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CRÍTICA | LA IGNORANCIA DE LA SANGRE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fuera del tiempo

Juan Diego Botto, en un fotograma de 'La ignorancia de la sangre'.
Juan Diego Botto, en un fotograma de 'La ignorancia de la sangre'.

En un hermosísimo capítulo del imprescindible Sombras de un sueño. Diario de rodaje de ‘Las damas del Bois de Boulogne’, Paul Guth visita el rodaje de una secuencia en exteriores del clásico de Robert Bresson. Son los días inmediatamente posteriores a la liberación y el escritor cae en la cuenta de que el mundo sofisticado que recrea la película pertenece al pasado: “Lejos ya de ese mundo de antes de la guerra que la luz de un proyector había resucitado, floto entre tinieblas”. La ignorancia de la sangre, última película de Manuel Gómez Pereira, con producción de Gerardo Herrero, adaptación del cuarto best-seller del británico Robert Wilson protagonizado por el inspector Javier Falcón, puede proporcionar al espectador la versión degradada de esa sensación que experimentó Paul Guth, porque lo que aquí se convoca es una realidad —y un modelo cinematográfico— fuera del tiempo: un cine español previo a la crisis, capaz de sacar pecho en el diseño de producción, de esculpirse a imagen y semejanza de modelos foráneos —el thrillerde acción— y de describir el país como una sucursal tan buena como cualquier otra de la sensibilidad global de la literatura de aeropuerto.

LA IGNORANCIA DE LA SANGRE

Dirección: Manuel Gómez Pereira.

Intérpretes: Juan Diego Botto, Paz Vega, Alberto San Juan, Cuca Escribano, Francesc Garrido.

Género: thriller. España, 2014.

Duración: 109 minutos.

La Sevilla de La ignorancia de la sangre parece emanar del sueño triunfal de la Expo 92 y tanto el yihadismo como las mafias rusas aparecen como toxinas extirpables en un cuerpo social saludable, vigilado una policía hipertecnificada. Quizá pueda resultar gratificante comprobar cómo un planteamiento tan anacrónico y ejecutado tan de espaldas a la realidad fracasa minuto a minuto, pero no resulta en absoluto agradable ver cómo buenos actores como Juan Diego Botto, Alberto San Juan y Francesc Garrido se ven condenados a pronunciar frases cliché. La secuencia erótica previa al clímax es de traca. La película, también.

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