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“Una minoría ha tomado al islam como rehén”

Abderrahmane Sissako relata en 'Timbuktu', candidata al Oscar, la ocupación de una ciudad maliense por los yihadistas

Guillermo Altares
Abderrahmane Sissako, retratado en el pasado festival de Cannes.
Abderrahmane Sissako, retratado en el pasado festival de Cannes.b. l. (afp)

Dos secuencias resumen el espíritu de Timbuktu, la película candidata al Oscar al mejor filme de habla no inglesa con la que el realizador mauritano Abderrahmane Sissako (Kiffa, Mauritania, 1961) retrata la brutalidad y el absurdo del yihadismo. En una de ellas, un grupo de jóvenes juega al fútbol, pero sin balón, en un desafío a la prohibición de cualquier deporte por parte de los fanáticos. En otra, una mujer se enfrenta a los tipos del Kalashnikov porque se niega a ponerse guantes: ha aceptado a regañadientes la obligación de cubrirse el cuerpo totalmente pero ni quiere, ni sobre todo puede, ponerse los guantes negros porque es pescadera y sencillamente no podría trabajar. La primera de ellas habla de la inteligencia y la solidaridad frente al absurdo de los fanáticos; en la segunda describe cómo la violencia que imponen los fanáticos se cuela en todos los aspectos de la vida, haciendo al final imposible la supervivencia.

Timbuktu, que se estrena hoy en España, relata la ocupación de una ciudad maliense por parte de los yihadistas. Sissako sintió la necesidad de rodar esta historia, aunque no pudo hacerlo en la mítica Tombuctú por motivos de seguridad, cuando leyó en la prensa una historia terrible: una pareja había sido lapidada por los yihadistas que ocuparon el norte de Mali en 2012, acusada de mantener relaciones sin estar casados. El hecho de que tuviesen dos hijos no frenó a los mismos fanáticos que en Siria, Irak o Nigeria queman vivos a prisioneros de guerra, degüellan periodistas, tiran desde edificios a homosexuales, venden mujeres como esclavas y someten a la población civil a todo tipo de tormentos y prohibiciones.

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El filme ha provocado polémicas de diferente signo: después de la oleada de terrorismo que se abatió sobre Francia en enero, el alcalde de un suburbio de París, Villiers-sur-Marne, logró prohibir temporalmente su estreno porque consideraba que humanizaba a los yihadistas, mientras que un festival de cine de Tournai, en la zona valona de Bélgica, canceló su proyección por el riesgo de que se produjese un atentado. Sin embargo, la película de Sissako, un clásico del cine africano habitual de los festivales internacionales autor de filmes como Bamako o Esperando la felicidad, ha sido reconocida por la crítica francesa y estadounidense como una denuncia del fanatismo y una celebración de la tolerancia y la vida frente a la violencia. El Ministerio de Cultura francés incluso quiere que se muestre en las escuelas como vacuna contra el yihadismo. La entrevista con Sissako tuvo lugar el miércoles, por teléfono. El realizador se encuentra en Los Ángeles en plena campaña de su filme para los Oscar, que se celebran el 22 de febrero.

Pregunta. Su película ha sido acusada de humanizar a los yihadistas. ¿Cómo responde a ello?

Respuesta. No lo veo como una acusación sino como una constatación de alguna gente que no tiene la costumbre de contemplar así la violencia, la barbarie. Estamos acostumbrados a mirar el mundo como si estuviese dividido entre buenos y malos. La razón por la que hice esta película es rechazar la violencia y la barbarie, pero eso no debe impedirnos mostrar a esa gente. Son personas que han tenido una infancia, que han sido normales, pero que luego han cambiado y esa transformación les ha llevado a la yihad pero también podía haberles llevado a cualquier otra forma de criminalidad. Los yihadistas también son normales en cierto sentido. Todo hombre, incluso un bárbaro como ellos, tiene capacidad de remordimientos. El arte tiene que mostrar las cosas.

P. Su película muestra cómo gente normal se enfrenta al absurdo de la violencia yihadista, que se cuela en todos los aspectos de la vida, como la mujer en el mercado que dice que no puede llevar guantes porque vende pescado. ¿Es su filme un alegato en defensa de las víctimas de esa locura?

R. Sin duda. Los fanáticos siempre piensan que van a ganar, pero son unos cobardes. Esta mujer no duda en enfrentarse a cuatro hombres con Kalashnikov, son siempre hombres armados frente a personas indefensas, como ocurre con la pareja que es lapidada. Es algo terrorífico, pero no creo que la humanidad sea eso, más bien todo lo contrario. Es absurdo que traten de prohibir la música porque todos tenemos música dentro de nosotros. Cuando uno de los jefes yihadistas fuma pese a haberlo prohibido a la población, quiero mostrar la hipocresía, pero también algo humano, quizás remordimientos ante lo que está haciendo porque se fuma un pitillo después de una flagelación y de la lapidación. Quizás se está haciendo preguntas.

P. ¿Por qué cree que la yihad más brutal tiene tanta fuerza en tantos lugares diferentes, desde Nigeria hasta Mali, Irak o Siria?

R. Es cierto que vivimos en un mundo horrible que necesita una toma de conciencia global y muy fuerte. Su objetivo es hacerse con el control de grandes territorios. ¿Cómo podemos evitar eso? Imagine que la vida en Madrid se hubiese parado después de los atentados del 11 de marzo: hay que luchar contra todo eso con los medios que tengamos a nuestro alcance, impedirlo. Pero es verdad que está pasando algo excepcional: Mali, Siria, Irak Boko Haram... La yihad es muy fuerte. También tenemos que preguntarnos cómo es posible que ocurra todo eso, porque ninguno de los países afectados fabrica armas.

P. Una de las secuencias más celebradas de su filme muestra a los chavales jugando al fútbol pero sin balón para esquivar la prohibición. ¿Cómo se le ocurrió ese momento?

R. El fútbol tiene algo de universal y, además, a diferencia del tenis, se puede jugar en cualquier lado, no hace falta un terreno específico. Es extremadamente popular y su fuerza viene de que se produce una comunión entre la gente. Me sirvo de esa secuencia para mostrar la cohesión, la armonía en la resistencia. Habla de la resistencia pacífica, de la verdadera victoria.

P. También muestra a un imán que echa a los yihadistas de su mezquita. ¿Trata de mostrar con ese personaje que también existe un islam tolerante?

Vida de un cineasta

Abderrahmane Sissako nació el 13 de octubre de 1961 en Kiffa (Mauritania).

Su familia se muda a Malí, donde él cursa primaria y secundaria.

En 1989, filma su primer cortometraje, Le Jeu, de 23 minutos.

En 1990, se traslada a Francia y cuatro años después gana el premio al mejor cortometraje en el Festival de Cine Africano de Milán, por Octubre. En 1999, ese mismo certamen le otorga el premio al mejor filme por La vida en la tierra, su primer largometraje.

Sus siguientes largos le reportan el éxito internacional: Esperando la Felicidad (2002) y Bamako (2006).

Timbuktu compite por el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

R. Le daría la vuelta a su pregunta. Toda religión debe de ser así, toda religión debe estar al servicio de la humanidad, de la concordia, de la tolerancia. En el caso del islam, una minoría la tiene tomada como rehén, nadie nace con una barba y un kalashnikov. El imán representa los principios del Islam en los he sido educado, los valores que simboliza Tombuctú que también son universales.

P. ¿Se siente usted amenazado después del éxito que ha alcanzado su película?

R. Es una pregunta difícil. Prefiero no sentirme amenazado.

P. Usted rodó en el pasado una película sobre la inmigración desde África. ¿Cree que Europa es totalmente consciente del drama que está ocurriendo en sus puertas, en el Mediterráneo?

R. Europa debería haber comprendido hace tiempo que la única solución es compartir su riqueza con África, no hablo de cooperación, sino de compartir. Eso es mucho mejor que dejar un continente a la deriva. No digo que toda la culpa sea de Europa, en absoluto, pero no creo que construir una barrera física sea una solución. Me parece una elección retrógrada.

P. En su filme hay momentos de humor en mitad de la tragedia. ¿Cree que el humor es importante para narrar una historia?

R. El humor es comunicación, es un elemento esencial para contar las cosas. El humor debe ser utilizado como un elemento narrativo porque una película no trata de alcanzar la verdad, no es una declaración, es otra cosa. Debe tomar distancia para permitir que sea el espectador el que escoja. Es un elemento más, como los movimientos de la cámara, la música, todo eso forma parte del diálogo con el público.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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