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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De autor

José María Carrascal protagonizó un telediario de autor durante nueve años en Antena 3

David Trueba

José María Carrascal ha sacado un libro a modo de recuento desde la atalaya de los 80 años. Carrascal protagonizó un telediario de autor durante nueve años en Antena 3. Quizá desde la salida de Gabilondo de Cuatro no ha vuelto a existir un formato como el del noticiario identificado con su presentador y director. Antes que Carrascal hubo dos excentricidades memorables que conducían Miguel Ángel Aguilar en Telecinco y Felipe Mellizo en los informativos de TVE. Pero la apuesta por personalidades de tan marcada inteligencia se ha ido diluyendo en formatos más tradicionales y donde los presentadores ofrecen una cara amable y transportan la noticia más que la mastican para el espectador. Es un aire más contemporáneo y vivaz, pero también despersonalizado y conviene detenerse sobre la anomalía, porque pasado el tiempo, lo mejor de la televisión casi siempre reposa sobre lo accidental y lo rabiosamente personal.

En una interesante entrevista en La Vanguardia, Carrascal culpaba al presidente Aznar de su cese. La falta de docilidad convierte a los periodistas en incómodos incluso para los más cercanos líderes a su ideología y sensibilidad política. Así como las tarjetas Visa de Caja Madrid garantizaban la docilidad de los consejeros políticos a la acción depredadora de los Blesa y los saqueadores financieros en la bonanza aznarista entre la complicidad sindical y empresarial, también en los medios la política lucha por desbravar a los mejores profesionales. Para Carrascal un síntoma de los malos tiempos es encontrarse con la información política amañada, cuando los cortes de los telediarios con declaraciones de los líderes de partidos ya llegan envasados y producidos desde el gabinete de prensa de la sede central.

Cada campaña electoral asistimos a la reivindicación de los canales de televisión contra las limitaciones informativas que se imponen por decreto. Es una protesta razonable y defendible, pero no provoca escándalo social porque muchos espectadores consideran que ese corsé es imprescindible ante la maniquea línea editorial de muchos medios y la degradación del valor de informar verazmente. Quizá aquellos telediarios tan personales servían al espectador para identificar la línea informativa y enfrentarse al subjetivismo de manera abierta. Ahora es todo más ladino, pero no mejor. Es en el autoanálisis donde los medios ofrecen no pocas pistas sobre su maltrecho funcionamiento.

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