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CRÍTICA | MATAR AL MENSAJERO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Publicar, tal vez sufrir

Javier Ocaña
Jeremy Renner, en un momento de 'Matar al mensajero'.
Jeremy Renner, en un momento de 'Matar al mensajero'.

En la secuencia clave de Los tres días del cóndor, el personaje de Robert Redford, tras descubrir un oscuro complot de la CIA, se defiende de su amenazador interlocutor, en plena calle, con una mirada hacia el edificio vecino, el del The New York Times. La prensa ya tiene su historia sobre los manejos ocultos de la agencia, y eso lo mantiene a salvo. Entonces, viene la réplica, sutil, sobrecogedora, reveladora, la que hace dudar sobre el verdadero rol de la prensa como cuarto poder: “¿Por qué sabe que lo publicarán?”. Unos intereses, políticos y económicos, que siempre rodean a los medios como eje de denuncia de los desmanes del poder y que también están en la esencia de Matar al mensajero, notable intriga político-periodística dirigida por Michael Cuesta, basada en hechos reales, que devuelve la mirada hacia aquellos extraordinarios thrillers conspiranoicos de los 60 y 70, al Cóndor, a Todos los hombres del presidente, a Klute, a El mensajero del miedo. Y no solo en el fondo, también en la forma.

MATAR AL MENSAJERO

Dirección: Michael Cuesta.

Intérpretes: Jeremy Renner, Rosemary DeWitt, Mary Elizabeth Winstead, Oliver Platt, Andy García.

Género: político. Estados Unidos, 2014.

Duración: 112 minutos.

Como aquellas, Matar al mensajero viene con el compromiso en la mochila, con la responsabilidad de dar a conocer una historia silenciada, a golpe de amenaza, intereses y difamación, quizá también de gatillo. En 1996, un periodista de lo que allí sería un periódico de provincias, sin influencia, el San José Mercury News, desveló las conexiones de la CIA con el tráfico de drogas en los años ochenta, y cómo los barrios negros de Los Ángeles fueron inundados de crack mientras el dinero del narcotráfico financiaba a la propia agencia en sus contrarrevoluciones latinoamericanas. Tema enorme, periodista grande, medio de comunicación pequeño. Combinación letal. Basada en el propio libro del cronista, la película acude a algunas de las formas de sus hermanas mayores: al apoyo de la televisión y la imagen documental como guía narrativa, a la oscura fotografía de grano duro del maestro Gordon Willis. Y lo cuenta muy bien. Cuesta, el director, bregado en episodios de Homeland, aporta brío sin fuego artificial. Periodismo y dinero. Credibilidad y miedo. Secretos. Denuncias. Calumnias. Desprestigio. Y, finalmente, el olvido. Y ahí seguimos.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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