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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ciudadanocuatro

No es lo mismo quebrar la privacidad que cargarse las libertades civiles y así el espionaje, que siempre ha tenido que pugnar por evitar las revelaciones y someterse a la justicia, puede ahora ejecutarse con descaro

David Trueba
Edward Snowden durante una entrevista con Glenn Greenwald en el documental 'Citizenfour' de Laura Poltras, ganador de un Oscar
Edward Snowden durante una entrevista con Glenn Greenwald en el documental 'Citizenfour' de Laura Poltras, ganador de un Oscar

Ciudadanocuatro es el nombre que se dio a sí mismo Edward Snowden para dirigir mensajes encriptados a la documentalista Laura Poitras y es el título de la película recién estrenada que retrata el origen del escándalo del espionaje indiscriminado norteamericano. Pero es un nombre que quiere explicar la actitud indignada de un ciudadano anónimo ante lo que considera excesos de los servicios secretos en una democracia. La película termina por contar los mecanismos de prensa y opinión pública a raíz de los chivatazos de un infiltrado. Esa era la zona de sombra en los relatos, porque para la ficción heroica el chivato no tenía nada de encomiable ni fotogénico, pero la realidad es otra. Snowden, como antes la soldado Maning, promueven un concepto de patriotismo radical, donde por encima de los intereses de tu país se sitúan los valores democráticos.

Jacob Appelbaum, uno de los expertos consultados en el proyecto, propone un interesante dilema. Según él, ahora llamamos privacidad a lo que antes conocíamos como libertad. No es lo mismo quebrar la privacidad que cargarse las libertades civiles y así el espionaje, que siempre se ha ejercido, pero siempre ha tenido que pugnar por evitar las revelaciones y someterse a la justicia, puede ahora ejecutarse con descaro. La amenaza terrorista, presente hoy en la conciencia colectiva en más alto grado que nunca, ha logrado que una gran parte de la ciudadanía no vea con escándalo estar sometida a un espionaje masivo. Las redes tecnológicas lo permiten y muchos asumen la pérdida de privacidad como un peaje inevitable.

Es irónico que Snowden recorriera en su huida dos países ejemplo del nulo respeto a la disidencia y los derechos civiles, como el Hong Kong bajo paraguas chino y la Rusia de la Putincracia. También que sus intermediarios mediáticos reciban el Pulitzer y el Oscar mientras él está en busca y captura, amenazado en caso de regresar con pudrirse en prisión al modo de la soldado Maning. El escándalo es así atenuado, con galardones y apariencia de normalidad. Más allá de la paranoia, subtema del documental o quizá único argumento, sorprende la naturalidad con la que la sociedad libre ha aceptado someterse a un ojo escrutador, un nuevo Dios tecnológico encarnado por Gobiernos a los que estúpidamente considera paternales y desinteresados.

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