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¿Cómo crear películas de éxito en tiempos críticos para la industria?

Que la cuota de pantalla del cine español alcance un 25% es algo inédito

'Jórribol'

Por Iciar Bollain

Estoy en la reunión anual de cinematografías de todo el mundo. India no vendrá, estará muy ocupada haciendo caja. Nigeria tampoco. EE UU sí ha venido, aunque no suele, creo que está molesta por algo. Y Francia, claro, no se pierde una, para chulear. Algunas cinematografías están en plena forma, incluso hacen abdominales, luciendo músculo, mientras llegan las demás. Otras están francamente raquíticas…

Cojo aire. Empiezo yo. Van a flipar. Ha sido un año excelente, declaro. Francia arquea las cejas incrédula. No me amilano. Además del reventón de taquilla de Ocho apellidos vascos, 53 millones, ha habido varias más muy taquilleras, y muy interesantes, un gran año, lo han dicho la crítica, los festivales, el público… Francia interrumpe. ¿Entonces por qué tienen la industria como la tienen? Jórribol, dice Reino Unido sin levantar la vista del periódico. Menos dinero, menos presupuestos, añade Alemania. Bélgica da la puntilla: Peor que nunca. Grecia sale en mi apoyo, solidaria, es la crisis. Pero Alemania no da tregua: “¡Pero qué crisis, ustedes llevan toda la vida igual!”. Y sigue, severa: “Tienen ustedes artistas internacionales que ganan Oscars, directores de culto, buenos técnicos, buen tiempo, paisajes, historias… (¡y buena cerveza!). ¿En qué están pensando?”. Yo no sé dónde meterme. Y ahí viene Francia: “¿Cuándo se van a dar cuenta de lo importante que es para un país tener una cinematografía fuerte y propia?”. Ya está, me cayó el sermón. Jolín, con el año tan bueno que hemos tenido… Francia sigue, como una apisonadora, nosotros llevamos décadas aplicando políticas de ayudas con eficacia, ya han tenido tiempo de copiarnos, ¡caramba! Portugal suspira: Y así son el primer productor europeo…

Me siento como el hombre del chiste, que va conduciendo por la autopista cuando avisan en la radio que hay un loco circulando en dirección contraria. “¿Pero cómo uno?, ¡todos!”

EE UU se dirige a los europeos con cierto desdén: “Ustedes y su manía de las políticas públicas. Nosotros llevamos años con incentivos fiscales a la inversión privada en el cine y no hay más que vernos, primer productor mundial… Y ahora, ¡nos están copiando todos! ¡Eso va contra la libre competencia!”.

Nosotros estamos dando hasta un 28% de desgravación fiscal a la inversión en cine, dice Irlanda con orgullo. El 40%, se jacta Colombia. El 70%, alardea Brasil. Bélgica saca pecho, ¡nosotros hasta el 150%! Se vuelven hacia mí. “Nosotros el 18%…”, musito.

Bélgica: “¡Pero si es que hasta han subido el IVA cultural!”. Francia, mirando de reojo a EE UU, apunta: “Por cada euro que el Estado invierte en nuestras películas, devolvemos 27”. Por fin me puedo defender, me he acordado de un ejemplo, la que más ha recaudado de la gran taquilla de El niño este año ha sido Hacienda. Más de cuatro millones de euros entre IRPF, IVA y Seguridad Social. Alemania me mira confusa: “¡Entonces sí que saben que el cine también genera riqueza!”.

Me encojo de hombros, muda otra vez. Todos me miran entre consternados y perplejos. Me siento como el hombre del chiste, que va conduciendo por la autopista cuando avisan en la radio que hay un loco circulando en dirección contraria. “¿Pero cómo uno?, dice nuestro hombre, ¡todos!”. En contradirección y al borde de estrellarnos, así vamos. Cada año me cae la misma bronca, y este, aún peor. Con las pelis tan bonitas que hemos hecho. ¿Y si hablamos de cine?, les digo. Porque a eso hemos venido también, ¿no? El ambiente se relaja un poco. Me animo. Este año hemos hecho dos de policías, fantásticas, una actual y otra ambientada en los ochenta, en las marismas… Y una en euskera de un hombre que manda flores, preciosa. Hemos oído a los gitanos del Sacromonte, hemos visto a los adolescentes aprender a bailar y a florecer, en cinco días, y hay otra de jóvenes perdidos, y la de los relatos salvajes, y una sobre Paco de Lucía, y otras que han nominado y otras que no, pero que también están muy bien y… Suspiro. Qué bonito es hablar de cine.

Tuertos en país de ciegos

 Por David Trueba

Que la cuota de pantalla del cine español alcanzara un 25%, es algo inédito en nuestras salas, aunque en Francia ronda habitualmente el doble. Extraer de ese dato una visión eufórica de nuestra industria sería tan absurdo como medir la salud de una persona en función de su saldo bancario. En una radio me preguntaron por el dato tan positivo y me permití ironizar. Después de una legislatura perdida para el cine español, donde no se han aprobado reformas ni se ha desencallado la nueva ley, con el resultado dramático de hasta la dimisión de una directora general del cine boicoteada por la negación de los incentivos fiscales, la desmesura del IVA cultural y el impago de deudas por parte del Estado a las productoras, parecía claro que si el cine español había ido bien demostraba que lo mejor era que los gobiernos desaparecieran. A lo mejor así mejoraba la educación, la sanidad, la industria. Esta broma solo quería demostrar que el cine no es fácil de matar, entre otras cosas porque es una vocación compartida por muchísimos jóvenes que llenan las escuelas que surgieron en los años noventa, y que aglutina talento deseoso de germinar pese a las penosas condiciones de cultivo.

El caso de 'Ocho apellidos vascos', que ha pulverizado todas las marcas de recaudación, no puede servir para encubrir que películas notables carecen de visibilidad"

El caso de Ocho apellidos vascos, la película de Emilio Martínez-Lázaro que ha pulverizado todas las marcas de recaudación, no puede servir para encubrir que películas notables carecen de visibilidad. Los que aseguran que el cine español ha dado con la receta del éxito no deberían olvidar que este es un oficio de ensayo y error. William Goldman explicaba que en el cine la única ley incuestionable es la de que nadie sabe nada. La salud de un cine nacional no se determina en el rendimiento de taquilla en un ejercicio. El abandono del cine español es una evidencia que arranca en nuestro patrimonio audiovisual, que se degrada sin que se destinen fondos, iniciativas y planes de salvamento centrados en la filmoteca. Los productores independientes tienen dificultades para financiar proyectos porque carecen de ventanilla de exhibición. El cambio de las normas fiscales en cada ejercicio crea inseguridad legislativa en inversores. Al Gobierno le escandalizan las iniciativas de renegociar la deuda de los países en quiebra, pero ellos han impuesto una quita de más del 10% a todas las productoras a las que adeudaban las ayudas a la amortización impagadas desde hace tres años.

En este panorama, las dos televisiones privadas, Atresmedia y Mediaset, son las únicas en condiciones de financiar y lanzar productos rentables en salas. Son ellas las que salvan la recaudación del cine español, pero como bien saben los médicos, lo que te salva en el corto plazo, te puede acabar matando. La anomalía de que las empresas televisivas en lugar de ventana de exhibición sean el motor del cine nacional condiciona el formato, contenido y sensibilidad de esas películas. La potencia publicitaria de estas cadenas demuestra que una película española comercial bien lanzada compite con garantías de éxito en la taquilla frente a cualquiera, pero desnuda que el otro cine español carece de campo de juego y si salva con talento la precariedad es gracias a la tarea de TVE y algún canal autonómico comprometido con un cine propio, pese al hundimiento generalizado de su financiación pública. La posición dominante de la televisión privada sobre el cine nos retrotrae a la famosa sentencia del caso Paramount, donde en 1948 la Corte Suprema norteamericana, en un auto no solo legible sino de una transparencia histórica para el mercado libre, impidió que los grandes estudios fueran dueños o manejaran en exclusividad las salas de cine para evitar el abuso de su posición dominante. Gracias a esa sentencia, el cine americano logró generar una industria plural y rentable para los inversores. El cine de un país requiere un mercado libre y no cautivo, donde asumir riesgos tenga premio, porque solo del riesgo surgirá lo mejor.

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