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EL RINCÓN

Benjamín Cano: “En mi arte siempre hay una presencia vital”

El arquitecto se ha desprendido del pudor para mostrar su obra plástica

Benjamín Cano, fotografiado en el despacho de su estudio de arquitectura.
Benjamín Cano, fotografiado en el despacho de su estudio de arquitectura.Samuel Sánchez

En Segovia conviven, hasta el próximo 11 de enero, dos —importantes— facetas de Benjamín Cano (Madrid, 1963). La arquitectónica y la artística: la nueva biblioteca pública de la ciudad (pendiente de inauguración) y la exposición Vida secreta del aire, en el Museo Esteban Vicente. La primera es, siempre lo ha sido, de dominio público: Cano es un veterano arquitecto, pero su obra plástica, que incluso precede a la arquitectónica, fue un asunto reservado hasta 2011. “Han transcurrido suficientes años de trabajo silencioso. Suficientes y necesarios. Lo íntimo quiere hacerse colectivo. Silencios para compartir”, escribía en el prólogo de Benjamín Cano. Íntimo (Loft). “Ese primer libro fue una toma de conciencia de que quería poner mi obra en común. Me parecía hora de comunicarlo”, explica en su estudio madrileño.

En su profesión, como en tantas otras, apenas nadie dibuja ya a mano, pero él no se “maneja” con el ordenador, por eso, en un principio, Cano se planteó “fijar en el tiempo esos dibujos prehistóricos” en un libro. Pronto la idea se quedó corta. “Me di cuenta de que era una forma no completa de contar lo que hacía e incorporé alguna cosa más, y acabó saliendo ese libro que es el que me ha servido para animarme”. En él recogió dibujos de proyectos, escritos, fotografías, dibujos de viajes, composiciones, esculturas. Reunió desde sus primeras composiciones, realizadas con tan solo 16 años, hasta las cabezas esculpidas en piedra de toba, yeso, arcilla o bronce realizadas entre 2002 y 2010. “Con el tiempo vas haciendo cosas diferentes, pero al verlo junto ves que en el fondo hay un hilo conductor, una búsqueda, unas constantes. Para mí lo sorprendente fue precisamente eso: descubrir esas constantes en mis dibujos o en mis esculturas”. En 2013 le siguió The Path of the Wind, un libro de artista perteneciente a la colección de IvoryPress para el que Cano seleccionó reproducciones de sus cuadernos de dibujo, esta vez fotografiados por Eduardo Nave, y este año acaba de publicar Inland (Turner), que alterna sus fotografías y dibujos con versos de Lara Moreno. Este último título acompaña la exposición con la que, definitivamente, ha vencido un “cierto pudor”. Todos esos proyectos editoriales le han servido a Cano “desde una perspectiva meramente plástica, para explicar, justificar mi obra, poder hablar de las técnicas, y desde un planteamiento de significados, para abrirme caminos y para que la gente que viera las piezas pudiera descifrarlas”.

En un texto titulado Arquitectura I Cano escribió: “Si no hay otros no hay arquitectura, en realidad tampoco prácticamente nada”. Ni tampoco hay, por supuesto, arte. Los otros son clave en su obra. “El arte puede ser un poquito críptico y yo sostengo que en mi obra, y la gente lo percibe, hay una humanidad. Una presencia vital. Para mí, uno de los problemas del arte abstracto, del conceptual, es que están completamente desligados de lo humano. Resultan asépticos. A mucha gente no le dicen nada porque carecen de ese hilo que te conecta con lo humano”.

Cano ha realizado muchos vaciados de manos, de cuerpos, que documentan la existencia de la persona y que, señala, engarzan su obra con el continuo del arte en la historia de la humanidad. Esos vaciados están presentes tanto en la exposición como en la biblioteca. “Hay un mural que es casi como una transposición de una cueva prehistórica en la que ellos ponían manos, que yo también he utilizado en forma de relieve. Es una mezcla de un relieve griego con una cueva prehistórica. En los proyectos siempre reservo un sitio para la escultura”.

Las obras creadas los fines de semana, en su despacho en calma del barrio de Arturo Soria, o en su casa de Cuenca, y que ahora se suceden en Vida secreta del aire, dice Cano, “tienen que ver con el encuentro, con tener una mirada atenta a lo que te rodea. En buena parte de mis trabajos lo que hago es consignar el momento. Daba un paseo con mis hijos, encontrábamos cuatro piedras, unas cerámicas, dos bellotas, y todo eso lo ponía en una especie de universo que tenía sentido y esas cosas que estaban dispersas empezaban a ser familia. Mucha de la escultura que he hecho es, en el fondo, documental. Me limitaba a recoger unos elementos encontrados, unas huellas de otros o de una circunstancia”.

Cuestión de gustos

1. ¿En qué obra se quedaría a vivir? En la casa de César Manrique en Lanzarote. Está en integración total con el entorno, un mar de lava.

2. ¿A qué artista de todos los tiempos invitaría a cenar? A Miguel Ángel. Tenemos que hablar de tantas cosas.

3. ¿Cuál ha sido el mejor momento de su vida como creador? No es tópico: como cocreador, en el nacimiento de mis cuatro hijos.

4. ¿Qué encargo no aceptaría jamás? Intentaría hacer cualquier encargo lo mejor posible.

5. ¿Qué libro no pudo terminar? Libros, muchos, especialmente de arquitectos, cuando se nos presentan crípticos y empalagosos.

6. ¿Qué hizo el último fin de semana? Leer. Ana Martínez de Aguilar me regaló Comunicación sobre el muro, de Tàpies y José Ángel Valente. Sintonizo con Valente en que la obra artística consiste en generar un estado de disponibilidad. Una exposición no es exhibir la obra, sino exponer la persona. También vi el filme Maktub: me ha conmovido, fresca y profunda, divertida.

7. ¿Qué está socialmente sobrevalorado? Lo extraordinario. Se nos escapa lo cotidiano, lo sencillo.

8. ¿A quién daría el próximo Premio Velázquez? Cuando me incluyan en el jurado, lo pienso.

La exposición, que agota sus últimas semanas en el Museo Esteban Vicente, viajará a la Fundación Metrópoli en Alcobendas (Madrid). “Por el momento, no me planteo entrar en el circuito del arte. La obra la hago con total abandono, con un sentido grande de vaciamiento. Como me siento en cierto modo llamado a esto, simplemente respondo”.

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