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Corrientes y desahogos
Columna
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Dios y el diablo, arquitectos

Miguel Fisac tenía un carácter saturnal y durante treinta años permaneció extrañamente sometido al Opus Dei

Sobre Miguel Fisac, uno de los mejores arquitectos españoles del siglo XX, se ha publicado recientemente un libro, Miguel Fisac ¿Arquitecto de Dios o del Diablo? (Nueva Utopía) compuesto por una sucesión de entrevistas que durante años confeccionó su amigo Jesús Sevilla Lozano, un médico ilustre y escritor que le confiere empaque a la conversación, desde elegantemente descarnada hasta siniestramente honesta. Miguel Fisac tenía un carácter saturnal y durante treinta años permaneció extrañamente sometido al Opus Dei.

Fisac, muy tendente a la espiritualidad se dejó hacer hasta que la Obra terminó deshaciéndolo. Si este texto interesa por los pormenores sobre la arquitectura española de la segunda mitad del siglo XX, es también un testimonio del sepulcral espacio por donde discurrían peones de Escrivá de Balaguer y de Álvaro del Portillo. Estancias secretas, palabras sibilinas, castigos sutiles, traiciones ominosas. Cuando conocí a Miguel Fisac (muerto en 2006) residía desde hacía varias décadas en el llamado Cerro del Aire y pude entender por sus muy airados braceos el duro conflicto final con la Obra. Conflicto por dentro y por fuera de sí; por dentro y por fuera de su prisión religiosa.

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Formando parte de la Obra los encargos se conseguían con relativa facilidad. Después de abandonar el Opus, sin embargo, el boicot fue tan opresivo que le llevó a una situación casi menesterosa. Con todo, aún cuando ganara mucho dinero y fama construyendo edificios singulares como La Pagoda (Laboratorios Jorba) o el claustro y la iglesia de los Dominicos en Alcobendas, entre muchos otros, tampoco disfrutó de una fortuna porque el Opus absorbía para sí las rentas como era su costumbre de succionar casi todo.

Tampoco el mismo Fisac se ocupaba muchos de las cuentas. "Nunca tuve apetencia de nuevo rico. Tampoco procuré amontonar dinero ni colocarlo de una manera rentable y conveniente"

Miguel Fisac, que vivió 93 años, fue urbanista, inventor, pintor, arquitecto y escritor. No le quedaba holgura para la contabilidad y siendo como era de la moral profesional reinante en el grupo de Zuazo, Aburto, Cabrero, Prieto Moreno, Bidagor y Chueca (firmantes del Manifiesto de Granada en los años 50) sus postulados arquitectónicos le obsesionaban más que el cobro emolumentos.

Muy cercano a Alejandro De la Sota, repetía con él dos sentencias que valen como muros maestros: La primera sentencia era: "No hay arte sin tensión, ni belleza sin equilibrio". Y la otra sentencia, calcada de Lao-Tse, dice: "La arquitectura es el aire que queda dentro de lo que construimos".

La arquitectura, en fin, no se demuestra en las fachadas, no se cumple en su prestancia exterior sino, precisamente, en los espacios que crea adentro. Estos espacios procuran bienestar, alegría, meditación, recogimiento, consolación. Todo arquitecto (o urbanista) grandes poseen la ambición de mejorar la vida de los habitantes de ciudades o de apartamentos.

Yo mismo recuerdo el caso de Sáenz de Oiza, tan asiduamente volcánico, que cuando una vez, estando en su casa, le llamaron desde el Ruedo de la M-30 trasladándole las quejas de los chabolistas realojados en su edificio, respondió: "¿Qué no pueden vivir allí? ¡Pues que aprendan a vivir!"

Dios o Diablo. La mayor parte de los arquitectos de altura estelar, debe decirse, son temibles. Entre el fulgor del Cielo o la hoguera del Infierno, a menudo, apenas hay una planta.

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