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Epifanías envueltas en imágenes

El libro ha perdido prestigio como objeto regalable, algo que se nota sobre todo estos días

Manuel Rodríguez Rivero

Uno de mis más dilectos y admirados amigos editores —pongamos que se llama Armón Bala para evitar su identificación— atribuía la relativa, pero evidente, desafección hacia el libro a una especie de presunto ciberataque mediático contra él, propiciado por quienes nos hemos limitado a constatar un hecho incuestionable: el fin del dominio exclusivo de la llamada Galaxia Gutenberg, tras cinco siglos y medio de imperio absoluto en el terreno de la cultura escrita. Como ven, la vieja historia del mensajero culpable. Es como si la mera mención del hecho —apreciable por cualquiera que quiera mirar a su alrededor y sepa contar artilugios lectores en los transportes públicos— fuera la causante del problema, cuando lo cierto es que nunca como ahora el libro de papel ha sido objeto de más homenajes, elegías y glosas en los medios. La desafección, sin embargo, existe: aunque sólo sea en algunos sectores, el libro ha perdido “prestigio” como objeto regalable, algo que se nota sobre todo en estos días en que la gente que todavía puede hacerlo se dedica a ejercer lo que se llamó “elegancia social del regalo”. Compárese el gasto en esencias, perfumes y colonias —el moderno oro, incienso y mirra que transportan los dromedarios de los Magos— con el de libros, que no tienen quien los anuncie en la pequeña pantalla con etéreas muchachas en ropa interior y blandas dominatrix de Jean Paul Gaultier. Por no hablar de los políticos, que parecen que tengan alergia al libro (también los de Podemos) y nunca se hacen la foto con uno. A falta del tirón final de Reyes, las ventas no se apartan demasiado de la pauta del año pasado, a pesar de que Rajoy y los suyos hayan lanzado las campanas al vuelo. En todo caso, habrá menos devoluciones posnavideñas, aunque sólo sea porque los libreros, que tienen olfato, han reducido stocks. Por lo demás, una parte significativa del trabajo de los distribuidores parece haberse concentrado en lo que llaman “grandes cuentas”, es decir, en clientes como las grandes cadenas y las grandes librerías, en un intento de cubrir los huecos que ha dejado la contención de las independientes a la hora de hacer pedidos. Supongo que la situación merece un serio debate entre todos los agentes de la cadena del libro y entre todos los que estén dispuestos a ayudar (¡de verdad!) a las librerías, pero mientras tanto quizá no venga mal un poco de humor. Como el que puede encontrarse en la oportuna recopilación Los libros en The New Yorker (Asteroide), que recoge casi dos centenares de estupendas viñetas sobre el mundo del libro publicadas a lo largo de los últimos años por el célebre semanario. Aunque en ellos la imagen es indisoluble de la palabra, no me resisto a describirles tres cartoons que tratan asuntos que considero muy actuales. En el primero, del dibujante Michael Malin, un empleado de una megalibrería que acaba de comprobar en su ordenador las existencias del libro solicitado por una clienta, le contesta: “Tenemos el calendario del libro, libretas del libro, el audiolibro, el DVD de la película basada en el libro, pero no tenemos el libro”; en el segundo, de David Sipress, la escena tiene lugar en el despacho de una directora editorial, que ha convocado al autor para darle el veredicto de su comité de lectura: “Es una buenísima novela negra”, le dice, “pero nos preguntábamos si podrías volverla sueca”. En la última, del también habitual cartoonist Jack Ziegler, se representa al consejero delegado de un grupo editorial presentando a sus ejecutivos los objetivos del año: “Como medida de ahorro, en nuestro catálogo de otoño hemos decidido ahorrarnos las ventas a librerías y las correspondientes devoluciones y mandar las novedades directamente a la trituradora”.

Epifanías

Por alguna razón, cada vez que se acerca la festividad de la Epifanía (la duodécima noche shakespeariana) me acuerdo de ‘Los muertos’, el magistral relato de James Joyce que pone broche final a Dublineses (1914; varias ediciones de bolsillo) y que debería ser objeto de un seminario monográfico en las clases de principiantes de las escuelas de escritura creativa. Como recordarán los que lo hayan leído o hayan visto la impecable película (1987) que sobre el cuento realizó John Huston, la trama se desarrolla principalmente durante una fiesta familiar (probablemente de Epifanía) y termina con la particular epifanía (en sentido joyceano) que experimenta el protagonista tras escuchar un recuerdo de su esposa en la habitación de hotel que comparten, mientras la nieve cae dulcemente “sobre todos los vivos y los muertos”. Un cuento triste, como lo son a su modo casi todos los que se refieren a esa mágica noche que todos esperamos con ansia cuando fuimos niños. Por cierto que si buscan libros para regalar a los más pequeños, no dejen de consultar a sus libreros, que sabrán recomendarles mejor que nadie lo que puede gustarles. Por mi parte les he seleccionado, por si les sirven, tres títulos aptos para niños y niñas de entre 10 y 80 años que ya hayan arrinconado definitivamente los álbumes infantiles. Leviatán (Kalandraka), de Ramón Trigo, que obtuvo el Premio Lazarillo, plantea con imágenes de alto contenido simbólico (referencias a Jonás y a Moby Dick) una historia de ballenas; también del prolífico taller de Kalandraka sale Bestiario, de Stéphane Poulin (y prólogo de Jean Fugère), repleto de elegantes dibujos surrealistas y de irónicos guiños culturales. Y, por último, El dragón de papá (El Cuarto de las Maravillas), de Ruth Stiles Gannett (ilustrado a lápiz graso por su madrastra), un clásico de 1948 que ha sido lectura casi obligada de tres generaciones de niños anglohablantes.

Gráficas

Dos novelas gráficas de lo mejorcito que se ha publicado en los últimos meses de un buen año para el género. Y además, las dos coinciden en explorar las posibilidades de la biografía más o menos ficticia. La editorial Gallo Nero ha rescatado con honores de novedad Ego & Arrogancia (2006), de la estupenda pareja formada por el escritor Harvey Pekar (American Splendor) y el dibujante Gary Dumm. El libro cuenta la historia de Michael Malice, un personaje a la vez fascinante y moralmente repulsivo, rebelde, antisocial, insolidario, uno de los grandes héroes negativos o villanos positivos de la moderna ficción gráfica. Asterios Polyp (2009), de David Mazzucchelli, que ahora reedita Salamandra en la serie dirigida por Catalina Mejía, es una auténtica obra maestra del género. Cuenta la historia de un profesor de arquitectura de 50 años al que un incendio y una huida cambian la vida. Y de qué modo. El relato, lleno de dicotomías, dualidades y homenajes a la mitología clásica, es un ejemplo perfecto de las posibilidades narrativas de la novela gráfica, desde la estructura hasta el punto de vista (hay fragmentos contados por un hermano gemelo mortinato); durante mi lectura, hubo momentos en que volví a recuperar la sensación de desafío al lector y por aquel contar la complejidad de modo complejo que tanto echo de menos en la novela de esta época.

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