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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Conciencia y escalivada

El 'Imprescindibles' que le dedicó La 2 el pasado viernes fue tan espléndido como se preveía: Marsé siempre da juego desde la sencillez y el antidivismo que le caracteriza

Ángel S. Harguindey

Ver a Juan Marsé —el más barojiano de nuestros escritores— firmando ejemplares de sus libros y recordar una anécdota suya es todo uno: estaba firmando su premio Planeta, La muchacha de las bragas de oro, en unos grandes almacenes cuando se acercó una señora y le preguntó que cuanto valía. Marsé, desconcertado, se giró de su silla para preguntarle al empleado de la editorial que le acompañaba cuando la señora, sin darle respiro, le dijo: "No, no, el libro no, ¡la mesa!". Después de aquello decidió que no haría nunca más promoción de sus novelas.

El Imprescindibles que le dedicó La 2 el pasado viernes fue tan espléndido como se preveía: Marsé siempre da juego, y lo hace desde la sencillez y el antidivismo que le caracteriza. En uno de los actos que conlleva el recibir el premio Cervantes (leitmotiv del programa) una periodista le pregunta que a qué va a dedicar un tiempo en los preparativos de la mañana del premio, y el escritor le contesta: "le voy a dedicar bastante tiempo al nudo de la corbata, la verdad".

El programa recorre la vida y la obra del escritor intercalando algunas escenas del ceremonioso acto y discurso en Alcalá de Henares y opiniones varias de escritores que le quieren y admiran: Javier Cercas, Sergi Pámies, Joan de Segarra, Martí Gómez, Josep María Cuenca y Martín Garzo, entre otros. Marsé ha conseguido, probablemente sin proponérselo, lo más difícil: el respeto del gremio y el favor del público.

Y al hablar de su vida y su obra, naturalmente, surgen la posguerra, el cine de barrio, los amoríos, Paris, los derrotados, los pijoapartes y, sin duda, sus dos mujeres más importantes: Joaquina, su compañera, y Carmen Balcells, su agente literario y a la que —recordando a Groucho Marx— dejó asignado el que le dieran el 10% de sus cenizas.

Nada mejor para terminar que el recordar la dedicatoria de una de sus novelas a su padre: "A Pep Marsé, mi padre, que me enseñó a combinar la concienciación con la escalivada", una forma espléndida de acabar de una vez por todas con los hipotéticos problemas de la identidad nacional.

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