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CRÍTICA | MAGIA A LA LUZ DE LA LUNA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hechizo de amor

Woody Allen parece entregado a la estimulante labor de desmontarse a sí mismo, volver sobre viejos temas y obsesiones

Emma Stone y Colin Firth en 'Magia a la luz de la luna'.
Emma Stone y Colin Firth en 'Magia a la luz de la luna'.

En Conocerás al hombre de tus sueños(2010), Woody Allen construyó un ambicioso mosaico del autoengaño usando como centro del relato a un maduro matrimonio en crisis, cuyos miembros sucumbían, respectivamente, a la seducción de dos mentiras de probada eficacia como bálsamo espiritual: el amor intergeneracional y el esoterismo.

Magia a la luz de la luna propone un juego distinto a partir de un sustrato temático muy cercano al de ese trabajo: el marco genérico es, aquí, una comedia romántica servida como si fuera la desaceleración melancólica de una screwball comedy. Las dos posiciones en conflicto son una afectada y agresiva racionalidad, encarnada en un mago que, al modo de Harry Houdini, ha decidido emprender su cruzada personal contra charlatanes y embaucadores en nombre del Más Allá, y una efervescente (y sólo supuesta) irracionalidad ceñida en la juventud, y la mirada radiante, de una joven vidente en estratégico proceso de seducción de un niño bien.

MAGIA A LA LUZ DE LA LUNA

Dirección: Woody Allen.

Intérpretes: Colin Firth, Emma Stone, Marcia Gay Harden, Simon McBurney, Catherine McCormack, Eileen Atkins, Hamish Linklater.

Género: comedia. EE UU, 2014.

Duración: 97 minutos.

En el último tramo de su carrera, Woody Allen parece entregado a la estimulante labor de desmontarse a sí mismo, volver sobre viejos temas y obsesiones, reformularlos no en busca de decir la última palabra sobre el particular u obtener la obra definitiva —esta fase en su trayectoria es el terreno de imperfectas, parciales, pero nunca desdeñables obras menores—, sino de proponer un nuevo matiz o, simplemente, un nuevo juego.

Magia a la luz de la luna no sólo invita a recordar hasta qué punto han sido recurrentes en su filmografía las escenas de magia o las irrupciones sobrenaturales, sino que desvela algo importante acerca de esa insistencia temática: para Allen, lo sobrenatural es una mentira necesaria, un placebo para paliar ese silencio de Dios que su cine nunca ha contemplado de manera trágica. Lo sobrenatural es sólo el espejismo que anticipa aquella fuerza de la irracionalidad que es, en definitiva, lo único que puede convertir toda vida en algo imprevisible, único e inolvidable: el amor.

A Magia a la luz de la luna le sobran muchos diálogos expositivos y un buen número de reiteraciones. A la película le hubiesen sentado bien más ligereza y precisión, pero en su encantadora modestia se intuye la forma platónica de la comedia vigorosa y perdurable que podría haber sido. Por supuesto, Allen nunca es obvio y, mucho más allá de un mecánico romance entre contrarios, su película propone un discurso tan lúcido como el que Medianoche en París (2011) formuló a partir de las trampas de la nostalgia.

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