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LIBROS / ENTREVISTA

Per Olov Enquist: “Suena cursi, pero un libro me salvó la vida”

Novelista y dramaturgo de éxito, el autor sueco pensó que el alcoholismo no le dejaría volver a escribir. Ahora publica sus memorias y la novela de su "resurrección"

El escritor Per Olov Enquist, retratado en Estocolmo.
El escritor Per Olov Enquist, retratado en Estocolmo.Soren Andersson (afP)

Más que levantarse para saludar, Per Olov Enquist se despliega desde el sillón hasta sus casi dos metros. No aparenta los 80 años que tiene ni los récords que lleva a la espalda: los 1,96 metros que le valieron en 1959 la quinta plaza en salto de altura durante los campeonatos universitarios mundiales de atletismo; las 30 lenguas a las que están traducidas sus novelas; los 225.000 dólares que invirtió un productor en 1977 para montar en Broadway La noche de las tríbadas, la obra que lo convirtió en el dramaturgo sueco más representado del siglo XX; los 1,91 gramos de alcohol que cargaba cada litro de su sangre cuando llegó al primero de los tres centros de rehabilitación por los que pasó en los años ochenta. Tras huir de dos de ellos, el paso por el tercero lo sacó del hoyo. La redacción torrencial de las primeras 30 páginas de La biblioteca del capitán Nemo en el sanatorio danés de Kongsdal le demostró que la bebida no le había arrasado el cerebro: “Suena cursi, pero un libro, ese libro, me salvó la vida”.

Teatro

En 1975 Per Olov Enquist escribió La noche de las tríbadas, su primera obra de teatro (hay traducción española en la editorial Nórdica a cargo de Francisco J. Uriz). La terminó en 11 días para analizar dramáticamente la feroz misoginia de August Strindberg y una posible relación homosexual de su mujer. Para su sorpresa, fue un éxito mundial. Uno de los momentos más divertidos de sus memorias narra la delirante preparación del estreno en Broadway en 1977. Puro Birdman. En Nueva York, "el vertedero más fascinante del mundo", Enquist trabajó con dos actores fetiche de Ingmar Bergman: Max von Sydow y Bibi Andersson. La mala crítica de The New York Times condenó la función al fracaso pero no evitó que la obra se estrenara en medio mundo, incluido el bloque del Este menos la Unión Soviética. Cuando el agente del escritor preguntó a las autoridades, recibió esta respuesta: "Aquí no interesa. En la URSS no hay lesbianas".

Publicada en Suecia en 1991, la aparición en España de esa novela salvadora coincide con la traducción de Otra vida, sus memorias, una cumbre del género autobiográfico y uno de esos libros que habría que dar a un marciano para explicarle la vida en la Tierra en la segunda mitad del siglo pasado. Enquist vivió en Berlín la tensión de la Guerra Fría, en California las protestas contra Vietnam, y en Múnich, ya como cronista estrella, el asesinato de los atletas israelíes durante los Juegos Olímpicos de 1972. “Solo cuando pasa el tiempo eres consciente de que aquello era el centro de algo”, dice sentado en las oficinas de Norstedts, su editorial, en Estocolmo. Jugueteando con una taza de café ya vacía, Enquist cuenta que se decidió a escribir sobre su vida porque en una mudanza encontró tres cajas llenas de cartas. Algunas sobre episodios que recordaba bien, otras sobre días que se le habían borrado: “La memoria funciona como esos calendarios de adviento que abren ventanitas con una sorpresa. Tienes cierta información, pero hay que zambullirse para sacar algo”. Lo que sacó él es la historia de un hombre nacido en septiembre de 1934 en Hjoggböle, una aldea a mil kilómetros al norte de la capital sueca. “Tiene ochenta habitantes pero ha dado cinco escritores”, explica con una sonrisa. “Bueno, seis si contamos a Stieg Larsson, que era de cerca de allí: su padre era de mi edad y jugábamos juntos; al hijo no llegué a conocerlo”. Enquist tiene, además, una teoría para tal abundancia de literatos: “Era un sitio muy aislado, y la endogamia produce locos y artistas”.

En ese pueblo se desarrolla La biblioteca del capitán Nemo —una historia de infancia— y allí arranca Otra vida, que se cierra con lo que Enquist llama sus “años con el alcohol”. Dos cosas llaman la atención de esas memorias: la crudeza del autorretrato y el hecho de que estén escritas en tercera persona. “Empecé usando el yo, pero no funcionaba”, explica. “Era demasiado doloroso y todo sonaba dramático o pintoresco. Con la tercera persona gané distancia y capacidad crítica. Puedes ser más sincero. Ese del que estaba escribiendo a veces era odioso, pero a veces me caía bien”. Paradójicamente, el relato de su alcoholismo fue, dice, el “más fácil” de escribir: “Acabé esas 150 páginas en tres semanas, espontáneamente, sin autocensura. Y no toqué una coma. Me di cuenta de que no podía escribir esas memorias sin contar mi historia con el alcohol. Fueron 10 años y estuvo a punto de matarme. En Islandia estuve cerca de morir, y matarse bebiendo es terrible. Mejor pegarse un tiro”. En Islandia, aislado en la nieve, estaba el segundo sanatorio en el que ingresó. Le quitaron incluso los zapatos para que no se escapara. Aun así, se fugó una noche.

Novela

La desinformación consiste en "tomar fragmentos de la verdad y juntarlos de una manera mentirosa". Esto dice Enquist, que en 1968 saltó a la fama en Suecia con una polémica "novela documental": Los legionarios. En ella el escritor se atrevía a arrojar luz sobre un episodio especialmente vergonzoso para su país, que lo había tapado bajo un manto de desinformación: la extradición a la URSS en 1946 de un centenar de refugiados bálticos alistados en las SS durante la Segunda Guerra Mundial. Nadie dudaba del destino que les esperaba —la muerte o la deportación—, pero nadie había querido saber qué había sido de ellos. Enquist sí. Junto al ambiente rural que marcó su infancia (La biblioteca del capitán Nemo, La partida de los músicos), la historia ha sido el otro gran filón de su obra: de La visita del médico de cámara a El libro de Blanche y Marie (ambos en Destino). Marie no es otra que Madame Curie.

Todo había empezado en París, donde vivió tres años con la segunda de sus tres esposas, una periodista danesa. La había conocido cuando ella viajó al Dramaten, el mítico teatro de Estocolmo, para entrevistarlo. Enquist canceló la cita por pura pereza pero se topó con ella al salir al pasillo equivocado. Se enamoró al instante, dejó a su mujer y a sus dos hijos y se fue a Copenhague; luego a Francia. Allí empezó a beber en serio. Los amigos le decían que era la depresión la que lo había llevado al alcohol, pero él cree que era lo contrario: “Pamplinas sobre artistas. Te dicen que es normal, que la creación te lleva a la depresión, y la depresión, a la bebida. Lo que nadie te dice es que dejes de beber de una puta vez”. Una noche viajó al estreno de una de sus obras de teatro en la ciudad alemana de Wurzburgo y se despertó en Hamburgo, a 500 kilómetros, tirado en un vagón de tren en una estación de carga. “Hora de sobreponerse”, pensó. “Era normal que contara esa historia”, insiste. Una historia que terminó un día que recuerda con toda precisión: “6 de febrero de 1990, hace 24 años. Desde entonces he estado sobrio. No he probado una gota y he escrito muchos libros cuando pensaba que no volvería a escribir”.

Otra vida se publicó en Suecia en 2008. Cayó como una bomba porque Enquist recibe en su país trato de clásico vivo: su nombre suena cada octubre para el Premio Nobel. Cuando hace cuatro años lo ganó Tomas Tranströmer, muchos pensaron en Enquist. Él pone cara de póquer: “Tranströmer es un gran poeta. Leí su primer libro con 20 años y me impresionó. En los próximos 40 ganará otro sueco, estoy seguro. Eso sí, yo estaré muerto. Tampoco me importa”. ¿La muerte? “No, el Nobel. La muerte… Mucha gente me pregunta si le tengo miedo y les digo: ‘Llevó 25 años viviendo de propina”. Según Per Olov Enquist, el shock que produjeron sus memorias se debe a que nadie en Suecia sabía de su alcoholismo: “Entre 1978 y 1993 viví en Dinamarca y nunca había escrito sobre ese tema. Sacarlo fue un alivio. El riesgo es que aquí diera lugar a un escándalo desagradable en los periódicos y así fue. Me daba igual. Estaba preparado. Mientras escribía me decía: ‘Cuéntalo como fue’. Hubo quien dijo que era valiente, pero solo estaba siguiendo el consejo de mi madre: ‘Si dices la verdad, Jesucristo te perdonará’. Dije la verdad y no sé si Jesucristo me perdonó, pero mucha gente me comprendió”.

Cine

El día de Navidad de 1987 se estrenó en Suecia Pelle el conquistador, que meses después ganó la Palma de Oro en Cannes, y en 1989, el Oscar a la mejor película extranjera. Basada en una novela del danés Martin Andersen Nexø, los créditos atribuyen la adaptación al director, Bille August. Enquist aparece como colaborador. Cuando se entera de que sus editores hablan de ambos como de "examigos", el escritor se sorprende: "¿Eso dicen? Qué raro, pero en cierto sentido es así. Él me pidió un guion para una serie de televisión. Escribí 120 páginas y le dije que no podía más. Fue en mis tiempos con la bebida. Bille me dijo que él continuaría con el resto, pero lo que hizo fue usar mi parte para la película, que es estupenda. Max von Sydow está soberbio. Lo adoro. A ambos nos educaron para ser agradables y decir la verdad, qué aburrido. En los tiempos en que ya estaba sobrio escribí Hansum y Max lo hizo muy bien".

—Y usted ¿ha perdonado a Jesucristo?

Enquist escucha sorprendido. Sabe de dónde viene la pregunta. Su madre lo educó en un pietismo extremo cuyo puritanismo pasaba por prohibirle el cine, el teatro, bailar y jugar al fútbol. Ella, que nunca supo que él se masturbaba mirando las ilustraciones del diluvio en el Génesis, es uno de los grandes protagonistas de sus memorias. Él aclara que no cree que “haya un Dios ahí arriba, ni siquiera en el piso de arriba; el cristianismo debe menos a Cristo que a san Pablo”. Eso sí, le interesan la religión y la fe. “Si te educan como a mí leyendo y releyendo la Biblia, es muy difícil desentenderse de todo eso. He visto que gente tan metida como yo en el cristianismo se rebela a los 18 años. No fue mi caso. A mí se me fue desvaneciendo. Pero te quedan las cuestiones existenciales: lo bueno, lo malo, el cielo, el infierno. No sé las respuestas, pero nunca te desentiendes de las preguntas”.

Su madre murió en 1992 y Enquist apenas va ya una vez al año al pueblo, pero admite que sus grandes influencias ideológicas han sido ella y Marx: “Toda la vida he sido socialdemócrata”. ¿Sus grandes influencias morales? La Biblia y el deporte. “Lo que te ha influido de joven no te lo quitas de encima. En el deporte aprendí el valor de las reglas”. Todavía le interesa. Vive en Vaxholm, una isla cercana a Estocolmo, y allí se ha buscado un circuito para correr a diario dos kilómetros: “Cuesta arriba solo camino, eh, que tengo 80 años. También juego al tenis, pero soy muy malo”. Al principio alternó la literatura con el salto de altura: “A la gente del atletismo le ocultaba que escribía. A los escritores, que hacía atletismo. Me ahorré las risas de los unos y el desprecio de los otros”. Fue, sin embargo, esa doble vida lo que llevó a Olof Palme a proponerle que formara parte del Consejo de Cultura sueco. Pensó, le dijo, que un deportista no sería “tan estrecho de miras como el resto de los escritores”. Enquist trabajó durante años con el primer ministro socialdemócrata, pero aclara que no eran amigos: “Nuestra relación fue estrecha pero profesional. Fue como mi servicio militar. Cuando lo asesinaron se convirtió en un mito. Todos piensan que era un intelectual, pero no, era una mente brillante. El que era un gran lector era Tage Erlander, su antecesor. Leía y comentaba cada novela que se publicaba”.

Televisión

Un año consagró Per Olov Enquist a leer los 56 volúmenes de las obras completas de August Strindberg para preparar sus clases de 1972 en la Universidad de California en Los Ángeles. "Allí los grandes debates intelectuales brillaban por su ausencia, pero brillaba todo lo demás", dice. "La playa, la vida social, la bebida". Aquellas clases lo convirtieron a él en dramaturgo. Su ilustre compatriota fue el protagonista de su primera obra, La noche de las tríbadas, en 1975, y a él consagró también una serie de televisión de seis episodios diez años después. En 2000 fue su amigo Ingmar Bergman el que llevó a la pequeña pantalla una pieza de Enquist, Creadores de imágenes, de nuevo con dos personajes históricos al frente. El encuentro entre el cineasta Victor Sjöström y la escritora Selma Lagerlöf —premio Nobel de literatura en 1909— es una sangrienta disquisición sobre el cine y la literatura, la verdad y la mentira. Y de fondo, el alcohol.

El que sí fue su amigo fue Ingmar Bergman, con el que trabajó en el teatro y la televisión. Aunque llegaron a ser íntimos, Enquist tardó en romper el muro de respeto que le inspiraba el cineasta. Todavía recuerda entre risas el ensayo de Constructores de imágenes que recrea en Otra vida: “Yo era el autor pero no me dejó asistir a los ensayos. Cuando aceptó se sentó detrás de mí para vigilar mis reacciones. En la escena más dramática me entraron unas ganas horribles de orinar, pero no podía levantarme. Él no me lo hubiera perdonado. Pensé incluso en hacérmelo encima o en dejar que se deslizara por el patio de butacas. Aguanté. Luego se lo conté y se partía de risa”. ¿Tenía sentido del humor? “Mucho. Cuando se fue a la isla de Farö hablábamos todas las semanas por teléfono, una o dos horas, de rumores y cotilleos. Al final fue una tragedia, se quedó en la isla hasta el final y la cosa ya no tuvo gracia. En el fondo odiaba aquello. Yo le decía que se fuera de allí. Dos años antes de morir empezó a buscar un apartamento en Estocolmo, cerca del Dramaten, pero estaba demasiado cansado para otra mudanza Se quedó en aquella aburrida casa, un monumento que él mismo se había construido en vida. A mí me daba miedo”.

El humor es importante para Enquist. Hasta los momentos más dramáticos de sus memorias están atravesados por una sutil retranca. ¿Es otro modo de distanciarse o su manera de ser? “La pregunta es quién soy de verdad. En mis libros trato de limar el humor, pero normalmente soy bastante gracioso. ¿Se lo parezco?”. Una cosa más atraviesa Otra vida. Esta pregunta: ¿cómo algo que empezó tan bien acabó tan mal? Enquist no tiene respuesta fuera de esas casi 600 páginas magistrales. Tal vez porque no acabó mal. En uno de sus ingresos su segunda mujer le escribió hablándole del luminoso futuro que tenían por delante. Ya no están juntos, pero Enquist habla de ella como de “una heroína”. ¿Ha sido luminoso el futuro? “Ha sido intenso. Algunos de los libros que he escrito me gustan todavía y no me he repetido, que es típico de escritor viejo. Una de las cosas que me hicieron salir del alcohol fue pensar que tenía un par de cosas por escribir. Un par. Al final ha sido un montón: novelas, teatro, dos óperas, libros infantiles para mis nietos…Y todo, de propina”.

Per Olov Enquist. Otra vida. Traducción de Martin Lexell y Mónica Corral. Destino. Barcelona, 2015. 576 páginas. 22 euros (digital: 12,99).

La biblioteca del capitán Nemo. Traducción de Martin Lexell y Mónica Corral. Nórdica. Madrid, 2015. 277 páginas. 19,50 euros.

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Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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