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Lina Tur Bonet, la violinista que rescató al Vivaldi olvidado

La artista publica, tres siglos después, la primera grabación mundial de un grupo de sonatas y conciertos condenados al olvido del maestro veneciano

La violinista Lina Tur Bonet, en el Oratorio del Caballero de Gracia de Madrid. En el vídeo interpreta ‘Fantasía’, inédito de MatteisVídeo: BERNARDO PÉREZ / EL PAÍS / LIVE

Este disco es fruto de mi propia curiosidad y de la casualidad. Uno siempre busca, pero a veces no encuentra ni en el momento ni en el lugar en el que está buscando". Lo declara la violinista española Lina Tur Bonet, que acaba de publicar Vivaldi Premieres. En este trabajo, la violinista afronta un programa de inéditos de Antonio Vivaldi que fueron hallados hace dos años en forma de manuscrito en la ciudad austriaca de Graz. Estas nuevas obras arrojan luz sobre uno de los maestros del barroco que es mucho más que Las cuatro estaciones.

Tur Bonet, cartagenera, se reúne en este disco con su conjunto de música antigua habitual, Música Alchemica. De formación española y alemana –" Yo soy universitaria, pero mis alumnos nunca podrán serlo con el sistema que tenemos aquí donde no se reconocen como universitarias las enseñanzas artísticas superiores"-, ha trabajado en múltiples proyectos que la han llevado a interpretar con grupos del calado de Les Arts Florissants o Los Músicos del Louvre, además de haber trabajado con inéditos de Boccherini y autores barrocos españoles y haber ejercido de concertino en dos óperas barrocas alemanas que estaban aún sin estrenar. "Con Música Alchemica no solo hace conciertos y grabaciones, sino también proyectos multidisciplinares, como la colaboración con el poeta Antonio Colinas (que escribió un poema para este disco), videoartistas, compañías de marionetas, actores", cuenta la violinista.

De talante tranquilo y didáctico, Tur Bonet va desgranando uno a uno los distintos cristales que componen este caleidoscópico todo que es el disco. "Un musicólogo que me conocía por la grabación de unas sonatas me ofreció unas partituras que había encontrado en Graz en forma de manuscrito y me dispuse a montarlas. Si estás abierto y curioso por lo que pueda pasar, al final las cosas parecen que vienen a ti", cuenta la violinista remontándose a hace dos años. En aquellas partituras que se encontraban en perfecto estado, la intérprete se dio cuenta de que faltaban algunos bajos de las sonatas, por lo que un minucioso trabajo del musicólogo Olivier Fourés logró que aquella parte desconocida cobrara vida para acompañar a la melodía del violín en la grabación.

En las últimas grabaciones de Vivaldi hay una parte muy cañera y muy rocanrolera fantástica, pero también una parte poética llena de sutileza y reflexión

Una de las complicaciones de abordar un repertorio nunca antes grabado es que el único faro posible es la partitura. En el papel se encierra el secreto de una música dormida desde la época de su autor, y la primera grabación supone una resurrección emocionante pero también el peso de ser desde entonces referencia para los que quieran abordarla después. "Tocar una obra de la que no hay ningún tipo de referencia es una maravilla por un lado y una responsabilidad enorme por otro. Como músicos formados en conservatorios, estamos acostumbrados a escuchar grabaciones e intentar reproducirlas. Somos un poco deportistas: vamos a la perfección. Nos dejamos influir por las versiones de los grandes violinistas e intentamos hacerlo tan bien como ellos. En aquella época no había grabaciones, y te das cuanta investigando de que ellos entonces hacían lo que yo he hecho aquí: veían una partitura y la tocaban. La partitura es como una carta que alguien que murió hace muchos años dejó, pero esa carta está viva y el músico tiene la responsabilidad de resucitarla como al muñeco de madera que era Pinocho", dice Tur Bonet, a la que cada nota de estas obras le suenan a Venecia, a "la tranquilidad de las aguas de Venecia, pero también al fuego de la fiesta y el cachondeo del Carnaval".

Venecia es dual, bipolar y cambiante. Sus mareas agitan y dejan tranquila la ciudad, la transforman. Vivaldi, veneciano como la propia Basílica de San Marco, era un ejemplo claro de lo que Venecia era y es en la actualidad. Un compositor que en su monumental sabiduría y conocimiento musical se asemeja a Bach, pero que tiene un lado rossiniano que ama la fiesta, el "más difícil todavía" y el virtuosismo lucido. "La escuela veneciana barroca es el barroco por antonomasia, está llena de imaginación y tiene un gran conocimiento del instrumento. Todo era exuberante. Vivaldi era cura, aunque no lo parezca. Era una persona muy explosiva, pelirrojo y muy pintoresco. No daba misa porque decía que le cansaba, pero luego oyes su música y hay ahí una vitalidad impresionante", cuenta la violinista, que añade que "en las últimas grabaciones de Vivaldi hay una parte muy cañera y muy rocanrolera fantástica, pero también hay una parte poética llena de sutileza y reflexión".

Estas sonatas y conciertos corresponden a una década que arranca en 1710. Vivaldi era entonces un maestro absoluto que "gozaba de fama, riqueza y prestigio dentro y fuera de Venecia". Con una vertiente de empresario, llegó a componer óperas para su propio teatro, tenía el respeto de los compositores de toda Europa y dice la violinista que hasta Bach copiaba su música como método de aprendizaje. "Vivaldi es el inventor de la forma concierto tan y como la conocemos hasta la llegada de la música contemporánea, y explotó las posibilidades del violín como instrumento de una manera magistral", explica Tur Bonet.

"Tocar una obra de la que no hay ningún tipo de referencia es una maravilla por un lado y una responsabilidad enorme por otro

Sin embargo, generalmente el gran público reduce a Vivaldi a su obra más universal, Las cuatro estaciones, a pesar de que fue un compositor muy prolífico. "Vivaldi fue un gran compositor y vivió un tiempo denostado por su propia fama. Las cuatro estaciones es una obra maravillosa pero está muy manoseada, tan interesante siempre como ver un Hamlet, El Padrino o admirar un velázquez. Pero durante un tiempo pareció que Vivaldi solo tenía aquello, y en las últimas tres décadas ha habido un movimiento por recoger toda esa música suya que aún no se había grabado", dice la violinista de un compositor que "sabía lo que quería el público y se lo daba", algo que no es incompatible con la maestría de su obra. "Leibniz decía que la música era una ecuación inconsciente del alma. Los grandes compositores han sabido llegar a ciertas verdades que a todos nos toca la fibra, y en eso reside su genialidad y que su música nunca muera", comenta.

En estas obras recuperadas se muestra un Vivaldi genial, el "Gran Vivaldi", que a pesar de su éxito murió en Viena casi condenado al olvido cuando su figura pasó de moda, ciudad en la que se encuentra su tumba, aunque sin ubicación exacta. "Son unos conciertos que encierran una complejidad técnica muy variada: hay algunos muy virtuosos, otros más cantabile y otros con una parte narrativa muy clara. "Estos conciertos pertenecen a un momento en el que Vivaldi está haciendo conciertos casi cada domingo. Su Orquesta de La Pietá era una orquesta de niñas huérfanas: sus obras las estrenaron todas mujeres, que eran unas grandes virtuosas", confiesa la violinista.

Aquí la obra habla como en esa carta metafórica de la que habla Tur Bonet, y nos cuenta historias de un Vivaldi que tiene una personalidad arrolladora y un talento inabarcable. Un Vivaldi que va más allá del virtuosismo y que tiene una visión profunda de la música como motor de las emociones y del pensamiento: "La música no es un entretenimiento, es parte de la vida misma. En Grecia era una parte importantísima de la educación, porque recoge todos los afectos humanos y sus contradicciones. Y eso se puede ver muy bien en la obra de Vivaldi".

Vivaldi Premieres. Sonatas y conciertos de Antonio Vivaldi. Lina Tur Bonet y Música Alchemica. Panclassics

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