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CRÍTICA | SOÑANDO EL CARNAVAL DE LOS ANIMALES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Preludio a la siesta del león de la Metro

Las tapas de ambos pianos son retablo de Maese Pedro, y los escaños de los músicos, caja de trucos por la que aparecen y desaparecen las fierecillas domadas de este delicioso bestiario ideado por Enrique Lanz, alma artística de Etcétera, compañía granadina cuyo frondoso imaginario ha merecido el Premio Nacional de Artes Escénicas para la Infancia y la Juventud 2014. Soñando el carnaval de los animaleses un espectáculo para todos los públicos: para el niño sabihondo que, cuando sale una violinista tocando en pie sobre la concha de un quelonio gigante, advierte a su hermanito: “La tortuga vive cien años”, y para sus padres, que gozan (más que él, seguramente) de los detalles de la interpretación efervescente que de la versión para orquesta de cuerda de la juguetona partitura de Saint-Saëns hacen los jovencísimos músicos del Murtra Ensemble.

Pacientes, Daniel Ligorio y Àlex Ramírez, pianistas integrados en tan divertido zoo (el compositor francés sitúa a estos músicos entre las aves y los fósiles, como criaturas volanderas a medio desplumar), soportan estoicamente, cual Carles Santos bilocado, el desfile que sobre sus preciados instrumentos respectivos emprenden el león de la Metro con su dentadura perfecta, mamá gallina y sus bulliciosos polluelos, algún que otro asno (símbolo de los críticos, musicales por supuesto, según los exégetas) y una marejada de fauna abisal, en una escena feliz que sumerge a la orquesta entera en el final del tercer acto de la zarzuela cómica Los sobrinos del Capitán Grant o en el legendario Veinte mil leguas de viaje submarino de Enrique Rambal.

Para que la función no se consuma en treinta minutos, Lanz inserta la suite del Carnaval de los animales en el sueño de un niño con patas de cabra que, agotado, dormita mecido por el Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy, y por los brazos generosos de la actriz Noche Diéguez, única que muestra su cara al público de entre el grupo de demiurgos que en la sombra mueve a ovíparos y vivíparos, como en el Teatro Negro de Praga. Una función de gran formato, en suma, llena de sorpresas (las irrupciones del elefante, del saurio y de las criaturas acuáticas se llevan la palma) y bienhumorada, como la partitura que la sostiene (repleta de citas puestas en contexto irónico: desde el can-can de Orfeo en los infiernos hasta la danza de las sílfides de La condenación de Fausto), que silencia a la platea durante la parte más seria (el Preludio…) y la mantiene en ebullición el resto del tiempo.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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