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Juana Ginzo, la voz que a España entretenía

La protagonista de radionovelas como 'Ama Rosa' repasa su carrera a los 92 años

Juana Ginzo, en una imagen de archivo.
Juana Ginzo, en una imagen de archivo.Gorka Lejarcegi

Juana Ginzo tenía 23 años cuando un día de 1946 se presentó a las audiciones de Tu carrera es la radio, un programa que buscaba talentos para las ondas. Hija de una cigarrera y de un impresor, Ginzo se ganaba la vida como sirvienta. Era una muchacha alta y muy delgada, de boca grande y brazos largos, que se consideraba a sí misma "fea". Su voz, en cambio, era perfecta para encarnar papeles de guapa en las radionovelas que, en los duros años de la posguerra, servían de válvula de escape para la población española. Así que aquella vez, tras superar la prueba, decidió dejar de limpiar casas para dedicarse a la radio. Ante los micrófonos, improvisaba con destreza las interpretaciones y aprendía de sus compañeros del Cuadro de Actores de Radio Madrid. La fama le llegó al protagonizar los seriales de Guillermo Sautier Casaseca, "el rey de la lágrima", un prolífico escritor y guionista al estilo de lo que más tarde haría Corín Tellado: historias rosas, machistas y cursis, con gran éxito entre el público hispano.

La década de los años 50 estaba a punto de concluir cuando Juana Ginzo, ya entonces una actriz radiofónica consolidada, dio vida en Ama Rosa a una mujer pobre, sufrida y cristiana que decide entregar a su hijo recién nacido a un matrimonio adinerado que acaba de perder al suyo. Con el paso de los años, Rosa se convierte en la sirvienta de su propio hijo, un joven malvado que no duda en hacerle la vida imposible, mientras ella soporta todo con resignación. Al final, sin embargo, se conoce la verdad ("yo soy tu madre"), el amor triunfa, los malos se convierten en buenos y los que se niegan a redimirse son castigados. España entera se paraliza con la emisión de cada capítulo de la historia y Juana Ginzo se vuelve sinónimo de audiencia disparatada.

—¡Odiaba hacer los seriales! ¡Me avergonzaba! Pero no podía dejarlos. Porque tenía que comer. Yo siempre he sido una roja-feminista que detestaba esas mierdas. Pero... en este país no había opciones.

La voz que a España entretenía tiene ahora 92 años, una artrosis insolente y un montón de recuerdos arrinconados. Dice que casi no oye. No importa: lee los labios de su interlocutor. "La vejez se lleva mal", apostilla con cierta melancolía, pero sin perder la sonrisa mientras conversa una tarde nublada en el salón de su casa. Está acompañada por su marido, el periodista Luis Rodríguez Olivares, 22 años menor que ella. "¡Uy, como si una no pudiera tener una pareja más joven!, les digo a los que se descolocan cuando se enteran", puntualiza.

Durante años, Ginzo pasó días y noches enteras en los estudios de la Gran Vía madrileña. "Todo el cuadro de actores estábamos juntos siempre y, en general, la convivencia era buena. Por la noche no había ruidos y, en unos estudios que todavía no estaban insonorizados, eso era muy importante. Así que nos quedábamos a ensayar o a grabar. Luego, un café y a seguir haciendo seriales. También hicimos a todos los clásicos en Teatro del Aire. Eran grandes obras de teatro y novelas adaptadas, como Otelo o El mercader de Venecia. Hacíamos muchas cosas muy interesantes. Y también muchas mierdas con Sautier Casaseca."

—¿Y cómo llevaba la fama?

—Mal. Porque era muy molesta. No podía ir en el autobús. La señora de al lado te contaba el serial que no habías hecho, justo el que no habías hecho. Y no puedes ser grosera. Los actores éramos dioses, nos invitaban a todos lados. Y a Pedro Pablo Ayuso lo esperaban las chicas en la puerta de la radio y todo mundo lo seguía. Cuando la gente reconocía mi voz me insultaban: '¿cómo abandona usted a su hijo?' ¡No diferenciaban entre el personaje y yo! Es que a mí no me conocían por haber hecho Romeo y Julieta o cosas así. No, todos por Ama Rosa. ¡Joder!

La mujer que tiene una calle con su nombre en el barrio de La Rosaleda de la ciudad de Ponferrada (León) recuerda que ni siquiera los seriales escapaban a la censura franquista. "Nos censuraban muchas cosas y, sobre todo, lo poquito verde que había en las historias", dice. Un día grabó una sugerente escena en la que invitaba a un hombre a tomar un café. "Un café porque... una copa de licor, ¡imposible! Entonces me dijeron: 'tienes que decirlo de tal manera que se entienda que quieres acostarte con ese hombre.' Cuando los censores leyeron el guion, la frase no despertó sospechas. Pero a la hora de grabar utilicé mi voz más sensual, aderezada con los tonos más turbios de que fui capaz para, modestia aparte, intentar fundir los plomos del deseo. Y de esa manera dije tan corta frase: '¿tooomaamosss unn ca-fé?' ¡Y eché paletadas de azúcar al pronunciarla! Cuando el censor de turno oyó aquel capítulo, como era su obligación, se molestó mucho y la recomendación llegó puntual: 'así no se invita a café. Que no vuelva a ocurrir y que se advierta a la actriz y al director'. Y fuimos advertidos, claro."

—¿Es más difícil ser actriz de radio que de cine o de tele porque en ese medio sólo cuentas con la voz y no con el cuerpo y los gestos?

—Bueno, no es más fácil o difícil. Es distinto. A mí nunca me han gustado los actores españoles. Pero no por malos, sino porque no hemos tenido escuela. Los pintores sí, los músicos, sí. Pero los actores no.

—¿Cómo cuidaba su voz?

—No la he cuidado nunca. Yo es que no bebo ni fumo. Nada más.

—¿Guarda guiones y fotos de aquella época?

—No guardo guiones ni nada. Algunas fotos las guarda mi marido, yo no. Yo tengo una cara de gilipollas en una foto cogiendo el Premio Ondas que pa qué.

Juana Ginzo sí guarda, en cambio, los dos Premios Ondas que obtuvo a lo largo de su carrera. Los tiene en el suelo de un rincón del salón de su casa. "Bueno, ahí los tengo porque no me importan. Al contrario: me parecen injustos. ¡No existe el mejor! El mejor ¿para quién?, ¿en qué sentido? Además, yo era muy mala actriz. Yo he demostrado que he sido muy mala actriz de radio y de cine. Muy mala, muy mala. Dicen que no. Pero, pa mí: ¡horrorosa!"

La que fuera una niña durante la posguerra ("ahora estamos muy cerca de aquella época, me gustaría que lo dijeras") también hizo varios seriales para la BBC en español ("para América Latina") y muchas veces fue "la mala" de la historia ("guapísima, seductora y sin escrúpulos que robaba un esposo ingenuo quien, llevado por el pecado de la lujuria y solo por la lujuria, traicionaba a la dignísima madre de sus hijos") y, más tarde, se integró a Hora 25 ("era la voz del programa, daba el indicativo, la hora, dramatizaba una pequeña historia de un minuto"). Pero siempre tuvo claro el día en que se retiraría de las ondas: a los 60 años. "Así lo avisé. Para dedicarme a viajar. Estaba haciendo la saga de Los Porretas, ¡que era famosísima!, no te puedes imaginar. Y lo dije: 'a ver que hacéis, que me voy: eliminarme, casarme con un árabe, a ver qué...' No me hicieron caso. Me sustituyó Matilde Conesa, una actriz buenísima, pero... cayó la audiencia una barbaridad. El patrocinador se largó y la audiencia también. O sea: la gente dejó de reconocer al personaje. Porque todo era la voz."

—¿Cómo son ahora sus días?

—Ahora mis días son bonitos. Hago muchos crucigramas. Ando muy mal porque tengo artrosis. Tengo muchos años ya. Pero yo pienso que siempre se puede estar peor, en lugar de que siempre se puede estar mejor. Veo mucho cine. Y no escucho la radio. A mí la radio no me interesa. Oigo mal y... he pasado muchos años en ella y hace años que los locutores dejan mucho que desear. Lo último que hice en la radio fue participar en las tertulias de Nieves Herrero en Radio Nacional. Fue en 2003, cuando la guerra de Irak y yo dije: 'no a la guerra de Irak.' Y me fui.

Quien fue una niña que aprendió a leer a los cuatro años y nunca ha dejado de ser cinéfila ("hasta en la Guerra Civil iba al cine y al salir me topaba con muertos por las calles"), la mujer que participó en ocho películas ("a pesar de ser fea"), la voz que a España entretenía, mira de reojo el cielo gris de esta tarde, pide que se apague la grabadora para contar "otras cosas" y entonces modula o imposta la voz, según la anécdota en cuestión. Como cuando estaba en la cresta de las ondas.

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