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Filmar en futuro

La riqueza estilística y la dificultad para forjar un mercado delinean el cine latinoamericano

Fotograma de 'La distancia más larga', filme venezolano nominado a los Goya con el que ha debutado la directora Claudia Pinto.
Fotograma de 'La distancia más larga', filme venezolano nominado a los Goya con el que ha debutado la directora Claudia Pinto.

Como esos cofres que tienen doble fondo, el cine latinoamericano más conmovedor multiplica los sentidos de lo que se ve. Los cuatro títulos que compiten este año en la categoría de mejor película iberoamericana de los Goya participan, cada uno a su modo, del goce de la entrelínea —social, política, emocional, intimista— en el marco de una increíble diversidad temática.

En Conducta, del cubano Ernesto Daranas, dice tanto la luz que se cuela por los techos y los rincones derruidos de La Habana —poética y decadente tras décadas de ¿bloqueo económico estadounidense?, ¿malas políticas propias?— como los diálogos y los silencios de Chala: un niño de 11 años con problemas de comportamiento, que cuida perros de pelea para comer, tiene dudas acerca de quién es su padre y cuida a una madre adicta que se derrumba (literal y metafóricamente) cada tres pasos. Carmela, una veterana maestra que lo ampara en su clase, será la única que apueste el pellejo por el destino del crío. “No quemar a los niños con ensayos” fue una de las estrategias escogidas por el director, que se apoyó en la improvisación para construir un relato donde se despliegan la crítica al statu quo y la sed de un mañana distinto.

Las políticas estatales han ayudado a las industrias de países como Paraguay, Ecuador, Chile, Bolivia o Uruguay

Pelo malo, de Mariana Rondón, ganadora de la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián de 2013, había dado prueba de los aciertos del cine de Venezuela cuando el folclore bolivariano no lo asfixia. La distancia más larga, de Claudia Pinto, viene a confirmar sus logros. El contrapunto de dos paisajes imponentes —una ciudad que devora a sus criaturas y la sabana, nunca antes filmada, donde se encuentran algunas de las montañas más antiguas del planeta— es uno de los aciertos de esta ópera prima. Para su aplaudido estreno en el largometraje, Pinto eligió la historia de Lucas, un niño que, tras perder a su madre, atraviesa el país para reencontrar a doña Martina, su abuela (interpretada por Carme Elías), quien ya ha elegido cómo pasar sus últimos días. La muerte y el ejercicio de la libertad son los grandes temas de un filme que convierte en imágenes memorables su leitmotiv: “Porque la vida es un viaje”.

“Desde hace 15, años el fenómeno nuevo que se está forjando en América Latina es que países que no habían tenido cine, ahora sí lo tienen, muchas veces gracias a políticas de apoyo estatal. Paraguay, Ecuador, Colombia, Chile y Bolivia son algunos ejemplos. Uruguay es el caso más notorio, porque casi no tuvo cine en toda su historia y ahora presenta una producción sostenida que no es la argentina (récord en cantidad de títulos), pero que cada año estrena películas que viajan a festivales y que funcionan incluso en el mercado interno”, subraya Javier Porta Fouz, director de la revista de cine El Amante y programador del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici). “No hay un cine latinoamericano identificable por temática”, afirma el crítico, para quien estas filmografías sí comparten “la dificultad para ser exitosas en su propio mercado”.

Fotograma de 'Conducta', del cubano Ernesto Daranas.
Fotograma de 'Conducta', del cubano Ernesto Daranas.

En ese linaje del siglo XXI del cine uruguayo destacan, entre otros filmes, Whisky (2004), Gigante (2009) y el reciente Mr. Kaplan, de Álvaro Brechner, finalista de los Goya 2014. Hastiado de una vida que parece depararle sólo seguir envejeciendo con marmórea dignidad, Jacobo Kaplan, el protagonista de esta comedia desopilante, quiere vivir una aventura. Un chiringuito en la playa y la presencia de un presunto nazi a quien planea secuestrar y desenmascarar ante el mundo le permiten sacudir la rutina. Todo esto con la ayuda de Wilson Contreras, expolicía a quien contrata como chófer. El duelo entre realidad e imaginación y la combustión de esa pareja dispar que forja un disparatado pacto de amistad son las claves de un relato inspiradamente hilarante.

La ira también tiene su filme. Relatos salvajes, de Damián Szifrón, coproducida por los hermanos Almodóvar, es la película más vista en la historia del cine argentino desde que existen registros confiables: casi tres millones y medio de espectadores locales. Además de ser candidata en nueve categorías de los Goya, competirá en la próxima entrega de los Oscar como mejor película extranjera. Cuenta seis historias autónomas de exceso y estallido, protagonizadas por algunos de los mejores actores del país. Ricardo Darín, Óscar Martínez, Rita Cortese y Leonardo Sbaraglia, entre otros, aportan la electricidad del talento a una comedia negra que luce la excelente tradición rioplatense del relato corto para explorar cómo situaciones cotidianas pueden convertir a cualquiera en un despiadado carnívoro, capaz de violencia, crimen o irracionalidad. Con la paradoja de un oscuro disfrute —en personajes y espectadores— ante esa metamorfosis.

No es azar que muchos de sus títulos escojan niños o púberes como protagonistas (se da también en la paraguaya Siete cajas y en la boliviana El corral y el viento). Territorio joven, América Latina elige hoy contarse sin inercias, filmada en futuro como conjuro o deseo.

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