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Crítica | Agente doble
Columna
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El otro James Marsh

Este filme nada tiene que ver con las señas de identidad del resto de películas de Marsh

Javier Ocaña
Fotograma de 'El agente doble'.
Fotograma de 'El agente doble'.

Los misteriosos ritmos de la distribución cinematográfica a la hora de estrenar ciertas películas provocan a veces casualidades como que los dos últimos trabajos del británico James Marsh coincidan a partir de este viernes en la cartelera: La teoría del todo, candidata a cinco Oscar, entre ellos el de mejor película, aunque no el de mejor director, y Agente doble, que llega a España con un retraso de casi tres años para demostrar lo distintos que pueden llegar a ser los estilos de determinados realizadores de una obra a otra. Y no hablamos de la temática o el tono, sino de la forma en sí misma, de los aditamentos musicales, fotográficos, de puesta en escena y montaje, tan distantes que incluso parecen contradictorios los unos de los otros, como si Marsh se estuviera negando a sí mismo más que demostrando su eclecticismo.

AGENTE DOBLE

Dirección: James Marsh.

Intérpretes: Andrea Riseborough, Clive Owen, Gillian Anderson, Brid Brennan.

Género: espionaje. Reino Unido, 2012.

Duración: 101 minutos

Hay en la interesante Agente doble dos aspectos que la convierten en anómala. Primero, el hecho de ser una película alrededor del conflicto irlandés, ambientada entre Belfast y Londres, que se sale del imponente modelo, pero modelo al fin, impuesto por Paul Greengrass en Bloody Sunday (2002). Un sello de urgencia, hiperrealismo, cámara nerviosa, montaje cortante y ritmo uniformemente en la cúspide, sin caídas, que han seguido la inmensa mayoría de los relatos sobre el IRA y el ejército británico de la última década. Y segundo, porque nada tiene que ver tampoco con las señas de identidad del resto de películas de Marsh, no solo La teoría del todo sino también sus estupendos documentales Man on wire (2008) y Proyecto Nim (2011).

Deliberadamente pausada, sin énfasis de ningún tipo, casi carente de banda sonora y jugando con el suspense a través de los silencios y el ritmo lento, Agente doble se adentra en el seno de una familia de Belfast que ha mamado desde siempre el dolor generado por el conflicto, allí donde los ideales y la consanguinidad, la podredumbre del pasado y la esperanza de un futuro pueden llegar a crear insospechados aliados, y donde la suciedad de ciertas almas no tiene color ni bandera. Una sistemática muy atractiva, casi por insólita, que aguanta con clase y brío de hielo y fuego justo hasta el último minuto, cuando las loables intenciones de no ponérselo fácil al espectador (justo al revés que La teoría del todo) llevan a un desenlace innecesariamente críptico, más farragoso que enigmático.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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