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“Si ha salido de esta es que tiene un ángel sobre sus hombros”

Los curiosos acuden a ver el avión de Harrison Ford, asombrados por la pericia y la suerte del héroe de acción en la vida real

Pablo Ximénez de Sandoval

“La gente famosa te hace hacer locuras”. Como dejar todo lo que estás haciendo, meterte en un coche y atravesar Santa Mónica en hora punta para ver el lugar donde se acaba de estrellar con una avioneta Harrison Ford. Eso hicieron Shadee Griurgius y su amigo Shervan Delban, estudiantes en la ciudad playera de Los Ángeles, que el jueves por la tarde intentaban hacer la mejor foto posible de los restos del avión junto a la valla del campo de golf. No habían nacido cuando Ford blandía su látigo, pero ambos se declaraban fans del actor. “La única razón por la que vamos a Disneyland es para montarnos en la aventura de Indiana Jones”. Los curiosos como ellos que se acercaban al lugar del accidente compartían su admiración por Ford, pero sobre todo el asombro de que el actor, de 72 años, hubiera sido capaz de aterrizar en un campo de golf y salir con unos cortes y magulladuras.

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Pasadas las siete de la tarde locales, ya de noche, el aparato seguía varado en medio de la pradera, fuertemente iluminado por los bomberos y vigilado por la policía. Lo recogerían el viernes por la mañana, dijeron a la prensa. La avioneta yacía apenas a 10 metros de la valla del campo, que da a una calle desde donde transmitía en directo con un excelente fondo toda la prensa local y nacional.

Las marcas en el suelo permitían adivinar la trayectoria en la que descendió el avión. Ford estaba volviendo al aeropuerto de Santa Mónica, prácticamente pegado al campo de golf Penmar. Tras el aparato, se apreciaba un rastro de unos 50 metros en los que se habría arrastrado por el suelo, con las aspas haciendo agujeros en el césped. Justo antes de las primeras marcas, hay una fila de árboles gruesos. Si Ford pasó por ahí antes de tocar el suelo, fue una maniobra muy delicada. “Si ha salido de esta es que tiene un ángel sobre sus hombros”, decía Rebecca Stafford, una vecina del barrio del pequeño aeropuerto.

El único motor del avión falló muy poco después de despegar. En la grabación de la torre de control, se oye decir a Ford con voz angustiada: “Fallo de motor, aterrizaje inmediato”. La torre le da la autorización inmediata para aterrizar. A continuación se oye a los operadores preguntarse dónde está el avión. El aparato quedó colocado en dirección nordeste, hacia el aeropuerto. El actor había logrado dar la vuelta, pero cayó apenas a 100 metros de la valla del aeropuerto.

El aeródromo de Santa Mónica prácticamente no tiene actividad comercial. Sirve para escuelas de vuelo y pequeños aviones privados. Aquí tiene Ford un hangar privado que utiliza como oficina y donde guardaba esta joya de colección, un avión Ryan de entrenamiento de la II Guerra Mundial modelo ST3KR, pintado en plata y amarillo con una bandera de EE UU en la cola. Reluciente incluso después de estrellarse. “Literalmente, un avión que podría pilotar Indiana Jones”, dijo el productor Ryan Kavannaugh, testigo del accidente, a The Hollywood Reporter.

Cuando ya se sabía que el actor no sufre heridas graves, el ambiente junto al campo de golf se concentraba en comentar lo bien que encaja un episodio como este en la biografía de un héroe de acción como Ford. Su cara es nada menos que la del arqueólogo Indiana Jones, el contrabandista espacial Han Solo, el agente cazareplicantes Rick Deckard o el héroe de la CIA Jack Ryan. Las buenas noticias permitían a los fans reírse con las parodias que invadían Internet, como el del Halcón Milenario estrellado en el campo de golf, o el de los médicos metiendo a Han Solo en la ambulancia congelado en carbonita.

Quizá por eso mismo tampoco había mucha gente dispuesta a velar al actor. En las puertas del centro médico Ronald Reagan de la Universidad de California Los Ángeles (UCLA), a unos ocho kilómetros del accidente, no había nadie. “¿En qué hospital está?” Se preguntaban unos a otros los curiosos del campo de golf. “¿Vamos para allá?”. Nadie se animó.

El goteo de curiosos no paró en toda la tarde frente a la valla del campo de golf. Vecinos del barrio que paseaban al perro o volvían de hacer ejercicio por la calle pasadas las ocho de la noche no dejaban de parar lo más cerca posible del siniestro para fotografiar el avión de Harrison Ford. “¿Ya tienes tu foto?”, le preguntaba por la noche un hombre de mediana edad a su esposa. “Pues anda, vámonos a casa”.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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