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Frank Zappa en su púlpito

La autobiografía del músico retrata a un eterno disidente que despotricaba como nadie

Diego A. Manrique
Frank Zappa, en un concierto en Madrid en 1988
Frank Zappa, en un concierto en Madrid en 1988Ricardo Gutiérrez

Publicado en 1989,este libro de Frank Zappa se adelantó a la avalancha de autobiografías del rock. Aunque no proporcionó realmente un modelo a imitar: se trata de una combinación personalísima de vivencias y reflexiones (que fácilmente podríamos describir como diatribas). Y nadie despotricaba con tanta elocuencia como Zappa. Se hizo un poco de aquella manera: durante tres semanas, Frank charló con Peter Occhiogrosso en su casa de Los Ángeles. El músico marcó el territorio que quería cubrir e ignoró el resto. Por ejemplo: su primer matrimonio (y consiguiente divorcio) se resuelve en cuatro líneas. La ruptura con Don Van Vliet, alías Captain Beefheart, apenas es mencionada, aunque no se priva de señalar las deficiencias profesionales de su antiguo "mejor amigo".

Occhiogrosso era y es un periodista especializado en asuntos religiosos; uno lamenta que careciera del instinto para rastrear pistas musicales. Así, se menciona una visita de Hendrix a los Zappa y no sabemos de qué hablaron, aunque sí que a Jimi se le desgarraron los pantalones (“verdes de terciopelo”) y Gail Zappa se los cosió. ¿Uh? Afortunadamente, Frank es explícito al detallar su infancia y juventud. Entendemos el ramalazo misántropo que le caracterizaba al evocar los Estados Unidos que le vieron crecer, en localidades cercanas a bases militares o laboratorios donde se producían armas químicas. El precio de destacar en ambientes tan conservadores era alto: allá por 1964, fue detenido en Cucamonga como pornógrafo, cuando un policía encubierto le convenció para que grabara una cinta con ruidos sexuales.

Zappa se deleita en desinflar los mitos que rodean a su personaje de rey de los freaks y pasa a sus causas favoritas. Entre dibujos de estética underground, nos cuela transcripciones de sus declaraciones en tribunales, comités del Congreso, asociaciones diversas. Y sí, puede que sumar ese material fuera una forma cómoda de dar tonelaje a un libro que se quedaba peligrosamente liviano, pero en esas páginas nos encontramos al mejor Zappa: mente rápida, deleite en el uso del lenguaje, el polemista implacable. En detrimento de su perfil de creador, se convirtió en el principal ariete contra la intromisión de Tipper Gore y otras damas puritanas de Washington en el contenido de las letras de rock y rap (no dejó de señalar que las prohibiciones no parecían aplicarse a la música country), algo que desembocó en las etiquetas que estigmatizan a determinados discos. Denunció la rendición de la RIAA, la asociación gremial de las discográficas. Detectó el carácter débil y la tolerancia al chanchullo del esposo de Tipper, el entonces senador Al Gore, que en las elecciones de 2000 terminaría rindiéndose ante George W. Bush tras el pucherazo de Florida.

Zappa esbozaba una forma de vender música por suscripción, usando los canales de la televisión por cable. No le tomaron en serio, pero el modelo habría servido para la era Internet

Se fue a la tumba (1993) odiando a Reino Unido, al que consideraba "un país del Tercer Mundo" por su sistema judicial y su prensa sensacionalista. Para su desdicha, dado que su principal aspiración era ser reconocido como compositor contemporáneo, chocó una y otra vez con el sistema de encargos institucionales y los vicios laborales de las orquestas sinfónicas. A pesar de que fueran objeto de sus parodias, prefería a los músicos de rock, elegidos por su precisión y reflejos para la improvisación. Señalaba algunas de las prácticas más detestables de la industria discográfica, aunque los artistas que grabaron para sus sellos, Bizarre y Straight, también se sintieron maltratados.

Zappa aceptaba el papel de iconoclasta nacional, pero ejercía de estadounidense con sentido común. Políticamente, encajaba en lo que allí llaman "libertario": máxima tolerancia en cuestiones morales y antipatía por la presencia del Gobierno en la vida de los ciudadanos. Apostaba por la eliminación del impuesto sobre la renta a cambio de un IVA a escala nacional. Recordaba que EE UU se fundó bajo el principio de separación entre Estado e Iglesia; reservaba su veneno más letal para los telepredicadores. Resultó un buen padre: sus hijos siguieron viviendo en la casa familiar después de alcanzar la mayoría de edad. Ayudaban, cierto, sus ritmos vitales —trabajaba durante la noche— y que su esposa, Gail, asumiera las funciones de gestora de su carrera. Como genuino inconformista estadounidense, convirtió su arte en una pequeña industria doméstica: vendía discos, vídeos, partituras.

Iba veloz de lo micro a lo macro: en las páginas finales, esbozaba una forma de vender música por suscripción, usando los canales de la televisión por cable. No le tomaron en serio, pero el modelo habría servido para la era Internet. Y uno no puede dejar de especular sobre la actitud de Zappa ante la Red de redes. Desde luego, habría tolerado mal el intercambio gratuito de su música: en 1991, sacó Beat the boots, una caja que contenía reproducciones de seis de los bootlegs (discos piratas) que circulaban por el mercado negro. Pero se habría carcajeado ante la futilidad final de los afanes censorios de la derecha religiosa estadounidense.

La verdadera historia de Frank Zappa. Memorias. Frank Zappa con Peter Occhiogrosso. Traducción de Manuel de la Fuente Soler y Vicente Forés López Malpaso. Barcelona, 2014. 352 páginas. 22,50 euros

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