_
_
_
_
_

Cuatro directores debutantes

Szifrón, Vermut, Goenaga y Garaño y se estrenan en la categoría de mejor dirección

Damián Szifrón, en el centro, con el elenco de 'Relatos salvajes'.
Damián Szifrón, en el centro, con el elenco de 'Relatos salvajes'.

DAMIÁN SZIFRÓN

Un famoso repentino

Por Tommaso Koch

A Damián Szifrón ya se le conoce. Esta primavera, cuando llegó a Cannes a presentar su último filme, el director era casi un misterio. De acuerdo, era famoso en Argentina, sobre todo por la serie Los simuladores. Y los hermanos Almodóvar le admiraban hasta el punto de coproducir su último largo. Pero el resto del mundo apenas sabía qué esperar de él. Resulta sin embargo que ese argentino de cara joven y habla supersónica había escrito y dirigido su pase para el éxito: Relatos salvajes.

Desde entonces, la fama de Szifrón y de su película no ha parado de crecer, junto con los triunfos que el filme iba cosechando. En Cannes lo aplaudieron, en San Sebastián le dieron el premio del público al mejor filme europeo y, después, se convirtió en la película argentina más vista en el país desde que en 1997 se recopilan datos oficiales. Ahora Relatos salvajes puede coronar su historia bárbara: aspira a siete Goya, entre ellos el de mejor película, y compite por el Oscar al mejor filme de habla no inglesa.

Nacido en Ramos Mejía en 1975, fan incondicional del humor negro y de El padrino, Szifrón soñaba de pequeño con ser “Indiana Jones o astronauta”. Finalmente se hizo cineasta y ahora defiende las películas “hechas desde el corazón, que no buscan un lugar entre los eruditos”. La suya, en concreto, plantea en seis episodios qué pasaría si perdiéramos el control: “Cuando leo en el diario algún suceso trágico, nunca tengo la sensación de que el tipo que lo ha cometido sea ajeno a mí”. Tanto que él mismo acabó enzarzado en una pelea una vez cuando un camarero le dejó sentarse y al rato le comunicó que era tarde, había que cerrar y tenía que marcharse.

El director también cuenta que es la primera ocasión en la que ha intentado trabajar solo en un proyecto en vez de meterse en mil aventuras a la vez. Sí ha mantenido sin embargo su rutina: escribir en situaciones “de placer”, como en la bañera, con jazz a “todo volumen”, o en el monte, mirando a las estrellas. Al menos en el cine, ya es una de ellas.

Carlos Vermut.
Carlos Vermut.ESTUDIO VERÓNICA

CARLOS VERMUT

Objetivo: la primera división

Por Virginia Collera

En 2009 Carlos Vermut (Madrid, 1980) ganó la séptima edición del festival de cortos Notodofilmfest con Maquetas. En 2012 estrenó online Diamond Flash, ópera prima —producida por el propio director— ignorada por la mayoría, pero venerada por una entusiasta minoría que la define como “inclasificable” y “sorprendente”. En 2014 terminó Magical Girl, su segundo largometraje. “Antes de estrenarla, pasé dos meses en Tokio: quería vivir aislado, era muy crítico con ella”. Pero recibió la Concha de Oro a la mejor película y la Concha de Plata al mejor director en el Festival de San Sebastián. “Ganas premios, los críticos dicen que tu película es cojonuda y te relajas…”.

Pero solo momentáneamente. Cuando echa la vista atrás resuelve que Diamond Flash es una película “amateur” y que Magical Girl —que acumula siete nominaciones a los Premios Goya— podría ser mejor. “Me encanta, pero no es suficiente. Yo quiero jugar en la primera división: soy muy competitivo conmigo mismo. No quiero ser mejor que nadie, sino mejor que yo”, zanja.

Con el estreno de Magical Girl, se agolparon las buenas críticas y hasta los elogios de Pedro Almodóvar. Para el director de Los amantes pasajeros, Vermut es “la gran revelación del cine español en lo que va de siglo”. Pero el madrileño asegura no sentir presión. Tan solo miedo. “A no saber cuándo y cómo podré desconectar de todo para escribir. Directores a los que admiro han hecho películas de éxito seguidas de otras que han sido peores porque, creo, no supieron abstraerse”. Él solo espera que los Goya queden atrás para bajarse de la montaña rusa a la que lo auparon hace meses. “Pondré un ejemplo: vivo con mis padres porque no tengo tiempo de buscarme un piso. Iré a la gala de los Goya y volveré a dormir en el mismo camastro que ocupo desde los 11 años, rodeado de pósteres de Bola de Dragón”.

Está muy contento, dice. Acaba de terminar el tratamiento de su próximo filme, que producirá Enrique López Lavigne (Lo imposible). “Es una película sobre la identidad, las segundas oportunidades, en la que hay hipnosis, física cuántica, divas y fantasmas, una mezcla de todo. Va sobre alguien que quiere ser alguien y alguien que quiere ser otra persona”.

Jon Garaño (izquierda) y Jose Mari Goenaga, en el rodaje de 'Loreak'.
Jon Garaño (izquierda) y Jose Mari Goenaga, en el rodaje de 'Loreak'.

JON MARI GOENAGA Y JON GARAÑO

El nuevo equipo vasco

Por Andrea Aguilar

Se encontraron en la escuela de Sarobe y, contra todo pronóstico, aquel curso de un año acabó por cuajar en una intensa colaboración que ya ha cumplido más de diez. “Nos quedamos con el gusanillo de tratar de rodar los cortos que habíamos escrito”, recuerda Jon Mari Goenaga (Orbizia, 1976). Las funciones, entre los cuatro fundadores de la productora Moriarti, irían rotando, y así, mientras uno dirigía, los otros tres se ocuparían del resto. Tras los cortos vinieron los documentales, y ahora con Loreak, su segunda película de ficción, han entrado en la carrera de los Goya. Y sin renunciar a su esencia, según Goenaga: “Mantenemos ese espíritu del principio y, aunque a veces es conflictivo, entre nosotros nos sentimos libres para pelear. Cada decisión pasa por muchos filtros”. Jon Garaño (San Sebastián, 1974), codirector de la cinta —y coguionista junto a Goenaga y Aitor Arregi—, no sabe si podrían hacerlo de otra manera: “Es una autoría de grupo y sabemos reconocer que hay un sello Moriarti”. Una impronta a la que se añade el factor diferencial idiomático. Quisieron que su debut, 80 egunean, fuese bilingüe en castellano y euskera, pero la excelente acogida y curiosidad que produjo que finalmente fuese en vasco los convenció para repetir con Loreak.

Este particular colectivo de Moriarti queda enmarcado dentro de otro grupo, el de cineastas vascos que sucede a la generación de los noventa (Medem, Alex de la Iglesia y Bajo Ulloa, que a su vez tomaron el relevo de Uribe, Olea o Armendáriz). “El festival de cortos Kimuak ha fomentado el salto de muchos al largometraje”, explica Goenaga. “La nuestra es una situación un tanto excepcional respecto del resto de España, vivimos un universo paralelo porque sí hay algunos apoyos para cine de producción 100% vasca”, explica Garaño.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_