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¿Conocer más o menos a Virginia Woolf?

La monumental biografía de la autora muestra un lado comunicativo que sorprende. Bauer nos descubre el lado xenófobo y clasista entre una profusión de detalles y documentos

Marta Sanz
Retrato de Virginia Woolf en 1926.
Retrato de Virginia Woolf en 1926.Lady Ottoline Morrel

Cuando Virginia Woolf paseaba por la calle con aire distraído, la gente decía: “Mírala”. Leonard Woolf da cuenta de la doble faz de una persona a la vez ridícula y bella. Absolutamente fascinante. Quizá el propósito de Irene Chikiar Bauer al escribir esta biografía monumental sobre una de las más grandes escritoras del siglo XX consista en entender, a través del análisis del ingente acervo de documentos de Virginia Woolf y de parte de los integrantes del grupo de Bloomsbury, la complejidad de una mujer peculiar por sí misma que es simultáneamente un fruto reconocible de su época. El resultado es el mismo que se produce cuando en una novela se acumu­lan los detalles para construir un personaje: la asequibilidad de lo esquemático cede ante la bruma; el carácter revelador y subjetivo del impresionismo —el ojo que selecciona según comprende o comprende a medida que selecciona— deja paso a la minuciosidad de ese hiperrealismo que, en su recreación de cada arista, pelo, sombra, produce opacidad y se acerca a la abstracción. Chikiar Bauer consigue sustraer a la gran figura de Bloomsbury —con perdón de Keynes— de la espectacularización del icono que ha llegado a hacer de su imagen una mariquitina o un punto de lectura. Al acabar este libro no sabemos si conocemos más o menos a Virginia Woolf y nos formulamos las preguntas de a quién va dirigida esta biografía y, sobre todo, de cómo la debemos leer: con el impulso fascinante de la novela río, con demorada lente académica o picoteando a la búsqueda de informaciones específicas de cualquier índole —puro cotilleo, apunte filológico, dato histórico—.

La biógrafa revisa los diarios y la correspondencia de una autora que llegó a escribir siete cartas diarias: tal exceso nos suscita la duda de si Virginia Woolf escribió tanto por su deseo de encontrarse con el otro o por esa modalidad del onanismo que, a través del ejercicio mental de la escritura, persigue el autorreconocimiento. A diferencia de autores que han buscado ocultarse y escatimar detalles de su intimidad —fantasmagorizarse en vida—, nos sorprende el lado social y comunicativo de una Virginia Woolf que suele sernos presentada en sus facetas más introspectivas y delirantes. El celo de la biógrafa es casi tan grande como el de Virginia Woolf e incluso visibiliza las peculiaridades de la defecación de la escritora. Chikiar Bauer nos descubre el lado xenófobo, esnob y clasista de una mujer que tenía prejuicios contra los judíos, pero se casó con uno. Acaso la conciencia de posteridad de Virginia Woolf puede ser otra de las razones para entender qué la condujo a producir esa mastodóntica cantidad de textos autobiográficos. No obstante, lo trascendente es la metodología de Chikiar Bauer que los utiliza como las miguitas de Pulgarcito: por una parte, da la impresión de que la biógrafa no hubiese escrito ni una sola línea sin haber consultado una prueba documental y conoce detalles tan asombrosos como el de que el fuego estaba encendido cuando Julia, madre de la autora, aceptó casarse con Leslie. Por otra parte, ante estas pinceladas de ambientación, los lectores más ortodoxos académicamente pueden llegar a inquietarse cuando las expectativas que desencadena Virginia Woolf. La vida por escrito derivan hacia lo libresco.

El contorno de Virginia Woolf y el fondo del cuadro se presentan como indisolubles y dan sentido a la palabra queer. La escritora londinense era completamente queer y su extrañeza se vincula con su sexualidad, que camina entre lo frío y lo ambiguo, entre las experiencias traumáticas de abuso sufridas en la infancia y una virginidad que se prolonga hasta casi los 30 años, y que ella quiere superar fundamentalmente porque piensa que no conocer esa parte de la vida puede ser un lastre para su escritura. La extrañeza de Virginia conecta con su deseo truncado de ser madre; con la dependencia y la competición permanente con su hermana Vanessa —carnalidad, maternidad, calidez—; con esos episodios patológicos en los que oía hablar en griego a los pájaros; con su vocación espeleológica, su autoexigencia y su afán de experimentación. Precisamente uno de los aspectos más sobresalientes de este volumen es la inteligencia con que Chikiar Bauer va enlazando la biografía de Virginia con su concepción del lenguaje y la literatura, con sus novelas y ensayos. Se observa el proceso de evolución de una escritora y una mujer vital. La extrañeza de Virginia Woolf se relaciona también con el imperativo de ser una mujer, pero escribir como un hombre: Un cuarto propio, Orlando, la consigna de huir del imaginario victoriano del ángel del hogar, la reivindicación de que lo privado es político o de que las muchachas deberían beber vino, la conveniencia de alejarse de la cocina para que la escritura no se convierta en un vómito sensiblero de emociones… Chikiar Bauer, partiendo de los estudios de Leah Leone, se aproxima al peliagudo asunto de cuál hubiese sido la repercusión de Virginia Woolf en los autores del Boom si en las traducciones que Borges hizo de sus obras no hubiese alterado las cuestiones de género y neutralizado hasta cierto punto su efecto transgresor.

El fondo del cuadro se completa con una galería de personajes de una entidad indiscutible: Henry James, Leonard Woolf, Vanessa Bell, Katherine Mansfield, Roger Fry, T. S. Eliot, James Joyce, Vita Sackville-West, Ethel Smyth, Lytton Strachey, Dora Carrington… Al fondo de la imagen, pero tal vez mucho más dentro de sí misma de lo que la propia escritora hubiera deseado, aparece la guerra, el nazismo, el racionamiento, la falta de combustible, la percepción de que no hay futuro, las dificultades para escribir, el miedo a la locura, la renuncia a los placeres de la vida —caminar, conversar—, la impresión horrible de que el esposo y la hermana se alejan… Entonces aparece el río turbulento, una pesada piedra y una necrológica donde el suicidio de Virginia Woolf casi se interpreta como una imperdonable falta de patriotismo. Irene Chikiar Bauer lo cuenta bien.

Virginia Woolf. La vida por escrito. Irene Chikiar Bauer. Taurus. Madrid, 2015. 952 páginas. 23,90 euros.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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