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Tributo de risa para un payaso muerto

Emotivo y divertidísimo, 'Rhum' conjura en el Teatre Lliure el espíritu del fallecido clown Monti

Jacinto Antón
De izquierda a derecha, los payasos Peppino, Arquetti, Martines, Wilha y Giuliani, en 'Rhum'.
De izquierda a derecha, los payasos Peppino, Arquetti, Martines, Wilha y Giuliani, en 'Rhum'.D. RUANO

Cuentan que cuando el famoso payaso Ramper, que tenía una vena depresiva, le explicó tristísimo a su colega Alady que preparaba un número sensacional y postrero, La muerte de Ramper,en el que tocaría el xilofón, haría unas bromas, se subiría al trapecio y se lanzaría desde la cúpula del circo a las gradas, Alady le contestó: “¡Será formidable, matándote cada noche durante 15 días seguidos te harás millonario!”. Los payasos tienen una forma particular de afrontar la muerte. Cuando Monti (sin la cara pintada Joan Montanyès) se estaba muriendo de cáncer acudieron al hospital a despedirse de él todos los otros grandes payasos catalanes con sus atuendos de clowns. Como para encontrártelos en el ascensor a la UCI.

Payaso y muerte, la gran carablanca, hacen una extraña y turbadora pareja. Un binomio que nos conmueve hasta los huesos. Crear un espectáculo de clowns en torno a un payaso muerto es un verdadero reto. En torno a dos ya resulta una nobilísima payasada. Eso es lo que es, en la más hermosa y generosa de las acepciones, Rhum, el gran, emotivo y divertidísmo homenaje a Monti que han orquestado un grupo de colegas. El montaje (que ganó el martes pasado el premio Zirkòlika al mejor espectáculo de clowns) hace temporada estas navidades en un lugar tan proclive a las maravillas (“y alguna cagadita”, bromean en escena los payasos) como el Teatre Lliure de Gràcia.

Entre lo mejor de la función, el desopilante duelo de carablancas

Cuando Monti se puso enfermo tenía el proyecto de un espectáculo sobre Enrico Jacinto (!) Sprocani (1904-1953) , en la pista Rhum, un magnífico augusto que hizo pareja con Pipo y que era amigo del mismísimo Jacques Tati. A Monti le atraía —sin saber que prefiguraba la suya propia— la escena de la despedida de Rhum en el cementerio parisino de Saint Ouen, con todos los grandes payasos de la época en colorida grand parade junto a la fosa. Rhum, el espectáculo, iba a ser un homenaje al Rhum payaso y al oficio, pero resultó evidente que Monti no lo podría protagonizar. Convertidos en Rhum & Cia, cinco payasos bajo la dirección de Martí Torras decidieron sacar el proyecto de Monti adelante reconvirtiéndolo además en una celebración del propio colega, que falleció en 2013.

El nuevo Rhum, que se pudo ver tres días en el festival Grec, coproductor, y está desde anoche en el Lliure de Gràcia hasta el 4 de enero, huye de sentimentalismos fáciles y ofrece un festivo rosario de números desopilantes, incluidos algunos tan clásicos como el del espejo roto o el tiro a la diana y otros destinados a los nuevos gustos como el de los cinco payasos convertidos en risibles bañistas de un ballet acuático mientras uno de ellos canta un rap. Las risas son sin duda el mejor tributo para un payaso muerto. (“Mi risa está hecha de lágrimas”, decía el gran Grock —cuyo padre por cierto dejó a la familia para unirse a un circo ambulante: a ver si no es para entristecerse—). Y sin embargo, una enorme vena poética y lírica recorre como un río subterráneo el espectáculo. Ya desde que a la entrada de la sala te encuentras un maniquí con la ropa de Monti. O en el preámbulo de la función, con el augusto anunciando —en tono tan sublime como Plutarco la muerte de Pan— “Rhum é morto” y portando una cajita con el almita del payaso. “No es un espectáculo para nada triste, el 90 % es de reír mucho, con un par de momentos emotivos”, recalca el director.

Los cinco artistas son gente muy curtida y grandes intérpretes

El hilo argumental de Rhum es la necesidad del grupo de payasos, que malviven en un almacén, de conseguir a Rhum-Monti, un augusto imprescindible para el trabajo que supuestamente les han ofrecido en el propio Lliure. A las payasas huestes las dirige el señor Arquetti (Joan Arquè), un espléndido, reverberante carablanca, con la elegancia del histórico Antonet (!!), otro payaso muerto, y, por cierto, enterrado en el cementerio de Barcelona. A Arquetti lo acompañan los contraugustos Giuliani (Roger Julià), Peppino (Pep Julià) y Wilha (Guillem Albà), y el señor Martines (Jordi Martínez, tío de Monti), todo gente muy curtida y grandísimos intérpretes que ofrecen un repertorio sensacional de diferentes técnicas de payaso, todo un Equipo A de clowns, como dice Arquetti.

Entre los momentos a recordar la impresionante aparición en una caja de Martines como viejo carablanca polvoriento (Jordi Martínez fue el primer carablanca de Monti) y su duelo de carablancas con Arquetti (“¡solo puede quedar uno!”), tras el que lo desvisten de la indumentaria blanca y le obligan a ser el augusto del grupo. Cuando señala que no puede hacer de payaso “porque tengo el pie pequeño”, le dan los zapatones de Monti.

El momento más emotivo es cuando el reticente augusto Martines, convertido en Rhum-Monti, dialoga con una grabación de la voz del propio Monti, el payaso muerto transformado en algo así como el espectro del padre de Hamlet. ¡No está mal para ser un espectáculo de payasos!. En lo que podía ser la apoteosis de la trascendencia salta la frase que nos devuelve a la pista: “Tanto Monti Monti tanto”. A subrayar que entre las cosas que dice Monti en off está que los payasos de verdad no tienen nada que ver con los políticos, aunque estos se crucen la palabra como descalificación.

El espectáculo, para todos los públicos, por supuesto, está lleno de gamberradas, bofetadas, bromas, repeticiones, juegos de palabras (“una víctima prupiciatoria”, la canción de “llet i ví” —Let it be— mientras cocinan ), entradas clásicas, momentos fellinianos (el desfile con bombo, acordeón y saxo —”¡Peppino, saxo, saxo duro!”—), música en directo e incluso una buenísima imitación del alcalde Xavier Trias a cuenta de la normativa del empleo de animales en el circo.

El final, con la sombra de Monti, inconfundible con su sombrerito, tras una cortina tocando el saxofón a coro con el resto de los payasos es simplemente inolvidable. Más aún si sabes que el que pone el cuerpo es el maquinista del Lliure Sergi Martínez, primo de Monti. De nuevo —no nos vamos a ir a la calle con el corazón encogido y ¡que viva el circo!—, se deja paso a un epílogo humorístico en el que los clowns hacen música con infinitud de objetos, incluidos dos pollos de goma. Risas, risas. Con la nariz roja puesta. Así viven y mueren los payasos.

 

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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