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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mundial

Pienso cosas absurdas cuando leo la surrealista noticia de que el Mundial de Qatar se celebrará entre noviembre y diciembre. Pero deduzco que no es absurdo, sino de un pragmatismo feroz

Carlos Boyero
Joseph Blatter
Joseph Blatter

¿Cuántos sestercios, denarios o áureos tenía que soltar el personal por un asiento en el Coliseo romano para ser testigos de los degüellos entre gladiadores o los leones zampándose a los subversivos cristianos? ¿O la entrada era gratis (deduzco que habría hostias en la cola), un regalo innegociable del poder hacia su amada plebe? ¿Los grandes negocios se hacían en el palco del Coliseo, o por inexcusables razones de educación y buenos modales la atención de la nobleza, los políticos y los empresarios se centraba exclusivamente en la adictiva sangre que se vertía en la arena, dejando el ancestral “yo te doy si tú me das” para después del espectáculo, cuando estuvieran ciegos de vino y de sexo en las bacanales? ¿Cobraban un pastón los destinados a matar o a morir, o los tenían a pan, agua y algún compensatorio polvo con las esclavas? ¿Qué porcentaje se llevaban los agentes y los que organizaban el adrenalínico circo?

Pienso en cosas tan absurdas cuando leo la surrealista noticia de que el Mundial de Qatar se celebrará entre finales de noviembre y diciembre. Pero dándole vueltas al asunto deduzco que no es absurdo, sino de un pragmatismo feroz. El que impone el dinero excesivo para todo tipo de cuestiones humanas, incluidas las deportivas. Pero, ¿es el fútbol un deporte? Un grupo de bebés se parten de risa con mi interrogante y me suplican que no les vacile impunemente, que hasta ellos saben que es un bisnes de proporciones monstruosas, una droga con efectos duraderos que consume el 90% de los seres humanos. Y vete a saber si también se colocan con ella en otras galaxias.

Si la riqueza ilimitada tuviera lícitos anhelos publicitarios, podría lograr que se celebrara un Mundial de Fútbol en la Antártida, en el desierto del Sáhara, en el polo norte. Que se celebrara en invierno o en verano sería trivial. Solo es cuestión de negociar con ese señor tan limpio y dicharachero llamado Blatter y con su honorable familia, llamada FIFA, dedicada a una única misión: hacernos felices a casi todos.

Lo más divertido de esta decisión tan audaz será observar la guerra (sin prisioneros y a la yugular) entre la FIFA, la UEFA y los dueños de los grandes clubes en nombre de la pasta. Qué pena si se devoran mutuamente.

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