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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Borgen’

La serie nos muestra que en la política todo es cálculo. Y sin embargo es vital que ese cálculo no se convierta en algo que los ciudadanos perciben como manipulación

David Trueba

Borgen, la serie danesa creada por Adam Price junto a los escritores Jeppe Gjervig Gram y Tobias Lindholm para el canal público, resulta la más atractiva de las muchas ofertas. Nos ha llegado con el retraso que castiga siempre al producto europeo. Cuando ya se han cumplido las tres temporadas en su país de origen aterriza en España, donde aún se recuerda la enorme calidad de otro producto danés, The Killing. El serial no elude la diversión, con tramas centradas en los altibajos de la labor de gobierno de la Primera Ministra del país, con conflictos bastante primarios pero resueltos casi siempre con acierto y credibilidad, lo que no es fácil entre una oferta que necesita siempre sorpresa, cinismo y hasta la dosis de falsa inteligencia tan demandada.

De nuevo hay una mujer madura al frente del reparto, la estupenda Sidse Babett Knudsen, lo que confirma que la apuesta por este tipo de personaje no es desmotivador sino gancho para colgar elementos de entretenimiento para adultos, y no asocio esa definición solo a la cabecera del Playboy. Nuestra política española proporciona argumentario más cercano a La escopeta nacional que a un conflicto maduro y cargado de valores y principios de buen gobierno. Sin embargo, conviene preguntarse si la ficción no tiene en ocasiones el valor de transformar la realidad. Inventar otra política en la tele podría derivar en otra política real más estimulante. Si sirve como ejemplo el caso danés, que lo dudo siendo como somos, basta recordar que al lanzamiento de la serie le siguió la elección de una mujer para Primera Ministra, la socialdemócrata Helle Thorning- Schmidt.

La serie nos muestra que en la política todo es cálculo. Y sin embargo es vital que ese cálculo no se convierta en algo que los ciudadanos perciben como manipulación, sino que esté expuesto al cambio de ritmo de la verdad, la decencia, la honestidad moral. Podría ser bueno que, por ejemplo, Artur Mas y Junqueras, que andan en sus cálculos de qué es lo mejor para sus partidos a la hora de convocar elecciones catalanas, tuvieran en cuenta que el espectáculo de su estrategia resulta tan obvio que puede descorazonar a quienes aún buscan en la política remedio social y no solo equilibrismo en el poder.

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