido picador Alfonsillo de Camas, abuelo de Oliva Soto.

Adame no había dicho nada con el capote, pero aprovechó la bondadosa condición de su oponente para trazar una faena con gracia y hondura, con muletazos bien dibujados por ambas manos, quieta y elegante la planta —dos naturales resultaron profundos y hermosos de verdad, y un trincherazo crujió henchido de belleza—, pero la faena, culminada con una vistosa tanda de naturales de frente, supo a poco. Fue bonita, sí, pero no de esas que te levantan del asiento. Una labor tan distinguida como fría, la que corresponde al noble borrego de la modernidad, del que ese cuarto toro era familiar directo. Pero el torero cortó su oreja con todo merecimiento, y el público lo pasó bien.

Lo curioso, aunque no extraño por habitual en esta plaza, es que ese toro, que no fue bravo en el caballo ni galopó en banderillas, fuera aplaudido con ardor en el arrastre, como si hubiera sido lo que jamás fue. Pero ya se sabe que, desde hace años, esta plaza ha sufrido una metamorfosis preocupante. Ayer, además, obligaron a saludar a un banderillero por dos aceptables pares, y Curro Robles, que saludó con razón tras parear con brillantez al sexto, invitó a desmonterarse al tercero de la cuadrilla, que se había limitado a dejar los palos en el toro. Detalles para la reflexión.

Llovía intensamente cuando comenzó el festejo, y Adame simplemente porfió con su descastado primero, con escasa atención del respetable, más preocupado en guarecerse del agua.

Llegó el turno de un sevillano, Oliva Soto, de buenas maneras, muchas ganas y pocos contratos. Se encontró con un primer toro complicado y exigente, y el aspirante a figura, que lo había veroniqueado con mando y vistosidad, se afligió, se mostró inseguro y desconfiado y ofreció una imagen de impotencia que no le favorecerá en el futuro. Salió el quinto, con más seriedad en la mirada y casta en las entrañas, le perdonó la cornada por dos veces que fue cogido por su impericia, y Oliva terminó magullado, embarrado, y con el ánimo tocado. No era para menos. La oportunidad soñada se ha podido transformar en inclemente verdugo.

Agotado y moribundo se comportó el primero de Esaú, un joven torero, hijo de su época, moderno en sus formas y superficial en el fondo. Da muchos pases, pero su peculiar toreo luce poco. Soso y muy flojo era el sexto y repitió la película. A las nueve y pico de la noche no llovía, pero hacía un frío impropio de esta tierra.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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