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Más ‘choubisnes’ y otras hemorragias

Presentada como una aventura real, la novela de Pilar Eyre, finalista del Premio Planeta, sigue los pasos a una 'bovary-coríntelladesca'

Mi color favorito es verte, de Pilar Eyre (finalista del Premio Planeta 2014), es un libro de famosa que, por motivos de calendario u otros relativos al negocio del libro, se nos sirve en un molde novelesco, advirtiéndonos en la contraportada de que se trata de "una aventura real”: si nos acercamos de puntillas y miramos por la cerradura, encontraremos a una mujer desnuda. Tal aclaración opera a modo de único reclamo fiable para los hipotéticos lectores que, sin embargo, poca ocasión tendrán de ver lo que se les promete. Porque la arrebatadora pasión o amour fou que la narradora-protagonista-autora Pilar Eyre vive durante tres días con un desconocido que se hace llamar Sébastien Pagés y pasa por ser un reportero bélico apenas ocupa una cuarta parte del libro. El resto es material de relleno, estampas de la (alta) vida cotidiana, que también incorporan a la pandilla de amigos que comparte veraneo en Llafranc, primas, hijo, editor, perro, asistentas..., en un desfile de escenas tan banales como deshilachadas y a veces gratuitas, que se incrustan a partir de ritos sociales y recuerdos azarosos o a propósito de los varios desplazamientos desde la Costa Brava a Barcelona y viceversa y finalmente a Montpellier, o bien durante los tiempos de espera que jalonan sus encuentros y luego su anhelado regreso.

Las reglas del juego se exponen en la segunda página, donde se declara que la literatura queda fuera en este elocuente autorretrato: "Yo soy una escritora de segundo orden porque el periodismo ha consumido los mejores años de mi vida y me han chupado mi energía y mi creatividad, escribo libros sobre reyes y reinas antiguos, novelas históricas en las que los protagonistas tienen vida sexual y las mujeres siempre sufren por culpa de sus maridos, tengo en uno de los periódicos de mayor tirada una columna muy popular y salgo en televisión".

Pivota entre la palabrería insípida, la cháchara esnob y algunas notas de humor desenfadado, porque después del drama queda la burla.

Ahora bien, dado que estamos ante un relato y se opera desde mecanismos narrativos, aunque sea en un nivel elemental, sucede que en Mi color favorito es verte nos encontramos con una bovary corintelladesca, consumida en fantasías que se expresan mediante una "hemorragia de majaderías" que difícilmente sugieren los sueños de color rosa en los que asegura sucumbir, cuyos aullidos de "loba en celo" a menudo se reducen a "una eyaculación de palabras estúpidas" y cuyos encuentros "íntimos" se resuelven en tablas gimnásticas más bien toscas: "Se puso mis piernas alrededor de la cintura… se hincó en mí, jadeando en cada embate… y estaba tan llena que me parecía que de repente el líquido me saldría por… todos los orificios de mi cuerpo convertidos en un surtidor volcánico lleno de estrépito, lumbre y piedras". El resto pivota entre la palabrería insípida, la cháchara esnob y algunas notas de humor desenfadado, porque después del drama queda la burla. Y la acción.

Así, la segunda parte de la historia vira hacia la intriga detectivesca —averiguar la verdadera identidad del desaparecido Pagés—, abusando de la dilatación como única estrategia narrativa y de la reiteración de elementos supuestamente eficaces o efectistas —rastreos por Internet, mensajes de Aurélie—, pero cuya repetición, por lo mismo, cansa. Una historia servida y aderezada con numerosos ingredientes: retazos de infancia y adolescencia, presencia de o alusiones a famosos "reales", sesiones de peluquería y lifting, apariciones de ultratumba, almuerzos y cenas, muchísimas canciones, celebraciones varias, marujeo, interiorismo y pildoritas de autoayuda.

Mi color favorito es verte. Pilar Eyre. Planeta. Barcelona, 2014. 329 páginas. 20 euros

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