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Ligeramente replicante

La nueva entrega futurista de Montero funciona mejor en clave negra que de ciencia-ficción Bruna Husky piensa más como socialdemócrata del siglo XX que como enigma del XXII

El personaje de Rosa Montero Bruna Husky, dibujado por Alejandro Valdrighi para la versión en cómic de 'Lágrimas en la lluvia'
El personaje de Rosa Montero Bruna Husky, dibujado por Alejandro Valdrighi para la versión en cómic de 'Lágrimas en la lluvia'

Las frecuentes intersecciones entre el relato criminal en todas sus formas —del enigma sherlockiano a la estricta novela negra— y la literatura de ciencia-ficción dan fe de esa feliz promiscuidad entre géneros populares que anticipó, de manera espontánea, algunas estrategias de la posmodernidad. En el díptico que, de momento, forman Lágrimas en la lluvia y El peso del corazón, Rosa Montero —que ya había tenido su temprana inmersión en lo fantástico con Temblor,en 1990— parte del gesto posmoderno de apropiarse de un concepto ajeno —el replicante— para construir un personaje —la detective Bruna Husky— que le permite seguir explorando de otra manera —es decir, con marcada libertad de trazo y acusado sentido lúdico— los temas rectores de su trayectoria literaria, como la naturaleza de la memoria y el carácter inestable de la identidad. El movimiento de la autora en dirección a esas formas de literatura popular da fe de la superación colectiva de un tabú: como ocurrió con la novela negra unas décadas atrás, la ciencia-ficción se revela objeto seductor para autores no formados en el género, y deja, por tanto, de ser percibida como carne de gueto cultural.

Podrían encontrarse precedentes del cruce genérico que propone Rosa Montero en trabajos tan distintos como Sangre a borbotones, de Rafael Reig —donde un Madrid fluvial y futurista era escenario de un juego transgenérico que cuestionaba las fronteras entre alta literatura y ficción popular—, o las singulares Submáquina y Mamut, de Esther García Llovet —ficciones criminales muy heterodoxas, donde una peculiar mirada sobre el presente desvela el potencial posapocalíptico de sobrecogedores escenarios urbanos—. Lo interesante —y lo atrevido— de estas dos novelas de Montero es, pues, la falta de prejuicios a la hora de zambullirse en la literatura popular sin ninguna coartada como salvavidas. Eso y la facilidad con que la autora logra que sigan siendo, esencialmente, novelas de Rosa Montero.

Viñetas del cómic 'Lágrimas en la lluvia', de Rosa Montero, Damián Campanario y Alessandro Valdrighi
Viñetas del cómic 'Lágrimas en la lluvia', de Rosa Montero, Damián Campanario y Alessandro Valdrighi

Algunas de las ideas de Philip K. Dick en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? se abren paso en el universo de Husky: en especial, la conciencia de mortalidad de un personaje con obsolescencia programada, elemento que condiciona la mirada de la protagonista sobre su mundo, pero que tiene su extenuante contrapartida en esa cuenta atrás existencial que acaba convirtiéndose en reiterativo mantra. El peso del corazón logra expresar el peso —y la fugacidad— del tiempo de maneras mucho más sutiles, menos insistentes y literales: de ahí que la obsesión por cuantificar la existencia restante acabe resultando algo parecido a un plomizo estribillo.

La lectura de esta segunda novela del ciclo sugiere que ha sido más importante para Montero el imaginario cinematográfico que construyó Ridley Scott a partir de Dick en Blade Runner (1982) —preludiado, por cierto, en la historieta The Long Tomorrow, dibujada por Moebius con guion de Dan O’Bannon en 1975— que las estrategias desafiantes y provocadoras del visionario escritor de Chicago. En la naturaleza híbrida de la obra se impone con mayor fuerza su trama criminal que esos juegos conceptuales basados en barnizar levemente de futuro preocupaciones contemporáneas como integrismo religioso, desigualdades sociales o catástrofe medioambiental.

Nieta de la Sibyl Sue Blue —primera mujer detective de la ciencia-ficción— creada en 1966 por la escritora Rosel George Brown, Bruna Husky parece proponer una ampliación del campo de batalla, cargada de posibilidades, del arquetipo del detective privado de novela negra clásica: al desclasamiento del outsider tradicional, ella suma, por su naturaleza replicante, otro nivel de extrañamiento. Husky es una desclasada de lo humano y esa condición podría haber enfrentado al lector con una otredad inquietante: resulta bastante desalentador comprobar que el personaje habla y piensa como una mujer socialdemócrata de finales del siglo XX y principios del XXI, y no como un enigma existencial del siglo XXII.

En esta historia que, como quiere la tradición del género (negro), se parte de lo minúsculo —el robo de un diamante— para desvelar progresivamente la corrupción medular del sistema, la solvente construcción del relato policial ve amplificado su sentido del espectáculo con la veloz sucesión de dispares escenarios que propicia su segunda piel fantacientífica. La subtrama del cuento que narra la protagonista a una niña radiactiva delimita un espacio reflexivo que se integra sin estridencias en el conjunto.

Menos afortunadas son algunas escenas eróticas que abaratan el tono —“encajada en su mullido pecho, ansiosa y entregada, penetrada por él” — y, sobre todo, la presencia de una mascota alienígena, llamada Bartolo, que parece un mal efecto especial: lejos de funcionar como contrapunto cómico, ese animal que suelta frases como “Bartolo bueno, Bartolo bonito” no puede zafarse de lo que se podría llamar el efecto Jar Jar Binks. El peso del corazón prefiere reafirmar los valores humanistas del presente que plantear incómodas cuestiones de futuro: por tanto, no es realmente una novela de ciencia-ficción, sino un ejercicio de turismo de género. Honesto, pero exiguo.

El peso del corazón. Rosa Montero. Seix Barral. Barcelona, 2015. 398 páginas. 20 euros (digital: 12,99).

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