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LIBROS / ENTREVISTA

El ‘parking’ de los miedos

El belga Peter Terrin concentra los males de la sociedad occidental en la claustrofóbica distopía ‘El vigilante’

"Tendríamos que saber controlar mejor esos miedos con los que juegan estados o empresas", opina el belga Peter Terrin.
"Tendríamos que saber controlar mejor esos miedos con los que juegan estados o empresas", opina el belga Peter Terrin.CONSUELO BAUTISTA

Los vigilantes del aparcamiento subterráneo no pueden salir al exterior hasta que La Organización, que les suministra víveres, no les envíe el relevo, que se retrasa tanto como el avituallamiento, cada vez más eximio y espaciado: agua, alimentos, jabón… Tienen una vaga sensación de estar observados, de ser vigilantes vigilados, quizá puestos a prueba para un ascenso y así patrullar algún día en el exterior. Tampoco se pueden cruzar con los propietarios de los lujosos apartamentos de 1.000 metros cuadrados del edificio de 40 plantas que, bien pensado, está tan fortificado que los vigilantes no quieren ni imaginar que quizá no son necesarios. Un día, sin embargo, se rompe su oscura rutina porque algo pasa allá fuera (¿una Nueva Guerra, una hecatombe nuclear, una epidemia, una torrencial lluvia ácida…?) y todos los vecinos huyen de golpe; quizá quede uno, el de la planta 29, según creen deducir por los ruidos de cañerías y lo que observaron desde las rendijas…

Pocas veces se concentran metafóricamente tantos males de la sociedad actual en un relato tan breve (216 páginas) como en El vigilante (Rayo verde; Raig Verd en catalán), que bajo el formato del género de moda, la distopía, dio el Premio de Literatura de la Unión Europea en 2010 a la cuarta novela del belga Peter Terrin (Tielt, 1968). Hay miedos de todo tipo en una obra en la que asoma una metáfora de la vida de hoy donde cualquier cosa --una guerra, pero también la caída de un banco, la rotura de un oleoducto o las repercusiones en bolsa de un nuevo móvil que pinche en su lanzamiento-- puede provocar el pánico. “Tendríamos que saber controlar mejor esos miedos con los que juegan estados o empresas; ahí estuvo George Bush con la amenaza de la armas de destrucción masiva en Irak, discurso que Europa compró por esos miedos; en el libro, de algún modo, un vigilante encarna a Bush y ese Estados Unidos que representa y otro a Europa, en eso y en otros aspectos sociales”, lanza Terrin, como ejemplo de la polisemia de su trama.

Tener miedo es una manera de sobrevivir; desconectar todos nuestros miedos
también es muy peligroso; nuestros antepasados de las cavernas quizá sobrevivieron en un entorno hostil por miedo

Es evidente que la formación académica –“nada interesante: cosas de matemáticas y física que no utilicé cuando me convertí en vendedor de mármoles para arquitectos ingleses: fui infeliz”, resume—ha hecho mella en el escritor porque parece querer jugar a los contrarios con su interlocutor, como hace con el lector: “Tener miedo es una manera de sobrevivir; desconectar todos nuestros miedos también es muy peligroso; si mis vigilantes no tuvieran miedo no serían buenos en su trabajo; eso les permite avanzarse; se le puede llamar miedo a lo que sienten pero también hipersensibilidad o estar atento a aquello que puede pasar y eso es positivo; nuestros antepasados de las cavernas quizá sobrevivieron en un entorno hostil por miedo”.

El mayor pavor de todos es hoy, según Terrin, “el no saber a partir de no saber absolutamente nada o de estar falsamente sobreinformados de nimiedades: urge recuperar el papel de los periodistas como guardametas de la información, dejando pasar unas noticias y no otras y arrojando luz sobre aquellas”. Y al insistirle sobre otros pánicos, indica: “El aspecto de los miedos es lo que más ven ustedes aquí, quizá por la situación que viven en España y, entiéndame, me alegro de eso porque al escribir esta novela dejé exprofeso espacios para que el lector pudiera venir con sus maleta de experiencias y rellenar esos huecos”. Terrin da en el núcleo gordiano de su obra: un espejo que refleja nuestros miedos interiores inculcados por la sociedad. “Sí, puede ser una lectura”, dice misterioso, intentando borrar pistas.

El desasosiego a no saber provoca que los protagonistas de El vigilante se refugien en rutinas agobiantes y en una docilidad social exasperante porque igual lo desconocido es peor: mejor mantener un statu quo y un trato social donde nadie quiere relacionarse con nadie, ni tan siquiera los ricos entre ellos. “Las clases altas y dirigentes siempre han querido vivir alejadas del resto, no deja de ser una muestra de su sobredominación”. Pero ese aislacionismo “no es fruto tanto de un control social como que nos lo hacemos nosotros mismos; como individuos buscamos cada vez más la soledad dentro del grupo: la sociedad crea hoy esa necesidad de soledad, no hay tiempo de estar con otro porque nos han inculcado en la cabeza que hay que estar por otras cosas, que cada cinco minutos nos perdemos algo vital de lo que ocurre en cualquier lugar del mundo. Y eso ha ocurrido en sólo dos generaciones”, añade. “Recuerdo a mis abuelos sacar las sillas a la calle y conversar con el resto de vecinos; mire hoy cualquier vagón de metro y los verá a todos con auriculares o pegados a sus tabletas móviles”

Estoy dentro de esa literatura de Buzzati o Kafka o 'El extranjero' de  Camus, pero también de series televisivas como 'El Equipo A', la música de  Simple Minds o la pintura de Edward Hopper y Francis Bacon, sobre todo en las escenas violentas

Como en El vigilante, en Post mortem (2012) --penúltima novela de Terrin que Rayo Verde traducirá también-- parece haber un punto de biofobia, un terror casi confeso a la convivencia entre personas y animales: episodios insinuados aparte de racismo con judíos y negros (“eso es un espejo de nuestro tiempo, es la situación social real”, argumenta sobre su uso en la novela), o el miedo-odio hacia el otro (con dosis de sadismo), los vigilantes hacen la vida imposible a una mosca y un tercero sólo puede soportar los gatos de porcelana. “En Post mortem hay miedo a la biografía, a que cualquiera pueda interpretar recuerdos e imágenes de uno; en El vigilante, no es eso, lo que sí es verdad es que yo tengo gatos de porcelana...”.

El vigilante no puede sustraerse al símil con dos grandes clásicos, El desierto de los tártaros de Dino Buzzati, y El castillo, de Franz Kafka. “Estoy dentro de esa literatura, como de la de El extranjero de Albert Camus”, dice con mohín de fastidio. Quizá para romper, suelta una boutade que a lo mejor lo es menos: “A los 16 años leía otras cosas que no eran Kafka; y también veía series televisivas, como El Equipo A”. ¿Y qué música acompaña al autor de El vigilante? “La que se dio entre 1979 y 1983, con Simple Minds a la cabeza…” ¿Y pintura, presente en la novela también? “Edward Hopper y Francis Bacon, sobre todo en las escenas violentas”, desvela.

Terrin ha escrito sus ocho obras (seis novelas, dos libros de relatos) en holandés, lengua dominante en Flandes, a la que pertenece el 60% de la población frente al 35% de los valones, que usa el francés. De nacionalismos, algo sabe. “Podríamos decir que la frontera Norte–Sur de Europa pasa por Bélgica; pero ahí, como me temo que en Escocia y quizá también en Cataluña, detrás está lo económico”, zanja un tema que le incomoda. ¿Europa es un todo de verdad? ¿Le ha servido para algo, en lo literario, el premio por ejemplo? “Sin él no estaría traducido a 15 idiomas y no habría conocido a otros escritores”. Sale a relucir el nombre del portugués Gonçalo M. Tavares, de quien aunque Terrin no lo sabe, comparte un trasunto de sociedad inquietante en su obra.

Vuelven a salir más temores de un El vigilante del que un productor inglés ya tiene los derechos cinematográficos. “Pero hay más cosas, insisto, el relato tiene algo de experimento científico: juntemos a dos personas, aislémoslas, y a ver qué ocurre; en el fondo, se trata de ver qué nos hacemos los unos a los otros”. Si eso no da miedo…

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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