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CAFÉ PEREC
Columna
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Bioy Casares, año 101

El escritor creó a un lector activo, muy moderno, curtido en la sospecha constante

Enrique Vila-Matas

Le preguntaron un día a Adolfo Bioy Casares cuál era el sentido de su obra. Y él acusó el golpe (que diría un cronista de boxeo) y salió del paso alegando que tales aclaraciones no incumbían a un narrador. Pero por la noche volvió a la pregunta y se dijo que un posible sentido para sus escritos sería el de “comunicar al lector el encanto de las cosas que le inducían a querer la vida, a sentir hasta pena de que pudiera llegar la hora de abandonarla para siempre”.

Al retornar a Bioy, recordamos nuestro derecho como lectores a soñar otras vidas posibles. “Cuando soy muy feliz escribo novelas”, declaró en cierta ocasión. Quizás Bioy, como dice Rodrigo Fresán, es más completo que Borges, pues en él hay una felicidad que no se halla en su gran amigo. Es una alegría que sólo conocen las mentes que, con la ayuda del tiempo, saben transformar la ira, el rencor o la angustia en humorismo. Aunque a veces ese humorismo en Bioy es el causante de no siempre comunicar el encanto de las cosas, porque su afán de lucidez le lleva a descubrir el lado absurdo del mundo, y el afán de veracidad le impide silenciarlo.

Le gustaba citar el caso de Svevo que, minutos antes de morir, pidió un cigarrillo al yerno, que se lo negó. Svevo murmuró: “Sería el último”. En esta anécdota solía condensar su idea de que el humorismo es la más alta forma de la cortesía.

Pero tanto el humorismo como “el encanto de las cosas” iban a borrarse la última vez que Borges le llamó desde Ginebra. Bioy le dijo que estaba deseando verle y abrazarle y Borges, con una voz extraña, le contestó: “No voy a volver nunca más”. La comunicación se cortó. Días después, Bioy supo que se había producido un equívoco: Borges estaba llorando, había llamado para despedirse.

En sus textos más admirables el centro secreto lo construye un equívoco. Eso sucede en El sueño de los héroes, en el cuento En memoria de Paulina, en la elegancia de Una magia modesta, en La aventura de un fotógrafo en La Plata, en ese genial pero todavía increíblemente poco valorado libro que es Borges, en el muy contemporáneo La invención de Morel. Inventor de tramas que profundizan en la ambigüedad de la realidad, Bioy creó a un lector activo, muy moderno, curtido en la sospecha constante. Y ese centro oculto es precisamente el que hoy le distancia de los clásicos del “género fantástico” y le hace tan vigente y actual.

¿También es una broma infinita que, situados ya más allá del centenario de Bioy, siga sin llegarle el pleno reconocimiento a su obra? ¿Llegaremos a ver cómo finalmente se produce este acto de absoluta justicia literaria?

Impacientes en una reunión porque Bioy no llegaba a tiempo, Borges les dijo a los nerviosos: “Hay dos cosas seguras: una que Adolfo llegará; otra, que llegará tarde. Cuanto más tarde sea, más segura es su llegada; si llegara ahora, quizá no llegue”.

Es probable que siga por mucho tiempo sin llegarle a Bioy el reconocimiento que merece su inmodesta magia elegante. Pero uno también adivina que, cuanto más tarde llegue, más segura será su llegada.

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