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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Países en campaña

La presencia de Rajoy en la campaña griega, como también las de IU y Podemos, invitó a pensar que los resultados electorales condicionaban la política española

David Trueba

La invitación para hablar en el Capitolio cursada por la mayoría republicana al primer ministro de Israel es una ofensa a la política exterior de Obama. Ejemplifica, una vez más, que la representación simbólica de un Estado tiene dificultades para gestionarse desde el poder político. La lucha partidista se ha globalizado. Lo vemos con claridad en Europa, donde en una década carecerán de sentido los partidos únicamente locales y habrá que hablar de reformas y medidas continentales para estar hablando de algo más que consignas, guiños y soflamas vacuas. La penosa gestión por parte del Gobierno Rajoy del giro electoral en Grecia ha llevado a un enfrentamiento radicalizado entre países que deberían compartir una estrategia común para salir del vagón de cola de la UE.

La presencia de Rajoy en la campaña griega, como también las de IU y Podemos, invitó a pensar que los resultados electorales condicionaban la política española. Lo curioso es que condicionaban la política europea posterior, pues a los Gobiernos portugués y español parecía venirles bien en su agenda electoral que el nuevo poder griego fracasara, y al griego, fabricar enemigos que justificaran su giro negociador. Rajoy ha acusado a Tsipras de frustrar a los ciudadanos con promesas falsas imposibles de cumplir, pero en ese terreno es el campeón de Europa. El deseo del fracaso ajeno no puede ser una receta sabia para la estrategia común, pero el electoralismo ejercido en la reuniones de Bruselas va a ser un escenario al que nos tenemos que acostumbrar, porque la política, por más que se empeñe el liliputismo de nuestras campañas, está derribando las fronteras geográficas.

El viaje de Zapatero a Cuba o las constantes intervenciones de Aznar en una rara actividad de conglomerado empresarial y geopolítica iluminada comprometen a la España exterior y nos invitan a pensar que carecemos de solidez en la representación del país. No es raro que Felipe VI recobre valores perdidos tras los errores contumaces del padre. La simbología enfermiza de que España y Grecia tengan que enfrentarse por intereses electorales muy particulares obliga a pensar a los ciudadanos que necesitan amparar su imagen de país en un estandarte al margen de sus Gobiernos cortos de miras.

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