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El hombre que fue jueves
Columna
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En el corazón del dolor

Marcos Ordóñez

Pero Medea mata a sus hijos, le digo. Esa es la principal diferencia con otras heroínas trágicas. ¿Cómo asumimos eso? “Es que es inasumible”, me dice Andrés Lima, que está ensayando la obra en la Abadía. “Ni Eurípides, ni Séneca, ni Anouilh, ni Heiner Müller, ninguno de los que se ha acercado a ella tiene respuesta. Séneca podría haber dado una enseñanza moral y acaba enamorado de alguien tan contrario a lo que predica. Yo creo que le fascina la vida que hay en su contradicción, porque refleja al ser humano. Esa mujer, abandonada, exiliada, a la que le han quitado los hijos, alberga todo el pesar del mundo, y sin embargo opta por la destrucción, por la venganza más salvaje. Está muerta y quiere que todo muera a su alrededor. Te conmueve y te repele. Medeahabla de hasta dónde somos capaces de llegar. Las tragedias se abisman sobre nuestros lados más oscuros. Para compensar todo ese horror está la belleza del texto, la sofisticación de la escritura”.

Lima ha optado por la versión de Séneca, más seca, más concentrada. Pero en el montaje, me cuenta, utiliza también fragmentos de Eurípides, y de Müller, y textos propios. Y, a guisa de prólogo, un fragmento de la Teogonía de Hesiodo, “para hablar de ese universo mítico que es anterior a la visión cristiana de la culpa y el castigo”.

La diferencia entre Medea y el resto de heroínas trágicas es que ella mata a sus hijos

Y, sorpresa, canciones de Veloso: “Tierra, para esa madre que engendra y mata, y Tonada de luna llena, que tiene una mezcla de belleza y violencia”. Hablamos de la eterna dificultad de los coros. “Es un invento maravilloso”, me dice, “ese grupo de gente que entra y sale de la historia y manifiesta su punto de vista. He buscado un coro de niños, sombras filmadas y proyectadas, como el permanente recuerdo de esas muertes. Grabamos ochenta voces del Coro de Jóvenes de Madrid, sobre partitura de Jaume Manresa, y Joana Gomila canta la parte solista”.

Aitana Sánchez-Gijón es Medea. Laura Galán es la nodriza. “Los ensayos no pueden durar más de tres horas, porque Aitana ha de estar siempre en el corazón del dolor, en una especie de trance obsesivo. Medea no está loca, pero bordea la locura. No es fácil llegar a eso, ni mantenerse ahí. Su trabajo me recuerda mucho al flamenco: hay una escalada similar. Intento que el texto mantenga el vuelo original y a ratos suene cotidiano, como si contempláramos a una pareja destrozada, en la cocina de su casa”.

Lima encarna a Jasón, a Creonte y al corifeo. Para este último ha querido seguir la pauta del narrador de Hamelin, de Mayorga, donde contaba el relato e indagaba en sus misterios. Pienso en el interrogador que interpretó Michael Lonsdale en La amante inglesa, de Marguerite Duras, intentando llegar a las razones de Clara Amelia Lannes para matar a su prima sordomuda, pura imagen de la inocencia. “No conozco esa función”, me dice, “pero sí tuve muy presente Pena de muerte, la película de Tim Robbins, donde empatizas con Sean Penn, el condenado, y cada tanto te van recordando su crimen. No puedes reducir a Medea al papel de asesina crónica porque es algo más, y tampoco puedes caer en la trampa de dejarte deslumbrar por ella, por su fuerza, por la intensidad de su sentimiento”.

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