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Chica de todos los tiempos

Relato autobiográfico escrito en 1901 por la canadiense Mary MacLane, las editoriales han rescatado a su autora como “la primera bloguera”

Para atraer lectores del siglo XXI hacia este relato autobiográfico escrito en 1901 por la canadiense Mary MacLane, las editoriales que lo han rescatado posicionan a su autora como “la primera bloguera”. Es una opción posible, pero el lector potencial a quien este reclamo chirríe puede abordar placenteramente el texto desde otras vías. Si he de elegir un cebo para despertar la curiosidad acerca de Mary MacLane, me decanto por llamarla “la sobrina secreta de Walt Whitman”, ya que el autorretrato que esboza a lo largo de Deseo que venga el Diablo —ella misma aclara que su proyecto no es tanto un diario como un “retrato”— se encuentra a caballo entre la prosa y una poesía exaltada de versos largos que en ocasiones hace pensar en Whitman. A MacLane, al igual que al poeta estadounidense, le conmueve y asombra la naturaleza e incluso lo variopinto del pueblo donde reside: Butte, una localidad de Montana de menos de 2.000 habitantes. Es en la conexión con lo infraordinario donde la prosa resulta de verdad “envolvente”, y empleo ex profeso este adjetivo tan sobreutilizado porque al aplicarlo a este texto recupera su pleno significado, ya que MacLane enreda al lector, en el mejor sentido, con su destreza lingüística.

Al comenzar la lectura es pertinente recordar que este dietario fue escrito en 1901 por una muchacha de 19 años. Eso evitará que el lector frunza el ceño al leer los elogios que se prodiga MacLane en ocasiones (“Mi originalidad es encantadora. Mi frescura es deliciosa. Mi naturaleza bohemia aturde a cualquiera”). Pero cuando menos lo esperamos, la potente voz de la autora sale por la trastienda y, en medio de su búsqueda de lo que llama “el omniporqué” de las cosas, lanza con ademán impasible un “Todo es distinto después de una comida satisfactoria, el mundo cambia de color y la vida, en suma, se reduce a dos cosas: un buen chuletón de Omaha vuelta y vuelta y unas cebolletas frescas de California”. Es memorable el episodio en tono de clase magistral cómica sobre el arte de comer aceitunas (“Se ha instaurado una monarquía absoluta y la aceituna verde ocupa el trono. (…) Quitad allá, pálidos y sombríos fantasmas de la dispepsia —exclama mi Estómago—.”). No le quita ningún mérito el que, nueve años después, en el epílogo a este “registro de tres meses de vaciedad”, MacLane reniegue de ese y otros episodios, fiel a su principio de cabecera: “Lo más grande que una puede hacer en literatura es lograr decir lo que quería decir”. Es decisión del lector tomar este libro como una ficción o como el retrato de una adolescente de principios del siglo XX. En ambos casos, la autora convence, con la colaboración del prólogo entusiasta de Luna Miguel y de la pulcra traducción de Julia Osuna Aguilar, que no provoca sobresaltos en el lector.

Deseo que venga el Diablo. Mary MacLane. Prólogo de Luna Miguel. Traducción de Julia Osuna Aguilar. Seix Barral. Barcelona, 2015. 222 páginas. 18,50 euros.

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