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LA PELÍCULA DE LA SEMANA | puro vicio
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué es esto, Paul Thomas Anderson?

Voy a leer la novela de Thomas Pynchon para saber si es tan vacua como la película

Carlos Boyero

Sé de muchos lectores fervorosos de Thomas Pynchon. Incluso, algunos están convencidos de que ha escrito o va a escribir la gran novela americana. Qué manía le ha dado al personal con ese eufemismo de la gran novela americana. Resulta que todos los años tres o cuatro autores logran el insólito prodigio de crear la gran novela americana. Ay, señor, señor, si Scott Fitzgerald levantara de la tumba su alcoholizado organismo. Aunque no comparta ese contracultural entusiasmo hacia la obra de Pynchon, me dispongo a hacer los deberes. O sea, comienzo a leer Vicio propio, su penúltima novela.

PURO VICIO

Dirección: Paul Thomas Anderson.

Intérpretes: Joaquin Phoenix, Josh Brolin, Owen Wilson, Katherine Waterston, Reese Witherspoon.

Género: drama. EE UU 2014. Duración: 148 minutos.

Lo hago, entre otras cosas, para descifrar el enigma de si el material literario que ha adaptado al cine Paul Thomas Anderson es tan vacuo, insoportable, absurdo, inútilmente kilométrico como su película.

Y supone una sorpresa. Ingrata, por supuesto. Solo te puede decepcionar alguien del que esperas cosas buenas, con talento contrastado. Y este director lo posee, aunque aquí se haya esfumado. Boogie nights y Magnolia me parecen tan esplendidas como turbadoras. En The master existe un clima enfermizo y un actor (descansa en paz, Philip Seymour Hoffman) que me fascinan y hay otras cosas que me gustan menos. La primera parte de Pozos de ambición tiene algo hipnótico; la segunda y, sobre todo, el desenlace, son un desbarre absoluto e irritante. Que se le hayan vuelto a alborotar lamentablemente las neuronas no es nuevo. En Embriagado de amor me puso de los nervios.

Puro vicio (no les debe gustar a los tituladores lo de Vicio propio) se desarrolla en Los Ángeles a comienzo de los setenta. Se supone que todos los personajes andan colgados de alguna sustancia —caballo, coca, maría, metanfetamina—, pero hay cuelgues y cuelgues; no está garantizado que lo que dicen sea ingenioso y excéntrico (aunque lo pretenden), y apasionante lo que les ocurre. El protagonista es un detective que está fumado desde que se levanta y acostumbrado a perder. Nada que ver con Spade, Marlowe y Archer. Pero es inevitable asociarlo con El Nota, el pintoresco e inolvidable personaje de El gran Lebowski. Tanto él como los delirantes asuntos en los que se metía, acompañado de sus indescriptibles colegas, eran muy divertidos, los Coen en estado de gracia.

Los parecidos terminan en que ambos son californianos jipiosos pegados todo el rato a un canuto. Aquí, el rastreo que este hace de crímenes, desapariciones, enigmas de antiguas novias, negocios turbios, relaciones con un policía más patético que surrealista, sectas en busca de la percepción extrasensorial y otras monerías de la época, está narrado de forma plomiza y sin que sepas de qué te está hablando el director, qué pretende con este disparate sin gracia. ¿Y el rarito Joaquin Phoenix? En su salsa. El tormento dura dos horas y media. Y crees que no va a terminar nunca.

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