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Un arresto en tres actos

La cubana Tania Bruguera explora las contradicciones del poder en sus piezas de arte público

Tania Bruguera en La Habana el 31 de diciembre, al día siguiente de su detención
Tania Bruguera en La Habana el 31 de diciembre, al día siguiente de su detenciónEnrique de la Osa (Reuters)

Esta vez la obra termina cuando todo el público está preso y la artista ha sido detenida en tres ocasiones en 72 horas, dividiendo así la representación en tres actos caprichosos que no formaban parte del guión. La propuesta de la artista plástica cubana Tania Bruguera (La Habana, 1968) pasaba por desarrollar una performanceque consistía en instalar un micrófono abierto en la emblemática plaza de la Revolución, en la capital cubana, el pasado 30 de diciembre. En turnos de palabra de un minuto, el público debía opinar sobre Cuba y su futuro tras la decisión de los Gobiernos de Washington y La Habana de restablecer relaciones diplomáticas. Pero la policía detuvo a Bruguera y a su potencial audiencia —más de 80 intelectuales, disidentes y periodistas— horas antes de que pudieran llegar a la plaza. Volvió a arrestarla cuando intentó ofrecer una rueda prensa sobre el incidente y lo hizo de nuevo cuando pidió la liberación del público que continuaba preso.

 “De alguna forma se hizo la performance y desde el punto de vista artístico estoy muy satisfecha”, comenta sarcástica Bruguera, quien ha dedicado casi la mitad de su vida a analizar el poder y sus contradicciones desde el punto de vista del arte. Ella ha creado el concepto del “arte de conducta” para describir su trabajo, que trata de esbozar situaciones inconclusas para que el público las complete. “En este caso, ha sido el Gobierno de Cuba quien ha terminado la obra, aplicando unas respuestas ya aprendidas y casi automáticas ante ciertas circunstancias en las que se crítica y cuestionan sus decisiones”, dice Bruguera desde La Habana, mientras espera que la fiscalía de su país decida si la enjuicia por resistencia a la autoridad e incitación al desorden público. En tanto se aclara su situación legal, Bruguera tiene prohibido salir del país y, en consecuencia, deberá suspender las residencias artísticas y conferencias que tenía previsto impartir en Berlín, Estocolmo y Boston.

La obra que Bruguera pretendía mostrar en La Habana se titula El susurro de Tatlin #6. El estreno se realizó en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) y ahora forma parte de la colección del Guggenheim de Nueva York, que la compró a principios de 2014 para exponerla ese mismo verano. En España la pieza no funcionó como Bruguera quería: “Ahí me di cuenta de que no podía poner esa obra en lugares donde funciona la libertad de expresión, sino en los sitios donde no la hay, para que el arte supla un espacio que no tiene la sociedad”.

Tras su estreno en Valencia, El susurro de Tatlin #6 llegó en 2009 a la X Bienal de La Habana, donde la artista dispuso un podio y un micrófono abierto, resguardado por dos actores vestidos de soldados que colocaban una paloma blanca en la cabeza o en el hombro del orador de turno y decidían cuánto tiempo podía hablar cada cual. El acto duró 40 minutos, participaron miembros de la disidencia —entre ellos, la bloguera cubana Yoani Sánchez y el periodista Reinaldo Escobar— y gente que defendió el sistema político cubano. Las autoridades culturales se jactaron de la apertura del Gobierno al permitir la acción artística; sin embargo, cuando Bruguera intentó replicarla, calificaron su propuesta como “inaceptable” y le informaron que no podía presentarse “en ninguna institución cultural del país”.

Bruguera se formó en el Instituto Superior de Arte de La Habana y en 1998 obtuvo una beca Guggenheim para estudiar performance en la Escuela de Arte del Instituto de Chicago. En 2000 recibió el Premio Príncipe Claus en Holanda por sus reflexiones sobre el papel social y político del arte. Desde entonces, Bruguera viaja por el mundo como cualquier artista con su obra, utilizando siempre su pasaporte cubano. “Vivo donde realizo mi trabajo, pero nunca pierdo la vinculación con Cuba. (…) No me voy a ir de aquí hasta que compruebe que mi caso se ha cerrado legalmente, porque ellos intentan que me vaya para luego no dejarme entrar bajo el supuesto de que me fugué”.

Cuando Bruguera fue detenida por primera vez, centenares de artistas e intelectuales de todo el mundo suscribieron un comunicado para solidarizarse con su causa y reclamar su liberación. Entre ellos, el responsable de arte latinoamericano del Museo de Arte Moderno de Nueva York, el poeta venezolano Luis Pérez-Oramas, quien describe esta acción de Bruguera como “un gesto brillante” que ha logrado reflejar la realidad cubana, aun en medio de esa atmósfera general de optimismo provocada por el restablecimiento de relaciones con EE UU. “Es un gesto aparentemente banal que ha denunciado de una manera innegable la realidad del embargo interno de Cuba contra su propia libertad. También revela con una claridad supina que la inteligencia en el poder se esclerotiza, que no hay ya ninguna forma de inteligencia en el poder en Cuba. Porque al haberle hecho la publicidad que le hicieron, ellos mismos se han denunciado”, opina Pérez-Oramas.

Doble rasero

Estrella de Diego

En 1984, mucho antes pues de que la mayoría de las bienales internacionales abrieran sus puertas a mediados de los años 90 del siglo XX, iniciaba su andadura la de La Habana, que esta próxima edición celebra sus treinta años de vida. Para la ocasión se va a apostar, dicen, por un arte que huya de las grandes exposiciones y se mueva más entre los intersticios de la ciudad; un arte de los lugares y las interrelaciones con las calles y sus gentes, algo que en realidad ha ocurrido en todas las ediciones: más incluso que la Bienal de São Paulo, la de La Habana es La Habana misma.

En este contexto habrá lugar para la performance, claro —la única artista española anunciada a día de hoy es La Ribot—, pero Tania Bruguera, una de las artistas más populares a nivel internacional, no estará presente como lo estuvo en la bienal de 2009. Sus piezas, específicas para cada lugar tratando de desvelar el conflicto local —en Bogotá repartió cocaína en una performance muy cuestionada— no son bienvenidas en su país. De hecho, ese mismo año se daba por concluida la Cátedra de Arte de Conducta de la artista, que fundó y que estuvo activa desde 2002 —acogida por el mítico Instituto de Arte Superior de La Habana— y que era una especie de pieza de arte público donde se buscaba formar a los jóvenes en el territorio de las artes en un programa abierto y alternativo. De allí saldrían numerosos artistas y críticos que aspiraban a mirar las cosas de manera distinta.

Sin lugar a dudas, la presencia de Bruguera en aquella bienal con una propuesta complicada desde el punto de vista político, habla de cierto doble rasero que sin duda llama la atención desde fuera. De hecho, la impresión que se tiene en muchas de las puestas en escena de la bienal es que, mientras dura, bastante está permitido, como si fuera la excusa perfecta para transgredir; como si la cultura, incluso una cultura a veces muy política, fuera menos peligrosa que el activismo. Pero, ¿hay diferencia en ciertas formas de arte? Quizás ocurre como en tiempos de Franco, cuando los artistas matéricos como Tàpies eran exportados para limpiar la cara al régimen: hay veces que es fácil ser modernos. Quizás aquí se da un poco una maniobra semejante, aunque es más difícil manejar la disidencia que la abstracción.

Sea como fuere y pese a todo, Cuba es un país que desde los noventa, sobre todo desde ese momento en que el arte de América Latina se puso de moda, exportó muchos artistas, como el propio José Bedia o Marta María Pérez Bravo. Entonces Cuba y Brasil simbolizaban ese otro extremo que hablaba sobre todo de la gran añoranza de las vanguardias: la africanidad, aunque fuera sólo en las mentes del pensamiento colonial. Después vendrían las generaciones posteriores que, como en el caso de Kcho, explotaban la cubanidad y que alcanzaban en un momento la fama internacional hablando de lo que todos querían escuchar sobre Cuba, curiosamente desde Cuba. Es un juego perverso, una baraja que a veces se rompe con la censura que, en el caso de la performance es un poco tratar de parar lo imparable, en la calle. De hecho, muchos de los asistentes de aquellos seminarios están hoy haciendo un arte que, a poco que el poder se dé un momento la vuelta, va a plantearle problemas.

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