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El infierno a cámara lenta

Como Modiano, sobre la base del detalle de un recuerdo obsesivo de su vida real, Kiš construye su narrativa judaica de pérdida

Pamuk escribió en una de sus conferencias de Harvard que “el novelista encuentra material en los detalles de su propia vida y en su imaginación, y escribe con el fin de explorar y establecer un vínculo profundo con ese material”. Eso mismo hizo Kiš en su obra. Como Modiano, sobre la base del detalle de un recuerdo obsesivo de su vida real construye su narrativa judaica de pérdida, intolerancia y padecimiento. Se acaba de reeditar K. L. Reich (1963), de Amat-Piniella, sus memorias de superviviente de Mauthausen, el campo junto a las mismas orillas del Danubio en las que un niño de siete años llamado Danilo Kiš vio cadáveres de la matanza fascista de 1942 en Voivodina. Esa imagen atroz, y la desaparición de su padre en los campos nazis, fue la llama que encendió la mecha de su vocación de escritor, que devino de inmediato perturbadora y creó textos atormentados como Salmo 44 (1962), hijo de una experiencia aterradora que por no haber sido vivida sino inferida tal vez le dolió más aún, y sin embargo extrañamente hermoso por su talante redentor, por su condición catártica y el esmero con el que aplica lirismo al horror.

Una niña que ignora por qué no puede subirse a un tranvía amarillo; una madre confinada con su retoño junto a la agónica Polia en un campo nazi; su marido, Jakob, obligado en Auschwitz a colaborar con el Dr. Nietzsche, trasunto del Dr. Mengele; vagones con deportados “y la palabra agua pronunciada en todas las lenguas de Europa como si fuera la misma encarnación de la vida”; frío apocalíptico; virtuosismo del primer plano emocional (bebé envuelto en una sábana y calavera entreviéndose en el hielo, pues siempre fue su literatura a vida o muerte); cuerpos como autómatas y almas vaciándose en las páginas del libro, que ni es una crónica, ni puede ser libro de memorias, sino la encarnación de la solidaridad de la imaginación de un hijo en relación con la experiencia de un padre y de sus compañeros de infortunio. Y a pesar de ello Kiš narra sin tomar partido. Sabe que la sobria contundencia de sus palabras no necesita andamiajes morales. En este relato mental basado en labrar la memoria y la conciencia, dos series conceptuales van trenzándose: claustrofobia, tiniebla, temor, animalidad, sueños de libertad en cautiverio; y serenidad, candor y recuerdos de felicidad ahogados en confinamiento. Vaya uno a saber si aquel Kafka distante de En la colonia penitenciaria estuvo en la mente de Kiš mientras escribía Salmo 44, pero exaltó Si esto es un hombre, de Primo Levi, publicada en 1956, libro ominoso y necesario que todo lector de Salmo 44 traerá a colación, aun sabiendo que es probable que Levi escribiera para la posteridad y Kiš para sí mismo. Este asfixiante relato aciago de la vergüenza, que hiela la sangre, es un libro temprano pero fundamental, junto a Una tumba para Boris Davidovich (1976) y el tríptico Circo familiar (2007), en la obra del autor serbio que retrató con pulso firme la cara más luctuosa de la vida.

Salmo 44. Danilo Kiš. Traducción de L. F. Garrido y T. Pištelek. Acantilado. Barcelona, 2014. 125 páginas. 15 euros.

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