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Picasso dobla en A Coruña

Una muestra huye de la influencia del artista y otra recuerda sus primeras obras

Exposición 'No hablaremos de Picasso', en A Coruña.
Exposición 'No hablaremos de Picasso', en A Coruña.

En febrero de 1895, Pablo Picasso protagonizó su primera exposición pública. Tenía solo 13 años y su estreno artístico se produjo en una mueblería de la calle Real de A Coruña, ciudad en la que vivió entre los 9 y los 13 años y donde estudió en la Escuela de Bellas Artes. Allí se había trasladado su padre desde Málaga. 120 años después, la ciudad gallega se apresta a conmemorar un periodo poco investigado por los expertos en la vida y obra del artista más poderoso del siglo XX. La próxima semana, el Museo de Bellas Artes inaugurará una exposición dedicada al primer Picasso con más de 200 piezas, incluidas 81 obras del creador malagueño. Pero fuera de ese ámbito tan académico, este viernes se abre al público otra muestra titulada No hablaremos de Picasso, que intenta hablar de arte contemporáneo sin referencias a su trabajo.

Organizada por la Fundación María José Jové en el Palacio de Exposiciones Kiosco Alfonso de A Coruña, se muestran diez microexposiciones de autores que nada tienen que ver entre ellos, procedentes de diferentes ámbitos y disciplinas. Todos los asuntos que desarrollan están inevitablemente en Picasso, pero también en la historia general del arte.

Marta García-Fajardo, directora de la colección y comisaría de la exposición, explica que el concepto con el que ha trabajado es el significado del arte contemporáneo, huyendo de conexiones con la obra de Picasso, aunque reconoce que su huella resulta muy profunda. El nexo está contenido en la primera obra que se expone: El taller de Picasso, pintado por el artista hace ahora medio siglo. De ahí, como ramificaciones independientes se extienden las 10 pequeñas exhibiciones que ocupan dos plantas del edificio.

La ciudad celebra la primera exposición del genio, en 1895, cuando tenía 13 años

Algunas de las piezas ya pertenecían a los fondos de la colección; otras han sido encargadas ex profeso. Cada obra gira alrededor de sí misma, y cada uno de los 10 creadores decide el modo de afrontar el tema que se le ha propuesto, así como el tipo de relación que quiere establecer con el espectador mediante un texto autógrafo que acompaña cada trabajo. Son Elmgreen & Dragset, Liliana Porter, Anselm Kiefer, Mateo Maté, Ernesto Neto, Chiharu Shiota, Georg Baselitz, Louise Bourgeois, Juan Muñoz y Sofía Táboas.

En su Dix (2009), Georg Baselitz afronta el retrato fuera de los márgenes de los conceptos convencionales. Una impactante escultura de Louise Bourgeois, Avenza Revisited II 1968, recoge la complicada y dramática idea que la artista tenía sobre el erotismo. Anselm Kiefer refleja el poder de la memoria con una mezcla de pintura y escultura titulada Am grunde der Moldau, (2007), mientras que Juan Muñoz explora la grandeza del Siglo de Oro español con Sara frente al espejo (1996).

El resto son instalaciones creadas pensando específicamente en esta exposición. La pareja formada por Elmgreen y Dragset explora en el concepto de deseo como una condición inherente al ser humano en One day (2015), una pieza en la que una pequeña figura contempla una metralleta, una imagen en la que se cuestiona la percepción de la inocencia. El brasileño Ernesto Neto indaga en la percepción y ambigüedad del espacio con una escultura colgante desplegada por la techumbre de una de las salas. La argentina Liliana Porter, quien representará a EL PAÍS en la próxima edición de Arco, se ha ocupado de desarrollar el concepto de creación artística en Sin título con barco azul (2015), uno de sus clásicos trabajos en los que inserta pequeñas esculturas en narraciones cargadas de pintura.

La japonesa Chiharu Shiota presenta A long day, donde explora en la intimidad del creador; la mexicana Sofía Táboas profundiza en el relativo concepto de la belleza con una instalación geométrica titulada sencillamente Belleza, y Mateo Maté ha trabajado sobre el paso del tiempo en Cuadro muerto, una pintura del pintor flamenco Adriaen van Utrech que el madrileño dobla y coloca en el suelo para mostrar que un lenguaje nace tras morir otro.

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