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Flautas japonesas ‘made in Spain’

José Vargas aprendió en Nagano a construir shakuhachis que ahora fabrica en su taller

José Vargas, con las flautas que fabrica en el sierra de Gredos.
José Vargas, con las flautas que fabrica en el sierra de Gredos.Álvaro García

En el piso de Chamberí de José Vargas, una hilera de flautas de bambú se apoya contra la pared lejos de las ventanas. Hay que cuidarlas, si están demasiado expuestas al calor o al sol podrían llegar a reventar. “Yo soy guitarrista y trabajaba mucho con ordenadores, pero buscando añadir sonidos naturales empecé a localizar instrumentos étnicos y me topé con el shakuhachi. Compré uno por Internet en una subasta y en cuanto lo tuve en las manos, su sonido me sacudió”, cuenta Vargas. Ahora los fabrica en su taller de la Sierra de Gredos como riguroso sensei. Hasta tiene un nombre: Seizan; que significa Montaña del Oeste.

El origen del shakuhachi no está muy claro. Instrumento japonés, algunos dicen que de origen legendario, se cultiva al amparo del budismo zen como ayuda a la meditación. Instrumento de culto y portador de lo que los monjes nipones llamaban “música de dentro”. “Una secta del budismo zen empezó a usar el shakuhachi como forma de meditación y en los monasterios se fueron creando una serie de piezas”, comenta. Luego llegó su uso por un grupo de antiguos samuráis que ya no tenían señor al que servir, “monjes itinerantes a los que les permitían llevar armas, monjes del vacío y de la nada, con una cesta en la cabeza para ocultar su identidad. Se mantenían pidiendo, pero ya tocaban el shakuhachi. Llega un momento en el que se prohíbe el shakuhachi y se persigue a la orden. A finales del siglo pasado se pide permiso para utilizarlo de nuevo dentro de un contexto puramente musical”, relata Vargas, que dice que algunos grupos pop lo están utilizando ahora para dar profundidad a su instrumentación, al igual que los compositores de música contemporánea.

Para aprender a hacer estas flautas de cinco agujeros —miden un pie y ocho pulgadas, que es lo que significa shakuhachi— Vargas tuvo que irse a Japón, a un taller en el que le decían que podía construirse una en dos días. Llegó allí como un “demonio extranjero” y pensó que necesitaba aprender directamente de un maestro en su taller. “Los que hacen estos instrumentos primero se pasan varios años como aprendices. Yo me puse en contacto con Shikuza, que vive en las montañas de Nagano, en un taller al que se llega por un camino de tierra. Fue hace 10 años. Allí admiten que lo hagas un poco de aquella manera porque tienes que aprender en semanas lo que ellos tardan años. Con los extranjeros son más flexibles”, prosigue el constructor de flautas.

El proceso de creación de estos instrumentos no es fácil. Hay que desenterrar el bambú, que no cortarlo. Tarda unos 60 años en crecer, y la última vez que su tamaño fue idóneo para hacer estas flautas fue en los ochenta. “Ahora buscamos algunos que nazcan en terrenos pedregosos o faltos de agua, para que estén atrofiados y sirvan para hacer flautas”, dice Vargas, que o bien cosecha él mismo el bambú en Japón o le encarga a su maestro que se lo envíe desde allí. Luego hay que limpiarlo bien, por dentro y por fuera, pasarlo por las brasas para que pierda el aceite y su tono verde, y después llega el momento delicado de perforar. “He conocido a maestros japoneses que han dejado de hacerlos porque se ponían de los nervios. Nunca tienes la seguridad absoluta de que no te va a salir un agujero mal”, afirma.

Hacer una flauta de concierto —una vez limpio el bambú— le lleva unas 10 o 12 horas, debido a que trabaja con maquinaria y no solo con las manos como hacen los artesanos, y luego las vende por precios que van de los 30 a los 100 euros. Ahora, una vez interiorizado el repertorio japonés, se propone traer el instrumento a los sones patrios. “Puedes tocar todo tipo de música, me gusta transcribir piezas tradicionales españolas para tocarlas con el shakuhachi. Ahora voy a atreverme con el flamenco y camaronear con el instrumento”, concluye Vargas.

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