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Espartaco, a hombros de Sevilla

La corrida no valió un duro, pero Sevilla acabó con la piel de gallina

Antonio Lorca
Espartaco sale a hombros por la Puerta del Príncipe, tras cortarse la coleta.
Espartaco sale a hombros por la Puerta del Príncipe, tras cortarse la coleta.raúl caro (efe)

La corrida inaugural de la temporada no valió un duro, pero Sevilla acabó con la piel de gallina, las lágrimas en los ojos y el corazón henchido de emoción. Y Espartaco, que se despedía, vivió una de las tardes más intensas de su vida, gracias, sobre todo, a la explosión de cariño que recibió durante todo el festejo. El broche de oro lo pusieron el padre y el hijo varón del torero que, al final del festejo, le cortaron la coleta entre el entusiasmo popular, y Espartaco fue izado a hombros por toreros de paisano. Y así, a hombros de Sevilla, traspasó por sexta vez en su vida la Puerta del Príncipe.

Domecq / Espartaco, Manzanares, Jiménez

Toros de Juan Pedro Domecq, -el cuarto como sobrero-, muy discretos de presencia, mansurrones, muy blandos y nobles.

Juan A. Ruiz Espartaco: pinchazo y estocada (oreja); estocada y dos descabellos (oreja).

José María Manzanares: pinchazo y estocada (silencio); estocada _aviso_ y dos descabellos (ovación).

Borja Jiménez, que tomó la alternativa: dos pinchazos y media (silencio); media estocada y un descabello (oreja).

Plaza de la Maestranza. 5 de abril. Inauguración de la temporada. Lleno de 'no hay billetes'.

La Maestranza lo recibió con una de las ovaciones más atronadoras que se hayan escuchado nunca en esta plaza. Tuvo Espartaco la despedida que merecen los grandes cuando peinan canas y lo que se les reconoce es su magisterio y sabiduría. Fue un homenaje de cariño a un torero grande que se vistió de luces, después de 14 años fuera de los ruedos, para dar una lección de solvencia y oficio y desgranar gotas del mejor toreo, ese que almacenó a lo largo de una extensa y exitosa carrera.

Y el torero respondió con lo más exquisito de su veteranía y el poso de su conocimiento, y toda su actuación fue un canto al toreo pausado, a la lentitud y al regusto.

No tuvo toros, esa es la verdad; ni por presencia ni actitud. Los dos, anovillados, flojos y tan descastados como de almibarada condición, lo que permitió al toreo el relajo necesario para gustarse, en su primero, a la verónica y en un par de muletazos con la mano derecha y dos naturales, largos todos ellos, y esencia del toreo más añejo y hermoso.

Justísimo de fuerza fue ese primero, al que Espartaco entendió a la perfección y se gustó en algunos muletazos sentidos y templados. A paso de palio, tal era su bondad, embestía el torete, y la plaza disfrutó como hacía tiempo con la lección de un torero macerado por el tiempo.

Con verónicas más relajadas recibió al cuarto, más aplomado que el otro, y exprimió su cortísima embestida con la mano derecha a un animal descastado y distraído.

Como es natural, no fue la labor de Espartaco la de un torero en plenitud. No podía serlo después de tantos años disfrutando de la tranquilidad del campo. Las dos orejas que cortó no fueron el justo premio a su labor, sino la expresión de un torrente de afecto y reconocimiento. Y lo de Espartaco fue un extraordinario ejercicio de responsabilidad de un hijo de Sevilla, enorme como torero, al que esta tierra ha recibido y despedido con grandeza.

Salió a hombros del cariño de Sevilla porque toda la corrida fue un emotivo abrazo, que alcanzó su clímax cuando el torero brindó su primer toro a Curro Romero, que recibió otra cerrada ovación, y el segundo, a sus hijos, a su padre, al público y al cielo.

No pudo alcanzar el éxito esperado Manzanares, que volvía como hijo pródigo tras la espantada del año pasado, y fue recibido como si nada hubiera pasado. Su primero era un inválido y su vida se acabó en el primer muletazo. Algo más duró la existencia del otro, al que banderilleó espléndidamente Curro Javier.

En ese segundo toro de Manzanares hizo un vistoso quite por chicuelinas el toricantano Borja Jiménez, que, después, recibió al sexto con meritorias verónicas tras haberse estrellado ante el amodorrado primero, que no le permitió ni un detalle lucido a pesar de su constante porfía.

Brindó al público la muerte del sexto y lo intentó con todas sus fuerzas. Comenzó con un pase cambiado por la espalda y un par de hondas tandas con la derecha que llevaban el sello de la calidad. No pudo refrendar su labor con la izquierda por la falta de vitalidad de su oponente, pero dejó patente que le sobran afición y aptitud para sorprender en el futuro.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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