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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A callar

La exigencia de clausurar la boca ajena la ha practicado tradicionalmente el poder con todos sus obligados súbditos

Carlos Boyero
El ministro Pedro Morenés
El ministro Pedro Morenés

Ese gesto arrogante y amenazador de llevarse el dedito a la boca exigiendo a los que te rodean que se callen, que ya no disponen de ninguna razón para expresar lo que piensan, es un gesto que repiten notablemente en los últimos tiempos al marcar un gol los futbolistas que en algún momento se han sentido humillados y ofendidos por la grada, o convencidos de su intocable condición divina, o enamorados de las reivindicaciones grotescas ante alguna antigua o reciente queja del populacho sobre su juego.

La exigencia de clausurar la boca ajena la ha practicado tradicionalmente el poder con todos sus obligados súbditos. Antes, la impunidad del padre, el marido, el educador, era absoluta para cerrarle la boca a hostias al hijo, a la esposa, al alumno que osara protestar. El maltratador tenía bula aunque sus víctimas estuvieran calladas. Porque la letra con sangre entra, el que bien te quiere te hará llorar y no sé cuántas institucionalizadas salvajadas más. O sea, te esclavizo, te degrado, te violo, te pego o te mato no solo porque quiero, sino porque puedo. Ahora, el viejo y repugnante esplendor del maltrato al débil ofrece cierto peligro (de acuerdo, hay mujeres viles que joden a sus parejas con calumnias de agresión), pero las estadísticas demuestran que esa condena tan viril de “la maté porque era mía” sigue gozando de buena salud. Y siempre son los tíos los que asesinan a sus parejas. Casi nunca al revés.

El ministro de Defensa, ese señor tan fino, también cree tener derecho a sellar la antipatriótica y subversiva boquita de la diputada que le exige cuentas en el Parlamento por el continuado y libre acoso sexual de un superior y el silencio de todo cristo del gremio contra una oficial que se atrevió a denunciar felonía tan cotidiana. Igualmente, acusa a la parlamentaria preguntona de bajeza moral por intentar pringar al sagrado ejército que vela por todos nosotros en prácticas tan infames.

A lo peor, es cierto lo que denunció la acosada. Pero sería un caso aislado. Todos sabemos que lo esencial en el ejército es la autoridad, la disciplina y la justicia. Que la ley del silencio no existe. Que las mujeres, macizas o desfavorecidas, y los maricones, reciben el mismo trato que los guerreros machotes. Que el que la hace, incluidos los mandos supremos, la paga.

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