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NÉSTOR ALMENDROS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Exilio y luz

La escena del niño de 'El pequeño salvaje', de Truffaut, jugando con una vela, que le quema y, a la vez, le atrae, parece el propio juego de Almendros

EL PAÍS

El doble exilio que tuvo que afrontar Néstor Almendros en los primeros años de su vida estudiantil y profesional es muy parecido a la de mi propia familia hispanocubana. Y la de tantas otras familias que emigraron a Cuba tras la Guerra Civil española. Cuando ya estaban asentados en la isla, en un mundo tan atrayente como discordante del que provenían, una nueva convulsión agitó sus vidas y todo tuvo que comenzar de nuevo. Otro exilio y otro viaje hacia lo desconocido. Pero, al final, estaba la luz, patria común de los pintores y operadores de cine.

Almendros se embarcó para La Habana en 1948, donde ya le esperaban sus padres, maestros españoles represaliados. Allí Néstor descubrió la luz del Caribe, y se hizo fotógrafo de cine. Hay un cortometraje suyo, Gente de playa, en blanco y negro, en el que los brillos del sol en el agua atraen la mirada de tal manera que hace presagiar esa fotografía estremecida de sus filmes con grandes directores franceses. ¿Es posible que el blanco y negro nos haga olvidar los colores?

Finalmente, para él se acabaron las luminarias de la Revolución castrista. Comenzó el otro exilio. Éric Rohmer estaba rodando su episodio de Paris vu par… cuando discutió con su director de fotografía y el rodaje tuvo que interrumpirse. Entre los habituales mirones de un rodaje había un joven hispanocubano que se atrevió a decir que él también era fotógrafo de cine, por si se le necesitaba. Contrataron a Néstor solo para concluir la jornada de trabajo, pero logró, al cabo de los años, identificar su luz con las mejores historias de Rohmer. Y no solo con las de Rohmer, sino también con las de Truffaut y otros directores del momento, a los que prestó la emoción que posee una luz justificada y natural.

Hay algo curioso: el neorrealismo, tan rupturista en casi todo, mantenía una iluminación de la escena muy tradicional, parecida a la de las películas hollywoodienses. Raoul Coutard —operador de Al final de la escapada— y los nuevos operadores como Almendros cambiaron radicalmente el concepto de iluminación, utilizando las fuentes justificadas, dando a la escena una nueva ligereza y naturalidad.

A los estudiantes de cine de la época nos impresionaba ver películas como La coleccionista, Mi noche con Maud, La rodilla de Clara, La marquesa de O, todas ellas pintadas por Almendros con una luz que parecía fluir de las entrañas mismas de la vida cotidiana, tal como lo hiciera Vermeer en su estudiada realidad.

La escena del niño de El pequeño salvaje, de Truffaut, jugando con una vela, que le quema y, a la vez, le atrae, parece el propio juego de Almendros con su forma de tratar lo oscuro y lo luminoso que es la vida de cada uno.

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