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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Charlatanes con pedigrí

Esa redacción llena de 'buenismo' exacerbado se antoja una pantomima de alto voltaje

Toni García

Imaginemos que no existieran El ala oeste de la Casa Blanca, ni Sports Night, ni Studio 60. Imaginemos que alguien nos pusiera The Newsroom (Canal + Series) y tratara de contarnos quién es Aaron Sorkin. La consecuencia sería, inevitablemente, que es un señor que escribe para personajes insufribles, entes que gustan de declamar y que perpetúan su redención hasta el infinito y más allá.

Algunos dejarán caer que Sorkin siempre ha sido así, que sus criaturas hablan y piensan más rápido que el rayo, pero si esto no deja de ser cierto no lo es menos que uno puede refugiarse en la palabra y el idealismo cuando habla de política o deportes, o incluso en el show-business, donde al fin y al cabo, todos se pelean por soltar su monólogo, pero esa teoría se derrumba al tratar de ejecutar la autopsia del buen periodista. Quizás porque la profesión pasa por momentos delicados o porque al final el periodismo (el bueno, al menos) debería acabar siendo una pelea ingente con los poderes fácticos, esa redacción llena de buenismo exacerbado donde de cuando en cuando la vorágine se detiene para que alguno de los presentes pueda soltar un discurso sobre la ética y la moral de los plumillas o, ya puestos, sobre el sexo de los ángeles, se antoja una pantomima de alto voltaje.

Como cuando vas a casa de un amigo y te encuentras su vida metida en cajas, con el comienzo de la última temporada de The Newsroom se nota que la serie se va de mudanza: demasiadas tramas cuando la principal es todo chicha (si dedicas un episodio a los atentados en el maratón de Boston lo de la economista/reportera que descubre no-sé-qué se diluye como un azucarillo en un café ardiendo) y continuos recordatorios de lo frágil que es informar cuando nadie sabe de dónde proviene la información, algo demasiado obvio cuando el que firma es Sorkin.

Eso sí, el ritmo es magnífico y las collejas al maldito ‘periodismo ciudadano’ son monumentales (y muy merecidas), pero se nota —y ojalá no fuera así— que The Newsroom necesita acabar cuanto antes de empaquetar los trastos. Lo de dejarlo todo atado y bien atado no es nunca una buena noticia (tampoco fue una sorpresa, después de que el propio Aaron Sorkin pidiera perdón después de una nefasta segunda temporada) pero cuando se trata de una serie que más que prisa necesitaba pausa, el resultado final es mucho menos de lo que a sus fans (los de Sorkin) hubiéramos deseado. Dice el genio que nunca volverá a hacer tele: ojalá mienta y busque algo más sólido, turbio y deseable que unos cuantos listillos de buen ver que en el mundo real aspirarían —como máximo— a ser trileros de primera clase.

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