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Juego de Tronos | CRÍTICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Juego de tronos’, fiel a sí misma

Los personajes evolucionan, por supuesto, pero es esa lealtad a la terquedad de sus decisiones lo que mantiene la ficción en pie y hace que la trama sea compleja

Álvaro P. Ruiz de Elvira
Nikolaj Coster-Waldau y Lena Headey, Jaime y Cersei Lannister en 'Juego de tronos'
Nikolaj Coster-Waldau y Lena Headey, Jaime y Cersei Lannister en 'Juego de tronos'

La quinta temporada de Juego de tronos comienza con un recurso que hasta ahora los guionistas y productores habían obviado de forma deliberada: un flashblack, un recuerdo del pasado. En la primera escena, una Cersei Lannister niña escucha la profecía de una bruja que le adelanta todas las desgracias que le están ocurriendo precisamente donde ella es ambiciosa: ser reina, tener herederos y aferrarse al poder. Pese a este siniestro aviso y a ver cómo todo se va cumpliendo, Cersei se mantiene fiel a su codicia en cada una de las decisiones que toma.

Aunque las miles de páginas de las novelas de George R. R. Martin incluyen descripciones de blasones, casas, lemas y personajes terciarios que poco interesan, el autor maneja con sabiduría el desarrollo de las tramas a través de la fidelidad de los personajes principales a sus decisiones, su carácter y sus valores. Y así se refleja en la serie. Los personajes evolucionan, por supuesto, pero es esa lealtad a la terquedad de sus decisiones lo que mantiene la ficción en pie y hace que la trama sea compleja. Sin este compromiso a sus principios, Daenerys ya habría llegado a Poniente, los Caminantes Blancos ya habrían arrasado Invernalia y los Lannister habrían pagado sus deudas con la justicia en la segunda temporada. Un recurso perfecto y habitual en la ficción para no ir directo al grano, alargar la historia y que el espectador no pierda admiración por los protagonistas y sus causas.

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La temporada comienza como las tres precedentes, con un capítulo de introducción, sin prisas, recolocando piezas y dejando alguna en el limbo: tranquilidad, la odisea de Arya, una más para la sufrida Stark, comienza la semana que viene. Y plantea un augurio, recalcado por varios personajes: una gran guerra está por venir. Y no parecen referirse precisamente a la lucha por el Trono de Hierro. Cersei y Jaime despiden a su padre, con la lúgubre melodía de Las lluvias de Castamere de fondo. Desembarco del Rey se encuentra en un punto crítico: su rey acaba de morir, el nuevo monarca es muy joven, la prometida de éste cada vez demuestra más ambición y hay una nueva presencia religiosa (y poderosa) en la ciudad: los Gorriones.

Tras llegar clandestinamente a Pentos, Varys tienta al atormentado Tyrion para que le ayude a instalar a los Targaryen de nuevo en el trono. Daenerys se encuentra en la lejanísima Meereen con cada vez más trabas internas para llegar a Poniente. En el Muro, Stannis Baratheon quiere obligar a los salvajes, a través de Jon Nieve, a unirse a su ejército para asegurar el dominio del norte. Y la reconversión de Sansa Stark en un personaje más oscuro sigue siendo un misterio tras el primer episodio. Pero esta es una de las tramas que ya sobrepasan a los libros publicados hasta la fecha. Esa es una de las expectativas de la nueva temporada: ver cómo la serie sobrepasa lo contado en los libros y que nadie sepa hacia donde va la historia.

Cersei representa la infelicidad de los miserables, los que son incapaces de cambiar. No puede huir de una profecía que parece que hará que pague sus deudas (no las monetarias precisamente). Jon es la nobleza y la honradez, aunque ello implique lo que parece deslealtad. ¿Cómo afectará su acción piadosa con Mance Ryder a su relación con Stannis? El aspirante Baratheon es la búsqueda de poder a través del fanatismo y el sometimiento. Daenerys simboliza la firmeza ante la libertad, aunque ello implique equivocarse. Sansa es la reacción ante la sumisión. Varys y Tyrion son la clave de este episodio. El primero representa el idealismo; quiere lo mejor para Poniente (“una tierra donde los poderosos no se aprovechen de los débiles”) y algunos de sus pensamientos que se pueden aplicar a la actualidad: “Hemos crecido tan acostumbrados al horror que hemos asumido que no hay otro modo”. El segundo es el pragmatismo, con tintes de compasión y culpa.

Fiel a sí misma, Juego de tronos no necesita cambiar, no necesita innovar, nadie se lo pide... de momento. La maquinaria sigue bien engrasada.

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