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El Padre Soler, el fraile que componía fandangos

La Cineteca de Madrid estrena este viernes ‘Una rosa para Soler’

Una rosa juega con los vientos sobre una tumba de piedra en un desierto pasillo de piedra del frío Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Mientras, en el Teatro Real y con vistas a los tejados del Madrid de los Austrias, Rocío Márquez juega con la pianista Rosa Torres-Pardo a ponerle letra a un fandango que el Padre Soler, aquel fraile que soñó otros mundos desde su celda del monasterio, compuso para disgusto de sus superiores dentro de los muros austeros de ese monasterio que acabo convirtiéndose en su cárcel. Así comienza el documental Una Rosa para Soler, dirigido por Arantxa Aguirre y que se estrena este viernes en la Cineteca de Madrid.

“La tumba de Soler esta en uno de los pasillos. Por allí pasan cada día los niños de la escolanía que van al colegio. Es un lugar lleno de rincones y de magia”, dice la pianista sobre el monasterio que acogió a Soler tras su infancia en el de Montserrat. El monasterio le abrió las puertas a poder hacer música, y también limitó en sus últimos años sus deseos de ver mundo, de crear una música que no cabía entre los muros fríos de la fortaleza de Felipe II.

Siempre a través de la música de Soler, el documental nos hace adentrarnos en el mundo de un fraile del que poco sabemos, a pesar de que fue uno de los músicos más notables de su tiempo. “Hemos sentido es una afición enorme por su figura, nos ha encantado lo que hemos ido conociendo, no solo de su música sino también de su personalidad. Queda mucho por saber de su obra y de esta época, que es un filón de oro, cuando España era un centro neurálgico de la cultura y del arte”, dice Torres-Pardo.

Con ayuda de musicólogos y estudiosos del compositor, se va reconstruyendo una historia olvidada, la de un hombre y una época en la que caminaban por Madrid Francisco de Goya, José de Nebra o Domenico Scarlatti, que hicieron que su música sonara más italiana. Un hombre inquieto pero introvertido, trabajador incansable y con más de 400 obras de temática religiosa escritas con ingenio y mucha creatividad. Pero, gracias al apoyo de Carlos III, no solo fue música religiosa lo que escribió, como podía corresponder a un fraile en el austero monasterio de Juan de Herrera. La Corte le permitió escribir sonatas y quintetos, música galante y más relajada, más luminosa. “A pesar de su condición monacal, lo que quiso lo hizo. Era el maestro del hijo de Carlos III y este le pedía que compusiera ese tipo de música. Hacia obras para la Casita de Arriba, en los terrenos del monasterio, donde se estrenaron los quintetos”, dice la pianista.

Para este documental, no solo se ha contado con la participación de músicos y musicólogos, sino que figuras del mundo de la danza han prestado su cuerpo en movimiento a esta obra, en la que aparecen José Carlos Martínez o la Compañía Nacional de Danza, que bailan sonatas de Soler. Del otro lado, nos adentra en mundos de tintes místicos, escuchando a Adolfo Gutiérrez Viejo resucitando el Te Deum de Soler en el prodigioso órgano de la Basílica de San Lorenzo. Una música de la que aún conocemos solo la punta del iceberg. “La música de Soler se interpreta, aunque hay mucho trabajo de búsqueda de partituras por hacer. Es una música relegada a un tiempo y que es muy difícil de interpretar. Sus sonatas son muy cristalinas y requieren una técnica muy cristalina. Dedicar un programa entero a música de Soler es algo muy complicado, porque exige mucho trabajo. Pero de sus quintetos ni siquiera hay edición de las partituras”, explica la pianista, que los toca junto al Cuarteto Bretón en esta cinta.

El final del documental –que irá a Juilliard y que ya se ha preestrenado en Tokio- habla de músicas que nunca llegaron a escribirse, aquellas en las que el Padre Soler soñaba con acercarse a la música popular. Por eso ese fandango al que Rocío Márquez intenta poner letra, aquella pieza que a Soler le costó una reprimenda de su superior en el monasterio, y que le hizo querer salir de allí al final de su vida, algo que le negaron. Soñaba con el calor de Granada, pero desde su ventana solo veía la nieve y sentía el frío de la piedra, un frío que algunos dicen que le costó la vida, aunque no podamos asegurarlo.

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