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UNIVERSOS PARALELOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dylan hace balance

Diego A. Manrique
Bob Dylan, durante su discurso en la cena de la fundación MusiCares.
Bob Dylan, durante su discurso en la cena de la fundación MusiCares.

Sucede durante la semana de los Grammy. La NARAS, la academia que concede los famosos premios, organiza una cena que recauda fondos para MusiCares, fundación que ayuda a músicos veteranos, y se entrega el título de Persona del Año; en 2015, correspondía a Bob Dylan.

Oirán hablar en tiempos venideros de lo que ocurrió esa noche. HBO prepara un especial con la música que allí sonó: Beck, Willie, Springsteen, Aaron Neville o Jack White recrearon sus canciones. Habrá edición en DVD y uno ansía que también incluya el asombroso discurso de Dylan.

Podía haber optado por unas frases de compromiso. Recuerden el desastre que fue su primer parlamento de agradecimiento, cuando insultó a la plana mayor de los liberales neoyorquinos, ingenuos defensores de los derechos civiles que habían decidido galardonarle con el Tom Paine Award. Medio siglo después, salió con un puñado de folios y dedicó 35 minutos a alabar la labor de MusiCares, desmenuzar su proceso creativo y… arreglar cuentas.

El discurso de Dylan dejó boquiabiertos y maravillados a los hombres y mujeres más poderosos de la industria musical; fue, como dicen allí, una “bravura performance”. Ha sido recogido por Rolling Stone y circulan traducciones al español. Conviene avisar de que la transcripción no refleja los matices de su fabulosa actuación: el hombre siempre ha tenido mucho de stand-up comedian.

El cantautor todavía recuerda quién pilló y quién no entendió su propuesta en los inicios

Al igual que los elefantes, Dylan conserva una gran memoria… y muy fresco el rencor. Todavía recuerda quién pilló y quién no entendió su propuesta en los inicios. Hay reconocimientos para John Hammond, Nina Simone, Doc Pomus, Hendrix, Kristofferson, Johnny Cash, Joan Baez, Peter, Paul & Mary.

Marcados con tinta roja, sin embargo, están los compositores Leiber-Stoller, el disquero Ahmet Ertegün y —ya en Nashville— Merle Haggard y el olvidado Tom T. Hall. Asombra que todavía le duela lo que sobre su arte dijeran Jerry Leiber y Mike Stoller, cínicos hipsters de la vieja escuela que, inevitablemente, iban a desconfiar de un ceñudo poeta arrebatado.

Durante buena parte del speech, Dylan desarrolla su conocida teoría del “eslabón de la cadena”. Explica con ejemplos cómo su asimilación de añejas clásicas del folk y el blues derivó en memorables piezas propias, aunque está siendo taimado: miles de artistas recurrieron al mismo combustible sonoro pero rara vez alcanzaron su nivel. Eterno provocador, insiste en que el blues es “una combinación de violines árabes y valses de Strauss enfrentándose”.

Aparte de reinventar la musicología, Dylan reaviva su contencioso con los críticos. Asegura detestarlos pero les mira con el rabillo del ojo. Parece concebir a ese estamento como un ente omnipresente, empeñado en maltratarle. Defendiéndose de los ataques a su voz, pregunta dónde estaban los críticos cuando, en un combate de boxeo, una vocalista negra abusó de los melismas a la hora de interpretar el himno estadounidense. Puede resultar una sorpresa para Dylan pero la crítica musical no cubre los rituales previos a los encuentros pugilísticos.

Y todo así. Se queja de que su reciente Shadows in the night ha sido hiperanalizado (“han mirado debajo de cada piedra”), a diferencia de álbumes similares editados anteriormente por Linda Ronstadt, Michael Bublé o Harry Connick, Jr. Pretende ignorar que, por ser vos quién sois, un acercamiento de Dylan a los standards requiere sacar la lupa; sus decisiones estéticas tienen una resonancia cultural de la que carece un Michael Bublé.

Pero el tipo demuestra sentido del humor: “Los críticos dicen que me labrado una carrera confundiendo las expectativas. ¿De verdad? ¿Eso es todo lo que hago? Me paso las noches sin dormir pensando cómo confundir las expectativas”. En realidad, Bob llegó a Nueva York contando milongas sobre su vida pasada; parte del trabajo de los periodistas ha consistido en diferenciar lo real de lo inventado, en buscar lo que oculta. Y está bien: seguirle ha sido el equivalente a viajar en la montaña rusa. Por nada del mundo querría perdérmelo.

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