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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Amparo Baró: los comienzos

Marcos Ordóñez

Los más jóvenes la recordarán por su personaje de Sole en 7 vidas, o como la terrible matriarca Violet Weston, su formidable creación dramática en Agosto, de Tracy Letts, dirigida por Gerardo Vera, con la que volvió al teatro tras doce años de ausencia. A mí siempre me recordó a la enorme Thelma Ritter: siempre pienso en Amparo Baró cuando vuelvo a ver a la Birdie de Eva al desnudo, o a la Ellen McNulty de Casado y con dos suegras (The Mating Season), esa obra maestra olvidada de Mitchell Leisen. La noche de su muerte quise celebrar su enorme talento para la comedia y vi de nuevo Cuatro corazones con freno y marcha atrás, una de las mejores obras de Jardiel, en un Estudio Uno de Pérez Puig, donde la rodeaban Ismael Merlo, Luis Varela y Pablo Sanz, todos en plenísima forma. Háganse un favor y rescátenla (en YouTube, en RTVE): ¡qué delicia de interpretación, qué gracia, qué ligereza!

Varias veces hablé con Jaime de Armiñán de los comienzos teatrales de la Baró (para siempre ya “la” Baró) porque él fue, a finales de los cincuenta, su principal valedor. Me contó que había dejado Filosofía para convertirse en actriz tras ver actuar a Asunción Sancho en Seis personajes en busca de autor. No fue un camino fácil. Sé, por algunos compañeros, de sus inseguridades de entonces, nacidas de una extrema timidez que a veces disfrazaba de hosquedad. Armiñán la impuso en Café del Liceo, una de sus primeras comedias, donde solo decía un rotundo “Te quiero” al final. Luego sustituyó a otra Amparo, la Soler Leal, cabecera de cartel junto a Marsillach en Harvey, la historia del conejo gigante e invisible. En aquel Windsor de la Diagonal, pequeño templo de la alta comedia, hizo también George y Margaret, Bobosse, y Mi adorado Juan, de Mihura. Todas ellas pasaron luego a Madrid, con notable éxito. En 1957, Armiñán la llamó para hacer televisión (Galería de maridos, con Marsillach) y desde entonces estuvo en todas sus series de la época: Mujeres solas, Cuarto de estar, Confidencias, Tiempo y hora

En Madrid hizo una pieza “difícil”, que disparó su carrera: La calumnia (The Children’s Hour), de Lillian Hellman, dirigida por Luca de Tena, en el Beatriz, en 1961, con Josefina Díaz, Mayrata O’Wisiedo y Montserrat Salvador. En septiembre de 1965 volvió a Barcelona, su ciudad natal, y se presentó, ya con compañía propia, en el diminuto Candilejas de la Rambla de Cataluña, con Frankie y la boda (The Member of the Wedding), la novela de Carson McCullers que había triunfado en Broadway (500 representaciones), con Ethel Waters, Julie Harris y el niño Brandon de Wilde, en los papeles que harían Pilar Muñoz, la Baró y Quique San Francisco. Armiñán firmó la versión española, que dirigió Victor Andrés Catena. Frankie y la boda tuvo una acogida sensacional, que revalidó en el Goya madrileño, con Cándida Losada sustituyendo a Pilar Muñoz.

En 1966 volvió al Candilejas con La dama boba, y la temporada siguiente protagonizó Cita los sábados, una comedia ligera de Jaime Salom, donde cantaba y bailaba, dirigida por José María Loperena. A la función se le quedó pequeño el Candilejas: pasó al Poliorama y le valió a la actriz el Premio de la Crítica barcelonesa. Pero su carrera, ya en órbita, estaba definitivamente orientada hacia Madrid, donde trabajó el resto de su vida.

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