_
_
_
_
_
PENSAMIENTO

Pasear y pensar

Andar no es un deporte pero puede ser una filosofía. De los románticos a los surrealistas pasando por Thoreau, varios libros celebran la libertad de caminar

'La mañana de Pascua' (hacia 1828-1835), de Caspar David Friedrich, perteneciente a la colección Museo Thyssen.
'La mañana de Pascua' (hacia 1828-1835), de Caspar David Friedrich, perteneciente a la colección Museo Thyssen.

Frédéric Gros comienza con una clara advertencia: "Andar no es un deporte". En efecto, caminar con buen paso y mirada despejada, al gusto de uno mismo, no es un deporte, sino algo mucho más noble: un placer y una muestra de libertad, una invitación a dejar vagar las ideas, disfrutando de la marcha y la soledad —o con mínima y discreta compañía—, cruzando paisajes muy diversos, dejando al pensamiento vagar y evocar mil ideas, lejos de voces y aulas, despachos y estantes y de los mil ruidos y reclamos del tráfico y la gente. Andar y andar los caminos es saludable para la salud, la del cuerpo, y sobre todo la mental. Eso es lo que prueban con buen estilo estos libros de ensayo.

El conocido título de J. J. Rousseau Las ensoñaciones del paseante solitario evoca bien el atractivo de ese pasear en andanzas sin rumbo, a la par que inaugura un tipo de relatos a rienda suelta y prolífica descendencia en la estela romántica. Gozar del paisaje es un atractivo más, que se añade al placer del paseante o caminante; pero el gozo y la liberación del caminante es algo previo. Puede uno distinguir entre paseos y caminatas o excursiones. A un lado quedan los relatos de viaje, un viaje más o menos sentimental, más o menos exótico, como esas caminatas casi heroicas por parajes boscosos y selváticos, como los que relata Thoreau, y los paseos o vagabundeos por lugares cercanos, campos o pasajes de la gran ciudad, que comentan Baudelaire o Benjamin. La virtud esencial de la marcha es el fresco ánimo del caminante. Incluso un recorrido tan mínimo como el del Viaje alrededor de mi cuarto puede tener su encanto, si el breve paseo estimula la imaginación. Pero, en fin, estos libros celebran andaduras en libertad y a buen paso por escenarios muy variados, evocando a paseantes varios y ejemplares, como Nietzsche, Rimbaud, Rousseau, Thoreau, Nerval, Kant y Gandhi. Supongo que ya estos nombres sugerirán al lector una muestra fantástica de excursiones y paisajes, como también variaciones en los tonos de la evocación: desde la vaga melancolía del solitario a la gran marcha como expresión de la rebeldía cívica.

Andar y andar los caminos es saludable para la salud,
la del cuerpo, y sobre todo la mental

La evocación de los andarines ejemplares que hicieron de sus paseos y caminos un estímulo a la reflexión y la fantasía —ya sea filosófica, poética o literaria— es el eje del zigzagueante recorrido del ensayo de Javier Mina. Como en sus anteriores libros Tigres de papel o en La mirada fósil, el autor teje su trama ágil sobre un tema básico y va luego rastreando sus ecos en la historia literaria y en sus figuras famosas avanzando desde los griegos a nuestros días, sobre un horizonte de lecturas variopintas. El título El dilema de Proust alude a que el paseante debe elegir un rumbo: "Por el lado de Swann o el lado de Guermantes" (como debía elegir el joven Marcel al salir de su casa en En la búsqueda del tiempo perdido). Pero, más allá de dilemas anecdóticos, a lo que Mina nos invita es a recorrer en estas páginas una curiosa galería de retratos rápidos de paseantes ilustres de todos los tiempos, en una panorámica salpicada de sugestivas citas, que va desde los peripatéticos griegos a los viajeros románticos, y después, ya más próximos e irónicos, a paseantes como el protagonista del Ulises de Joyce, y a los surrealistas y dadaístas en París, en fin, un montón de viajeros o paseantes avistados por los caminos gracias a muchas lecturas y una narración vivaracha y erudita. En contraste con esos rastreos de paisajes cercanos, Thoreau ensalza, en los dos ensayos aquí reunidos: 'Un paseo invernal' y 'Caminar', sus caminatas por los grandes bosques y praderas de su América nórdica y salvaje. Escribe con entusiasmo evangélico del gozo de sus andanzas solitarias por impresionantes parajes, desafiando altas nieves y lagos helados, enfrentado al gran silencio y observando animales y árboles, firme en sus ideas acerca de la felicidad: "Todo lo bueno es salvaje y libre". La exaltación de esas excursiones por grandes espacios naturales y selváticos encuentra en Thoreau su mejor exponente. Mucho antes, desde luego, otros grandes escritores románticos, como Chateaubriand y Saint-Pierre, habían elogiado los escenarios salvajes de América y África, pero Thoreau refleja más el gozo de su propia vivencia. Sin excursión a horizontes tan lejanos, resulta oportuno recordar a un precursor de esos elogios del caminar sin rumbo, más por jardines que bosques, que podemos leer en una clara y reciente traducción. Karl Gottlieb Schelle escribió El arte de pasear en 1802, un ensayo amable y sugerente, que con gusto neoclásico y romántico sostiene la misma tesis: caminar invita a pensar e imaginar con frescor, temple airoso y libertad. Todos esos libros son convincentes. Salgamos a pasear o a caminar, pensando, solos y en silencio, y dejemos el deporte para quienes tienen gustos más vulgares.

Andar: Una filosofía. Frédéric Gros. Traducción de Isabel González-Gallarza. Taurus, Madrid, 2014. 248 páginas. 19 euros

El dilema de Proust o El paseo de los sabios. Javier Mina. Berenice. Córdoba, 2014. 350 páginas. 21,95 euros

Un paseo invernal. Henry David Thoreau. Traducción de Marcos Nava. Errata Naturae. Madrid, 2014. 120 páginas. 14,90 euros

El arte de pasear. Karl Gottlob Schelle. Traducción de Isabel Hernández. Díaz-Pons. Madrid, 2014. 190 páginas. 17 euros 

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_