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PURO TEATRO

‘Timón de Atenas’, un Shakespeare furioso

Julio Manrique, a las órdenes de David Selvas, ofrece un trabajo antológico, pletórico de energía y emoción, en una de las piezas menos representadas de Shakespeare

Marcos Ordóñez
De izquierda a derecha, Enric Auquer, Julio Manrique, Fèlix Pons y Mireia Aixalà, en una escena de 'Timón de Atenas'.
De izquierda a derecha, Enric Auquer, Julio Manrique, Fèlix Pons y Mireia Aixalà, en una escena de 'Timón de Atenas'.Felipe Mena

David Selvas y Julio Manrique han elegido un Shakespeare escasamente representado, Timón de Atenas, para inaugurar en la cripta de la Biblioteca de Catalunya la temporada de La Brutal, sugestiva mixtura de compañía y productora escénica, de la que luego hablaremos. Timón de Atenas es una pieza extraña, difícil, que el poeta escribe en 1607, casi como pórtico o primera incursión en la experimentación formal de los romances, a caballo entre la fábula y el discurso moral. Poco se sabe de esta obra. Según algunos estudiosos, Shakespeare intentó escribirla mano a mano con Thomas Middleton, pero no está probado. Parece, igualmente, que no la terminó, que tal vez se cansó de ella y la echó al cajón; en todo caso no hay constancia de su estreno y no se edita hasta veinte años después. Es posible (aventuro) que se le cruzara Coriolano, compuesta por las mismas fechas, y que el personaje de Alcibíades, el militar amigo de Timón y repudiado por los senadores atenienses, con el que el antihéroe romano guarda no pocas semejanzas, fuera su germen. Alcibíades se diría un tanto abandonado por Shakespeare: forma parte del grupo de invitados de Timón al principio, es vago espejo de su caída y agente final de la destrucción de la ciudad, pero tiene muy pocas escenas. Tampoco sabemos demasiado de Timón: le conocemos como millonario, generoso y mecenas, sin familia ni amante; se nos dice, tarde y muy de pasada, que fue militar, y su muerte, quizá fruto de un suicidio, es una incógnita. Acerca de su perfil psicológico se me ocurren dos posibilidades, a elegir: a) necesita ser adorado, pero es un manirroto y un ingenuo al que levantan la camisa, detonando su cósmica ira, y b) (más interesante) anhela secretamente ser despojado de todo, para abocarse a la nada.

La trama de esta curiosa mezcla de tragedia, comedia satírica y alegato furioso es levísima: bien podría haber sido un monólogo o un poema dramático. Salvo Alcibíades, el fiel criado Flavio (aquí convertido en Flavia) y el virulento Apemanto, misántropo profesional, los restantes personajes son apenas sombras, pinceladas sin individualizar, dos grupos compactos: la pequeña corte de parásitos y aduladores que rodea a Timón, y los visitantes sin nombre, irónicamente equiparados por Shakespeare (ladrones, senadores) que acuden luego a su cueva. Cuando Timón se retira del mundo, la acción se para y pasa a ser reflexión (imprecatoria, pero reflexión). Tal vez se le empantanó a Shakespeare la historia, en busca de esa nueva forma; quizá pensó que no funcionaría, que resultaba demasiado amarga. Pienso ahora en Troilo y Cresida, otra cumbre de la amargura que tampoco llegó a estrenarse, y en la que aparece un antecedente de Timón: el loco Tersites, que anhela una epidemia de sífilis que acabe con Atenas. Se me cruza otro puente: ¿y no sería Timón, a su vez, una simiente (obvia) del Alceste de Molière? Vuelvo al texto: los monólogos de la segunda parte, que tienen la cólera de Otelo y la locura cósmica de Lear, pero acaban resultando un tanto reiterativas; cada nuevo visitante recibe oro, oro pintado con el color de la fábula, y las mismas andanadas, las mismas órdenes de destrucción, que llegan a fatigar, más al lector que al oyente.

Se ha montado poco en nuestro país: en el Lliure se vio hace 24 años, con Lluís Homar a las órdenes de Ariel García Valdés. David Selvas la ha situado en la Atenas actual, víctima extrema de la crisis, y las palabras de Timón adquieren ahora una resonancia contundente. Caigo en la cuenta de que Peter Brook eligió la pieza para inaugurar Bouffes du Nord, con François Marthouret como protagonista, en 1974, “cuando Occidente despertó brutalmente de su ensueño consumista por la crisis del petróleo”, y pienso que un par de años más tarde Sid Vicious podría haber sido un Timón muy adecuado. Véase el pasaje más punki: “¡Esclavos y locos, arrancad de sus bancos a los senadores viejos y arrugados y gobernad en su lugar! ¡Jóvenes vírgenes, tornaros putas ante vuestros padres! ¡No cedáis, arruinados, y tomad cuchillos para cortar el cuello de los acreedores! ¡Criados, robad: vuestros amos son más ladrones que vosotros, pues roban bajo el amparo de la ley! ¡Adolescente, arrebata la muleta a tu padre renqueante y ábrele a golpes la cabeza! ¡Niños, desobedeced!”.

Esta es una traducción apresurada y paupérrima a partir de la hermosa versión catalana de Salvador Oliva, sobre la que David Selvas y Sergi Pompermayer han armado su dramaturgia. Hay opciones que funcionan, como la que reconvierte a Alcibíades (brioso Òscar Rabadán) en jefe de los Servicios Secretos, responsable de la muerte de un líder antisistema, y muestran pareja fuerza la Flavia de Marta Marco y el Apemanto de Jordi Rico, pero Mireia Aixalà (Lucila), Fèlix Pons (Lúculo), Enric Auquer (Lucilio) y Albert Ribalta (Sempronio) tienen, pese a su entrega, poca tela que cortar, como decía al principio. Timón de Atenas es, indiscutiblemente, la función de Julio Manrique, uno de nuestros mejores actores jóvenes, que ofrece un completísimo recital, pletórico de energía y emoción: sin desmerecer el trabajo de sus compañeros de reparto, cabe decir que vale la pena ver el montaje de Selvas por la deslumbrante interpretación de Manrique, convincente, conmovedor, poderoso, y de nuevo a la altura de su labor en Hamlet (2009), en Incendis (2012) y L’orfe del Clan dels Zhao (2013). A resaltar, igualmente, la sencilla pero efectiva escenografía de Max Glaenzel, que hace estallar la basura acumulada tras los blancos muros de la mansión de Timón, y el proyecto de La Brutal, a caballo de textos contemporáneos, creaciones colectivas y adaptaciones de clásicos, todo ello con vistas a la proyección internacional. Así, tras Timó d’Atenes seguirán Los esqueiters, de Nao Albet y Marcel Borràs; Santa Nit, de Cristina Genebat, y Tot pels diners, una producción del Lliure, con textos y puestas de Iván Morales, Albet & Borràs, Victoria Szpunberg y David Selvas. Y, ya en la próxima temporada, el espectáculo de danza-teatro World of Wolves, dirigido por la coreógrafa Nuria Legarda, sobre textos de Shakespeare. ¡Enhorabuena y adelante!.

Timó d’Atenes. William Shakespeare. Adaptación: Sergi Pompermayer y David Selvas. Dirección: David Selvas. Intérpretes: Julio Manrique, Marta Marco, Jordi Rico, Mireia Aixalà, Albert Ribalta,Enric Auquer, Oscar Rabadán y Felix Pons. Biblioteca Nacional de Catalunya, Barcelona. Hasta el 30 de noviembre.

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