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Columna
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Matan niños

David Trueba

La violencia de género se escapa por las costuras. Reducirla a machismo criminal ha resultado fallido. Desde hace un par de años, los hijos están siendo víctimas directas de esa ola criminal. Cada vez es más habitual que los medios den cuenta de otro niño asesinado por su padre como venganza sentimental o de madres raptoras. También en las parejas homosexuales comienza a haber crimen, violencia y amedrentamiento tras el proceso de separación. Sería un buen momento para pararse a pensar. Los telediarios cumplieron una función básica al convertir en natural informar de estos crímenes. Ya no podían saldarse con una mención al enfermizo término de crimen pasional.

Sin embargo, la televisión no acaba de entender, como le pasa a la sociedad, la dimensión del enemigo. Las medidas policiales, y más en tiempo de crisis, se quedan cortas. No hay policía para proteger a tanta mujer y niño amenazados. Es habitual ver programas de convivencia y de trifulca de pareja cuya única base emocional sigue siendo la dominación, el abuso, los celos y la posesión. Hay que erradicar esa conducta de nuestra tele, porque su naturalidad es engañosa, su dañina violencia contenida es una afrenta. El cotilleo es reiteradamente reaccionario. Habla de traición, de venganza, de humillación, asociado a las relaciones sentimentales.

Después de una temporada donde eran permitidos todos los chistes contra Bibiana Aído y las políticas de igualdad, quizá el escalofrío nos debería llevar a pensar a todos cuánta hipocresía se esconde bajo nuestra convicción de que no tenemos un problema. El asesino está cerca, tan cerca que casi está dentro. Y para erradicarlo hay que convertirlo en el protagonista, esforzarse en conocerlo, desentrañarlo y alcanzar la conclusión de que esta sociedad se ha equivocado al formular el contenido de la palabra amor. La pareja bordea ya ser una institución de riesgo porque no se trabaja con los niños, desde la escolarización, en una doctrina de respeto que cambie el concepto de masculinidad y madurez emocional. Las autoridades eclesiásticas lograron derribar la asignatura de Educación para la Ciudadanía, pero estamos, tras los niños muertos de los últimos telediarios, convencidos de que el remedio no está en la fe y el dogma, sino en el conocimiento profundo de la complejidad humana.

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