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“Vivimos un momento sucio”

Los directores Alberto Rodríguez ('La isla mínima') y Daniel Monzón ('El Niño') dialogan sobre las claves del éxito del 'thriller'. “Romper la norma es muy enganchón”.

Gregorio Belinchón
Daniel Monzón y Alberto Rodríguez.
Daniel Monzón y Alberto Rodríguez.Bernardo Pérez

Thriller contra thriller.Una competencia poco habitual en los Goya: El Niño (16 candidaturas), de Daniel Monzón, frente a La isla mínima (17 candidaturas), de Alberto Rodríguez. Amigo contra amigo. A pocos días de la entrega de premios, uno, Monzón (Palma de Mallorca, 1968), echa encima del otro la condición de favorito: “Quiero que gane Alberto, perdón, quiero decir que va a ganar Alberto. Porque ha hecho una gran película, porque es amigo mío, porque se lo merece. Y no te engaño: ya viví este momento con Celda 211. Por ahora estoy saciado”. El aludido mira al suelo, no lo tiene tan claro. Rodríguez (Sevilla, 1971) ya fue derrotado en el Festival de San Sebastián por otra de sus películas rivales, Magical Girl, de Carlos Vermut. En su cara se atisba un “quita, quita” que no verbaliza. Cuestión de caracteres. Para su alivio, se sienta a hablar con su compañero no de sus filmes, sino de un género que les apasiona: el thriller.

Aunque ambos han dirigido películas de otros géneros, la pareja disfruta del thriller. Forman parte de una generación de directores españoles que no entienden la anquilosada separación de cine de género y cine de autor. Y que reniegan de peores dicotomías: cine social contra cine de entretenimiento. Aquí arranca una clase magistral.

Alberto Rodríguez. El buen thriller es un género que en las crisis explica muchas cosas. Y ahora vivimos un momento… sucio, en que la sociedad se está mirando las tripas. Por eso creo que hemos tenido los dos éxito: por el momento y el lugar.

Daniel Monzón. Es que este género te permite hablar sobre la sociedad y el alma humana de una manera increíblemente absorbente y entretenida. Celda 211 la incluyo en el cine negro, y reconozco que para mí fue una mítica sorpresa el éxito que tuvo. De las que yo había hecho, me parecía la película que menos público iba a tener: por claustrofóbica, por trágica, por masculina… A posteriori me di cuenta de que estrené en el inicio de la crisis, y que al espectador le encantaba identificarse con el personaje de Malamadre, que decía verdades como puños, y que la película mostraba la política como manipuladora del individuo en función de sus intereses. Por eso gusta La isla mínima: porque mientras la ves, te atrapa; cuando sales de la sala, se te queda. Al día siguiente sigue dentro de ti. Encima posee elementos clásicos del thriller, como el whodunnit [¿quién lo hizo?], misterio que atrae mucho al espectador. Y hablas de un pasado que es fácilmente nuestro presente.

A. R. Como El Niño, porque has hecho una película sobre un tema que se había visto poco en el cine, y que desde luego nunca se había mostrado desde dentro. Los problemas sociales se enseñan mejor en el thriller. Como hizo Warner en los años treinta; como Fritz Lang en el primer thriller de la historia: M, el vampiro de Düsseldorf, una película profundamente política.

La gente normal no comete delitos, y estos filmes acercan a quienes sí lo han hecho. Acercarse a algo tan distante y prohibido es apasionante" Daniel Monzón

D. M. En España se han filmado continuamente thrillers: Urbizu; El crack, de José Luis Garci; Antonio Isasi-Isasmendi, que me parece un grande… También dirigieron thrillers Lazaga, Forqué y Fernán-Gómez.

A. R. Y Ladislao Vajda dirigió en 1958 un clásico como El cebo.

D. M. Desde pequeño no solo he visto thrillers, sino que he leído literatura negra como la de Dashiell Hammett o Raymond Chandler. Y la literatura europea policiaca es fantástica. Por ejemplo, el italiano Giorgio Scerbanenco.

A. R. A mí me fascina el comisario Montalbano. O Carvalho, del que desgraciadamente no habrá más aventuras.

D. M. ¿Ves? Al contrario del cine, donde existe esa tradición, la literatura española estuvo mucho tiempo sin novelas así hasta que llegaron Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza… En general, España tiene una vasta cultura negra, que yo he mamado: me gusta hablar de turbiedades que exorcizas a través del cine. Desde pequeño tuve claro que solo tenía una vida, pero que quería más. La única forma para lograrlo ha sido crear otras historias.

A. R. Estoy de acuerdo, pero además es que el crimen es siempre atractivo. Porque romper la norma es muy enganchón. Ahí está otra clave del éxito del thriller.

D. M. La gente normal no comete delitos, y de repente estos filmes proporcionan una cercanía a quienes sí lo han hecho. Intentar saber cómo lo han realizado, conocer sus porqués, acercarse a algo tan distante y prohibido es apasionante.

A. R. El thriller solo es interesante cuando se difuminan las fronteras entre el bien y el mal con personajes al límite. Es fundamental la identificación del espectador con todos sus personajes.

D. M. Como decía Terencio: “Nada humano me es ajeno”. Yo sé que en un momento dado podría asesinar si alguien va a matar a mi hija de ocho años. Así de claro. Lo interesante es llegar a esa turbiedad.

A. R. Un gran ejemplo es Los sobornados, de Lang, con un coche saltando por los aires con la familia dentro, y a partir de ahí vas a muerte con el policía que encarna Glenn Ford. Luego ese esquema de venganza se ha repetido innumerables veces.

D. M. Y aun así funciona. Alguien decía que el género favorito de uno es aquel en el que disfrutas incluso de sus peores películas. Yo lo hago con las bazofias del thriller. ¿Charles Bronson? Un respeto, que las tiene buenas como Teléfono, de Don Siegel. Mi límite está en las últimas de Steven Seagal.

A. R. Es muy interesante en el thriller tensar de la cuerda. Me refiero a ver hasta dónde te acompaña el público sin desengancharse. Me pasó en Grupo 7 y a ti en Celda 211. Que el espectador acabe aceptando acontecimientos puramente repulsivos. Como cineasta es abrazar el riesgo.

Es interesante cuando se difuminan las fronteras entre el bien y el mal con personajes al límite” Alberto Rodríguez

D. M. El thriller debe respetar unas reglas, no puede saltarse la veracidad. Mostramos a los chicos de El Niño encantadores, divertidos, que hacen lo que hacen forzados —a veces— por las circunstancias, por la jodida situación económica. No son Al Pacino en El precio del poder.

A. R. En la pantalla tiene que haber algo reconocible. Y eso hace que los personajes pisen la realidad.

D. M. Estaba pensando en el primer thriller que vi: Furia, de Lang, con Spencer Tracy. Y recuerdo que me hizo pensar mucho en el ser humano, en la maldad que podías encontrar también en mi colegio, en mi clase: esto que me están contando de forma desmedida, en pequeño tamaño, lo veías en clase. Es lo más bonito del cine: que te haga pensar. No quiero que me responda preguntas, solo que me las plantee.

A. R. Mi primer thriller… Crimen perfecto.

D. M. Mi favorito es Sed de mal, de Welles. Palabras mayores.

A. R. El mío, Conspiración de silencio, de John Sturges, que usamos de patrón en La isla mínima.

D. M. Ahora que lo dices… El aroma del que viene de fuera a investigar.

A. R. Sí, y su mezcla con el western. Me gusta su uso del scope y la historia política que palpita por debajo.

D. M. Y volvemos al punto de partida: con una película de género puedes hacer una soflama política que se permite porque está disfrazada de thriller. Parafraseando a George Bernard Shaw: si quieres decir la verdad a la gente, entretén.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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